La derecha y lo "nacionalpopular": mito y realidad




Hugo Herrera viene, desde hace algunos años, sosteniendo la tesis según la cual la derecha poseería cuatro tradiciones intelectuales: liberal, conservadora, socialcristiana y nacionalista, que denomina "nacionalpopular". Me detendré en la última por dos motivos: a) es la más discutible en términos históricos, y b) es la más llamativa para la derecha actual.

El segundo motivo no resulta difícil de captar: no existe en el presente ningún partido de la derecha que pueda calificarse como nacionalista. ¿Quiénes, aparte del mismo Herrera, lo son? Pero tanto el documento fundacional de Chile Vamos —Convocatoria Política—  cuanto el reciente (y ya polémico) Manifiesto por la República, dan cuenta de manera explícita de dicha tradición. Y es evidente que su introducción se debe a la mano del mismo Herrera, quien participó como redactor principal de ambos textos.

Sin embargo, la gran pregunta es si puede seriamente afirmarse que el nacionalismo ha sido una vertiente ideológica importante en la historia de la derecha. Herrera responde que sí, apoyándose en algunos intelectuales aislados, como Alberto Edwards, Francisco Antonio Encina y Mario Góngora. Intelectuales muy influyentes como historiadores, pero no en términos políticos.

Para responder a la pregunta anterior, cabe distinguir tres niveles: a) el nacionalismo partidista de la primera mitad del siglo XX; b) el Partido Agrario Laborista (PAL), surgido en 1945; y c) el Partido Nacional, fundado en 1966, y a través del cual se fusionaron los partidos de la derecha histórica, el Liberal y el Conservador.

En torno al primer nivel, Herrera subraya el papel jugado por Partido Nacionalista (fundado, al parecer, en 1914) en cuanto habría encarnado la tradición "nacionalpopular", de la cual Encina daba cuenta. Sin embargo, este partido fue un total fracaso en términos electorales: no obtuvo ningún parlamentario. Además, es un partido que, con dificultad, puede calificarse de derecha, tanto por sus ideas excesivamente estatistas cuanto por el hecho que la díada derecha-izquierda aún no adquiría carta de ciudadanía en la política chilena. Tampoco el nacismo chileno, surgido en 1932, puede calificarse de derecha, ya que siempre se definió como socialista.

Por su parte, el Partido Agrario-Laborista (PAL), surgido en 1945 de la fusión del Partido Agrario con ex nazistas e ibañistas-nacionalistas, como el representado por el Movimiento Nacionalista de Chile (M.N.Ch.), sólo por un corto período trabajó junto a la derecha. Concretamente, participó con su candidato Jaime Larraín García-Moreno en la Convención presidencial de 1946. Y pese a que, finalmente, apoyó la candidatura liberal de Fernando Alessandri, el PAL se terminó definitivamente alejando de la derecha, al sumarse a la candidatura de Carlos Ibáñez en 1951.

Y, finalmente, tenemos el caso del Partido Nacional, fundado en 1966, a partir de la catástrofe electoral sufrida por la derecha en la contienda parlamentaria de 1965, en la cual liberales y conservadores sumaron un 12,4 % de los votos, cifra muy inferior al 30,3 % de 1963. Aquí la situación es al revés: si bien resulta indiscutible calificar a este nuevo partido como de derecha, dado que nació precisamente de sus vertientes históricas —liberales y conservadores—, sí surge la duda en torno a su carácter nacionalista, en el sentido de antiliberal y corporativista (estas fueron las características principales de los dos niveles anteriores).

Al leer su documento fundacional, si bien saltan a la vista ciertos elementos en apariencia nacionalistas, tiende a primar, en lo sustantivo, la adhesión a la libertad empresarial frente a la inevitable avanzada de las ideas socialistas en el país. Por ejemplo, señala: "El Partido Nacional considera que el Estado […] no puede asumir poderes que contraríen los derechos y deberes fundamentales de los ciudadanos, ni coartar las libertades esenciales que posibilitan una vida creadora y responsable". Y agrega: "No hay libertad política cuando la libertad económica es suprimida o coartada por el Estado".

En otro documento, publicado en 1969, critica la "destrucción de la empresa privada" por parte del Estado, refutando que la estructura económica del Chile de ese entonces fuese realmente "capitalista". En este sentido, y a través de diversos ejemplos (como inversión, crédito y empresas de distintos rubros), da cuenta que el Estado controla el 70 % de la actividad económica del país. Y añade que el reemplazo de la empresa privada por la estatal, "es no sólo un despojo criminal y totalitario, sino que, además, el mayor atentado contra la economía del país y la libertad de los chilenos".

Considerando que aquí se ha hecho una muy apretada síntesis del nacionalismo partidista del siglo XX, de la que Herrera extrae una tradición política al mismo nivel que la liberal, conservadora y socialcristiana, ¿dónde, en términos partidistas, puede encontrarse un nacionalismo de derecha? Lo cierto es que prácticamente no existió.

Y, para los efectos del relato ideológico de la derecha de hoy, resulta, por lo mismo, llamativo (para no decir, desconcertante) que el elemento nacionalista constituya un eje principal de los documentos recientes del sector. El comunitarismo que caracteriza el Manifiesto por la República, suscrito por los senadores Andrés Allamand y Hernán Larraín, junto a los académicos Ramiro Mendoza, Joaquín García-Huidobro y el propio Herrera, se dota de contenido, precisamente, gracias al componente nacionalista.

Así, como la república, de un lado, evitaría la fragmentación, la nación, del otro, apuntaría a centralización de un sentido colectivo. "Sólo una nación con una fuerte identidad propia está en condiciones de abrirse al mundo y de entrar en dialogo fructífero con otros pueblos", señala el manifiesto.

Si el nacionalismo en la derecha es mucho más mito que realidad en el siglo XX, ¿por qué acudir a él para la configuración del relato actual? ¿Corresponde, por lo demás, hacerlo en el Chile de hoy, crecientemente multinacional y multiétnico? ¿Puede el "proyecto común", invocado como superación del individualismo liberal, basarse en la idea de nación, por mucho que se intente limpiar de xenofobia y racismo? ¿Puede calificarse como a la altura de los tiempos que corren una derecha que combina comunitarismo y nacionalismo, doctrinas típicamente contrarias a la tolerancia y la diversidad?

Las respuestas a dichas preguntas, de parte de quienes vienen proponiendo una derecha tipo tercera vía (ni liberal ni socialista), enriquecería mucho más la "invitación a pensar" que el manifiesta realiza. No basta con invocar a la nación de manera romántica. Hay que ser mucho más precisos en la practicidad de este concepto y, sobre todo, dar cuenta de por qué lo "nacionalpopular" constituiría una tradición política acorde con la identidad histórica de la derecha en Chile.

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