La lucha de una madre no biológica para que se respete el derecho de ver a su hija

Millaray Arellano (62)

Millaray Arellano (62) se separó de su ex pareja a comienzos de 2018, cuando aún no había una Ley de Matrimonio Igualitario. Las dos mujeres llegaron a un acuerdo, aprobado por un Tribunal de Familia, de relación directa y regular (lo que antes se conocía como ‘régimen de visitas’), y de alimentos. Sin embargo, la madre biológica se arrepintió de dicho acuerdo y hace casi dos años, Millaray no puede ver a su hija. “Siento culpa por haber traído a mi hija al mundo a pasar por esto", dice.




Hace unos días Millaray Arellano fue a la peluquería. Quería un cambio radical. Pero no por nada. “Después de la lucha que he dado por mi hija, me siento una guerrera”, confiesa. Y así va por la vida hoy; con el pelo rapado a los lados, cual personaje de la serie Vikingos.

El inicio de la lucha que describe se remonta a comienzos del 2018, cuando se separó de la madre biológica de su hija, quien hoy tiene 10 años. “Las primeras dos o tres semanas después de la separación, la iba a buscar al colegio todos los días y también la hacía dormir en las noches, porque desde chiquitita ella durmió pegada a mí. Lo hacíamos así porque yo tenía mi consulta en la casa donde vivíamos. Pero a la cuarta semana, mi ex me demandó. Me pidió una mediación. Me dijo que alguien la había aconsejado que era mejor hacer las cosas de manera legal. Me pidió un millón y medio de pesos de manutención. No accedí porque no podía pagar ese monto. Le pedí que ella también trabajara y que nos repartiéramos los gastos de nuestra hija a medias. También le ofrecí quedarme con la niña y que ella la viniera a ver. Pero yo legalmente no tenía ningún derecho para hacer eso, pues en el momento del nacimiento, aún no existía la Ley de Matrimonio Igualitario. Ahí comenzó una guerra”.

Inseminación en casa

Millaray conoció a la madre de su hija hace aproximadamente veinte años. Se vieron por primera vez en el bar que ella había creado sólo para mujeres. El flechazo fue inmediato, tan así, que a los tres meses hicieron un matrimonio simbólico, y luego de eso, se fueron a vivir a Estados Unidos. Pero estando allá, Millaray sufrió un accidente automovilístico que la tuvo durante meses en recuperación, y luego de eso, decidieron volver.

El 2010 se instalaron en Curicó, en una casa grande en donde Millaray comenzó a hacer terapias de medicina holística. Lo venía haciendo hace un tiempo, pero no como su actividad principal. Después del accidente, se transformó en su sustento de vida.

Una vez instaladas, comenzó a rondar en ellas la idea de ser madres. “Mi ex pareja siempre había querido ser mamá, pero yo no estaba en condiciones de financiar un tratamiento de fertilidad; había perdido mucha plata en mi recuperación”, cuenta. Y sigue: “Un día estaba realizando uno de mis tratamientos que yo digo que son mágicos, a un amigo que me quiere mucho. Se me ocurrió pedirle a él que me regalara “un bichito”. Porque mi ex no estaba dispuesta a tener relaciones con un hombre”

El amigo accedió. Así que a los pocos días fue a la casa de ambas, entró al baño con un frasquito, se los entregó con su semen y se fue. Luego Millaray con una jeringa lo introdujo en la vagina de su ex pareja. “No resultó la primera vez, estuvimos un año intentando. Pero hubo un día en que yo, que soy media bruja, tuve una intuición. Mi ex ya no tenía muchas ganas de seguir intentando, porque cada vez que no resultaba se deprimía. Pero le dije que esta vez sería distinto. Llamé a mi amigo, él vino, nos dejó el frasquito con el semen y se fue. Luego yo prendí inciensos, puse música, hicimos el amor… Preparé todo para que ella se relajara. La inseminé, la dejé un ratito con las piernas en alto y puse mi frente en su guata. Tuve una sensación de escalofríos. Así llegó nuestra hija, en 2013. Yo estuve en el parto, le corté el cordón”, cuenta.

Vacío legal

En esos años, aún no había Ley de Matrimonio Igualitario. Y por lo tanto, aunque le pusieron los apellidos de ambas, legalmente fue inscrita sólo con una madre.

Francisca Millán es abogada y socia de AML Defensa de Mujeres, y también la representante de Millaray. Explica que en el momento del nacimiento de la hija de ambas, no existía la posibilidad legal de generar una filiación por parte de las dos mujeres y, por tanto, se hizo la inscripción sólo reconociendo la maternidad de la madre gestante que hasta ese momento se hacía con el certificado de parto. “Es lo que se conoce como ‘Vacancia’ respecto de un potencial cuidador, que antes de la ley, sólo podía ser un hombre”, dice.

Años después, cuando se creó el Acuerdo de Unión Civil, en 2015, la pareja hizo dicho acuerdo con el objetivo de resguardar de alguna manera el patrimonio de su hija. “Pensé que con eso podría asegurar a mi hija, porque si a mí me pasaba algo, mis cosas quedarían a nombre de mi ex, su madre biológica. Pero la verdad es que la unión civil no sirve de nada cuando se trata de filiación”, dice Millaray. “Lo comprobé al cabo de unos años, cuando lo nuestro no funcionó y nos separamos”.

