¿Qué podemos esperar de la política?




Se aproxima un nuevo cambio de gobierno. Como siempre ocurre en este contexto, cada bando se dispone a regresar a sus trincheras (aunque, en realidad, muchos nunca las han abandonado). Ni siquiera por los niños del Sename se ha podido dejar de lado por un momento la lógica maniquea que permea el debate democrático desde hace ya varios años. Todos presumen mala fe del otro, impidiendo acuerdos básicos. ¿Les interesa Chile? La pregunta no es trivial. De cuando en cuando, tanto la derecha como la izquierda dan muestras de importarles más el poder que el servicio.

Quien sea que asuma el mando de nuestra nación, debe tener presente este diagnóstico y esforzarse por superarlo. El panorama de un país dividido por visiones políticas no es esperanzador. Precisamente la voz nación alude a la unidad, al consenso, a aquello que llamamos Chile y que está por sobre todas las disputas. Eso es algo que todo debemos cuidar.

Diálogo y acuerdos. Dos conceptos que la política debe esforzarse por gravar a fuego. ¿Ingenuidad? Por ningún motivo. El mejor momento de la historia de nuestro país estuvo marcado precisamente por ambos (no por nada todos recurren ahora a la imagen de Patricio Aylwin). Es cierto que las diferencias nunca van a dejar de existir y, en cierto sentido, es sano el pluralismo ideológico. Con todo, ello no puede nublar el juicio al punto de, por ejemplo, negarse a aceptar buenas ideas solamente porque vienen de quienes están en la vereda del frente. Quizá la transición podría haber sido todavía más exitosa si la derecha hubiese tenido esto presente.

Encontrar la raíz de este problema es una tarea no menor. Aunque bien puede atribuirse a la misma naturaleza humana: después de todo, la política la hacen las personas. En este sentido, entablar una política que esté asentada en el diálogo y el acuerdo, en gran medida, constituye un desafío personal, un cambio de actitud. Este reto tiene múltiples aristas, entre ellas, superar la inmediatez que tiene capturada a la política, y que se expresa en la ganancia pequeña, el aplauso fácil, las tendencias en Twitter, los codazos para alcanzar el mejor lugar en la foto. Pero también, tiene que ver con una apertura de mente, con el desafío de comprender al que piensa distinto, con la buena disposición a escuchar sus argumentos (lo que implica, también, estar dispuestos a entregar argumentos) e interpretarlos de la mejor manera posible.

No se puede gobernar sin acuerdos. Consecuentemente, tampoco se puede gobernar sin diálogo. La izquierda, de manera sumamente irresponsable, renunció a estas dos cosas y, en alguna medida, esto explica el fracaso del gobierno de la Nueva Mayoría. El próximo gobierno deberá tener la entereza de tratar con igualdad de condiciones a los diferentes espectros políticos a la hora de avanzar en múltiples materias (por ejemplo, la crisis de la infancia). Además, deberá mostrar no poca habilidad política para generar consensos ahí donde actualmente sólo hay división. No se trata, obviamente, de dejar a un lado los principios (no hay política sin convicción). De lo que se trata es de enfrentar de una manera diversa las controversias, de manera respetuosa, sin encerrarse en posturas que muchas veces responden a sin sentidos. De esto dependerá, no sólo la gobernabilidad, sino también la superación del desprestigio de la política.

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