Nuestra historia de amor: yo argentina, él alemán




“Cuando entró a la oficina y lo vi, me impactó. ‘¿Quién es este hombre alucinante?’, me pregunté a mí misma. Algo dentro mío se estremeció. No sabía qué me pasaba, pero necesitaba saber quién era él.

Soy argentina y para ese entonces estaba trabajando en una consultora de negocios en Buenos Aires. Tenía 26 años y estaba de novia con Mariano; en un mes nos íbamos a casar. Era una relación linda y estable, y por fin podía cumplir mi sueño de formar una familia. Hacía dos años estábamos de novios y habíamos decidido dar el siguiente paso. Todo iba genial.

Cuando me presentaron a Marvin me sentí muy nerviosa. Era un alemán hermoso de 1,90 de estatura, con unos ojos azules bien profundos y una cara alucinante. Vestía un traje impecable y ni hablar de su perfume. Yo ya podía perderme en sus ojos, así que seguramente lo devoré con la mirada.

Cuando nos saludamos él me felicitó por mi casamiento. Yo sólo atiné a contestarle un tímido ‘gracias’. Después le pregunté si era casado y me dijo que sí, tenía 3 hijos. Con esa frase me di cuenta de que no era para mí y que yo tenía que seguir con mi plan de vida. Y así fue.

Me casé con Mariano y tuve un matrimonio feliz. O eso era lo que yo pensaba. Nuestros tres años de casados fueron lindos, pero había algo que no funcionaba y yo no lograba entender qué era. Se me habían ido las ganas de tener intimidad con él y yo pensaba que esto era algo normal. Simplemente pensaba que de eso se trataba el matrimonio y la rutina, pero no tenía idea de lo equivocada que estaba.

Marvin era mi jefe y nos tocó trabajar mucho juntos. Tuvimos una relación muy profesional, él siempre fue correcto y amable conmigo. Nunca me dio indicios de nada más. Y aunque yo moría por él en silencio, hacía un esfuerzo sobrehumano para que no se diera cuenta de que me encantaba.

Después de haber trabajado tres años juntos, llegó el día de decir adiós. El contrato de expatriado se había terminado y volvería a vivir a España con su familia. Antes de irse, tuvo la excelente idea de invitarme a almorzar para despedirnos como corresponde. Ese sería el principio del fin.

Fuimos a un restaurante peruano en Palermo. Los dos estábamos felices, cómodos, charlando y riéndonos de todo. No queríamos que terminase. No sé si fue el alcohol, pero fue en ese almuerzo en el que me empezó a tirar la onda, como decimos los argentinos. Y aunque el me tiraba dardos todo el tiempo, yo estaba demasiado tímida y no creía lo que me estaba pasando. Muy dentro mío me moría por él.

Unos días después, en un after office, nos besamos. No podíamos controlar lo que nos pasaba y él me confesó que desde el minuto uno que me vio, sintió algo fuerte por mí. Me dijo que yo le encantaba, que era la típica morocha argentina que lo había deslumbrado desde ese día que me vio en la oficina.

Fue muy loco ese flechazo indescriptible que sentimos los dos. Teníamos mucha química, mucha piel. Yo me sentía flotando en otro planeta cuando estábamos juntos. No podíamos dejar de vernos ni de estar juntos. Inventaba mil historias para poder verlo y pasar tiempo con él hasta que se fuera a España.

Nos dimos cuenta que esa atracción era muy fuerte y que no podíamos dejarla pasar. Por eso, cuando se fue a Europa, vivimos un amor a distancia durante seis meses. Ambos tomamos coraje y después de un tiempo, nos separamos de nuestras respectivas parejas.

Me propuso irnos a vivir a México para empezar una vida de cero y como yo estaba tan locamente enamorada de él, le dije que sí. Armé mis valijas y dejé todo atrás: Un marido, mi familia, mis amigos y mi trabajo. Renuncié a todo por estar con el hombre de mi vida.

En México vivimos dos años espectaculares, hicimos buenos amigos y viajamos por el mundo. Y aunque hubieron momentos difíciles mientras firmábamos los divorcios, el amor que nos teníamos era tan grande, que todo fluía súper bien. Sabíamos que teníamos que pasar por cosas difíciles si soñábamos en volver a casarnos y tener una vida juntos.

Hoy llevamos 10 años de casados, vivimos en Chile y tenemos dos hijos chilenos/argentinos/alemanes. Armamos una vida re linda en Santiago y somos muy felices. Estoy segura que él es el amor de mi vida, mi alma gemela.

Romina es argentina, consultora y vive en Santiago de Chile hace 11 años con su familia.

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