El valor del movimiento autónomo en el crecimiento infantil




“Los bebés no son sólo hitos motores.

No podemos reducirlos a músculos y huesos… ni posturas que conseguir.

Tu bebé es una persona aprendiendo a funcionar en este mundo. Aprendiendo de la experiencia con el entorno y contigo.

Mientras construye sus posturas, construye también su autoimagen, su seguridad, su autonomía y su sentimiento de ser alguien competente”.

Estas frases forman parte de una de las tantas publicaciones que la kinesióloga Camila Puschmann hace en su cuenta @kinecrianza, donde abundan conceptos como desarrollo motor autónomo, desarrollo fisiológico o movimiento libre.

¿De qué se tratan? Camila aclara que todos estos conceptos se enmarcan dentro de la pedagogía Pikler, que tiene como base el fomentar la libertad y el respeto a la autonomía de los niños y niñas durante el proceso de desarrollo, con el objetivo de que sean independientes y seguros. De todos ellos, el movimiento libre es el que ha llamado mayormente la atención de las madres y padres.

“Yo intento todo el tiempo hablar de desarrollo motor autónomo, y no sólo de movimiento libre, pues hay personas que confunden el movimiento libre con tener una alfombra y dejar a las guaguas ahí sin hacer nada. Pero esto va mucho más allá. Tiene que ver con comprender que los niños y niñas son personas en desarrollo, que vienen completos, con todo el potencial y no al revés, como la concepción del bebé como un sujeto pasivo”, explica.

A fin de cuentas, es que sean ellos los protagonistas y no nosotros, los adultos. “Estamos acostumbrados a estimular a los niños; somos los adultos los que les movemos el juguete, los sentamos –llenos de cojines para que no se vayan hacia el lado–, los paramos cuando están cercanos a cumplir un año porque alguien nos dice que en ese momento tienen que caminar, etc. Pero nada de eso es necesario porque cuando un bebé está en un entorno en el que se siente seguro, cuidado, respetado, y en el cual se le da el espacio de mostrarse, puede tomar las decisiones, como qué objeto tomar o cómo moverse”.

Las fichas de supervisión de salud infantil de la atención primaria que están en las guías clínicas del Minsal lo dicen: “Se debe promover un estilo de estimulación orientado a generar un ambiente óptimo para que el niño o la niña explore y aprenda por sí solo o sola, acompañado por un adulto sensible no intrusivo, que permita que descubra y pueda ir logrando nuevos hitos”. Según Camila, esto resume muy bien lo que es el movimiento libre. “Lo que pasa es que no se ha logrado ‘aterrizar’ a la realidad lo que aparece en esta guía”, asegura.

Moverse como un proceso madurativo

Camila dice que el movimiento es un proceso madurativo. “Sabemos que el sueño infantil y el control del esfínter, lo son, pero no estamos acostumbrados a ver el movimiento como un proceso madurativo. Y como tal debería acompañarse de manera respetuosa, es decir, sin el apuro de ir cumpliendo ciertos hitos, en ciertos momentos”.

Y estos hitos están estandarizados. “Y está bien, se hace para definir cuando hay un retraso; se necesita cierto estándar para tener una referencia y estar atentos. Pero esto también ha hecho que, aunque todos tenemos el discurso de que cada niño tiene su propio ritmo, si el niño o niña se arranca dos semanas de esa línea, empezamos con las intervenciones”, agrega.

“Lo que he visto es que cuando nos concentramos en lo que el niño o niña sí hace y no solamente midiendo lo que no hace, empiezo a ver realmente lo que necesita”.

Nutriendo el autoconcepto

Desde el punto de vista psicológico, lo que ocurre con el desarrollo motor autónomo también es interesante porque existen diversas áreas del desarrollo, explica Camila. “No buscamos sólo un desarrollo músculo esquelético, ni sólo un desarrollo neurológico, también hay que entender que hay un psiquismo y una persona desarrollándose en ese movimiento. Los niños se conciben a sí mismos en base a la experiencia que tienen corporalmente con el entorno; a sus límites, a la posibilidad de moverse y de ser vistos. Todas esas sutilezas hacen que el niño empiece a formar un concepto de sí mismo”, explica.

Así, si cada vez que el niño intenta moverse nosotros como adultos vemos el ‘no puede’, ‘no sabe’, le transmitimos la idea de que no es capaz. “Ejemplo, aunque un bebé no logre girarse, sí está haciendo intentos por girarse. Cada uno de ellos suma experiencia corporal, sensación de ser competente y ganas de explorar. Van sacando sus propias herramientas”.

¿Cómo se ve el desarrollo motor autónomo?

Pikler observó a más de 700 niños de manera autónoma, es decir, sin que el adulto intervenga ni enseñe posturas, ni posicione al bebé en posturas a las que no llega por sí mismo. Solamente acompañando desde este entorno estimulante donde el adulto es quien sostiene el aprendizaje; es un observador que está ahí disponible para lo que el bebé necesita en ese minuto.

“Muchas veces lo que ocurre es que un bebé se mantiene sentado, no se sienta. Y esa sutileza es interesante. Porque los adultos le ponemos muchos cojines para que se mantenga así y eso es cuestionable, porque se considera un hito del desarrollo, pero el bebé no se está sentando por sí mismo, yo lo estoy sentado. Cuando yo te entreno una postura finalmente la va a conseguir, el desarrollo va a llegar igual, lo que no estamos mirando es la trayectoria de ese desarrollo”, dice Camila.

Cuando se construye desde la autonomía se disminuye el riesgo de caídas, porque un niño que tuvo la posibilidad de construir y de percibir su cuerpo en las diferentes instancias, hasta llegar a sentarse, tiene mucho mejores reflejos posturales, mejor conciencia de su propio cuerpo y son mucho más hábiles.

“El niño al estar boca arriba en una superficie firme, en cambio, va moviendo las extremidades que es lo que sí pueden hacer desde siempre, incluso desde el vientre. Y con ese movimiento fortalecen de a poco su tronco hasta que son capaces, por sí mismos, de llegar a posturas, como por ejemplo, quedar boca abajo. Y cuando son ellos los que logran una postura y no nosotros los que los ponemos en ella, la disfrutan más, porque es un logro propio, se sienten capaces de explorar en esa postura, y buscan la manera de salir de ella cuando lo necesitan”.

¿Objetos innecesarios?

Camila dice que existen una serie de objetos, a los que estamos acostumbrados –como el andador, la silla nido o mecedora, los gimnasios de bebés–que no son necesarios para que un niño o niña se desarrolle. “Nada de eso en rigor potencia el desarrollo, porque están pensados en el adulto. Los bebés suelen quedar retenidos, instalados en algo sin poder experimentar con su cuerpo y la arquitectura perfecta que tiene. No tenemos que olvidar que el cuerpo humano es una máquina perfectamente diseñada y originalmente conseguimos la marcha autónoma sin ninguno de estos implementos”, dice. Y concluye: “Tampoco me gusta satanizar ni que las familias sientan culpa. Si a mí como mamá me va a dar paz mental dejar a mi hijo en uno de esos objetos para tomar un café tranquila un ratito, está bien. Lo que digo es que no creamos que todas esas cosas son necesarias para el desarrollo de mi hijo, porque para eso sólo necesita compañía y espacios estimulantes física y emocionalmente”.

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