La abogada Francisca Millán relata que al separarse, las dos mujeres llegaron a un acuerdo, aprobado por un Tribunal de Familia, de relación directa y regular (lo que antes se conocía como ‘régimen de visitas’), y de alimentos. “La ley permite que esto se regule aunque no se trate de un progenitor, como ocurre, por ejemplo, con abuelos o abuelas. Es un acuerdo voluntario, pero una vez que se firma, tiene implicancias legales porque es como firmar un contrato”, dice.

Sin embargo, dicho acuerdo se respetó sólo durante aproximadamente un año. Después de eso la madre biológica comenzó a entorpecer la ejecución del acuerdo. “En medio de esto, ella se fue con la niña a vivir a Santiago, con sus padres. Yo viajaba cada vez que me tocaba verla, pero muchas veces llegué allá y no me la pasaban. Tenía que ir a carabineros y dejar la constancia. No pude hacer nada más que poner la denuncia, porque legalmente no era mi hija, y me podrían haber acusado de secuestro”, dice Millaray.

Cuando comenzó la pandemia vio aún más obstruida la posibilidad de estar con su hija, lo que generó un distanciamiento en ese vínculo. “En algún momento una de las juezas determinó que ella tendría que pagar 1 UTM cada vez que no me dejara verla. Ahí comencé a verla un poco más, pero llegó la pandemia e hizo más difícil todo esto. La mamá biológica de mi hija me obligaba a hacerme el PCR cada vez que la iba a ver. Pero lo peor fue cuando un día la niña me dijo que yo la iba a matar porque era muy sociable y con eso la exponía a contagios; también me ha dicho que yo la abandoné, o que si me ve a mí, ya no podrá ver más a su otra mamá”, cuenta Millaray.

Ante la desesperación de este escenario, Millaray le pidió al padre biológico, es decir, a su amigo, que la reconociera como hija. Pensó que de esa manera, podría asegurar a través de él una vinculación. Sin embargo, esto generó un espiral de acciones judiciales que terminaron con una determinación del Tribunal que anuló el acuerdo de relación directa y regular que habían suscrito, lo cual implicó negarle a ella las visitas que inicialmente se habían convenido.

“La argumentación por parte de la madre legal es que mi representada no es nadie, no tiene derechos sobre la niña y que, así como alguna vez decidió firmar un acuerdo de relación directa y regular, ahora ella también podía eliminar ese acuerdo porque es una decisión sólo de ella como única madre de la niña. En el fondo, se aprovecha de ese vacío legal que existía previo a la Ley de Matrimonio Igualitario”, explica la abogada.

Discriminación de género

Según la abogada, la discusión jurídica que ellas iniciaron en este caso, es que Millaray contaba con el reconocimiento de un vínculo con la niña, y que este vínculo, solamente tenía una diferencia legal que está basada en la arbitrariedad de no reconocer la diversidad de familias. “A través de la relación directa y regular, y de los alimentos, que hicieron estas mujeres, se intentó subsanar ese vacío, sin embargo, luego la propia madre legal y su defensa aprovecharon ese vacío para intentar terminar con ese vínculo”, dice.

Lo que es más grave en este caso –sigue la abogada– es que el tribunal reaccionó en un sentido bien simplista al decir que si la mamá biológica había llegado a un acuerdo, ella podría terminarlo. “La pregunta aquí es: si se hubiese tratado de un hombre, de un padre, ¿un tribunal hubiese llegado a un razonamiento así? Probablemente no, porque resulta aberrante que sólo por el hecho de que uno de los progenitores no quiera que se vincule su hijo con el otro progenitor, este se le niegue. En este caso se permite en razón de la configuración de género de esta familia”, dice.

“Mi hija tiene 10 años, a los 7 dejé de verla. Era una niña muy alegre”, dice Millaray.

“Nosotras presentamos un recurso de apelación para que se reanudara el acuerdo de visitas, pero la corte lo rechazó, así que luego presentamos un recurso de casación ante la Corte Suprema que tuvo un razonamiento más avanzado en estas materias, quedando establecido que en el proceso se había logrado probar que el vínculo entre la madre social y la niña existía, que estaba reconocido por los propias partes a través del acuerdo voluntario y que, por tanto, deshacerlo por la voluntad de la madre legal era una discriminación arbitraria y un desconocimiento de la configuración familiar que ellas habían decidió tener en un comienzo”, cuenta Francisca Millán.

La orden de la corte fue reanudar este vínculo. “El problema es que estamos hablando de años en que este vínculo fue interrumpido en razón de procesos judiciales, por tanto no podemos esperar una re vinculación como si nada hubiese pasado, porque se trata de una niña, no una cosa. Por eso ahora estamos definiendo la manera en que se va a retomar el cumplimiento de la relación directa y regular”, sigue la abogada.

“Siento culpa por haber traído a mi hija al mundo a pasar por esto. También siento rabia. No puede ser que la justicia permita que se vulneren los derechos de un niño o una niña que quiere estar con su mamá o con su papá. Ahora la Corte Suprema falló a mi favor. Determinó que la niña tiene derecho a estar con su ‘mommy’, como me decía, porque ella nació en el núcleo de una familia; determinó que no pueden sacarla de sus afectos porque eso vulnera sus derechos”, dice Millaray. Pero también confiesa tener miedo. “Llevo un año y ocho meses sin ver al amor de mi vida y no sé con lo que me voy a encontrar. No sé lo que le han dicho, lo que piensa de mí. Estoy con una psicóloga que me está ayudando, porque ha pasado mucho tiempo y los lazos se afectan. Lo único que deseo es volver a esos tiempos en que nos íbamos juntas de paseo a Vichuquén, verla feliz y que ella me vea así también”.

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