Cómo fue la "educación popular" de apoderados que fue clave para el control en las mesas

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Foto: Gentileza Museo de la Memoria y de los Derechos Humanos.

Los opositores capacitaron a sesenta mil personas en las reglas electorales para vigilar por la normalidad del proceso y dar confianza a los votantes, cuenta Francisco Estévez, que encabezó esta tarea y hoy dirige el Museo de la Memoria.


*Este artículo es parte del especial conjunto por los 30 años del plebiscito de 1988 entre La Tercera y la Escuela de Comunicaciones y Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez.

Los mecanismos de control democrático de la elección por parte de los partidarios del No dependían de dos factores: en primer lugar, de que en cada una de las 22.000 mesas en todo el país hubiese un apoderado capacitado, que defendiera los derechos de los votantes e infundiera confianza sobre el proceso, y en segundo término, del recuento de votos paralelo al oficial que iban a hacer los opositores en cada local de votación. La persona que estuvo a cargo de la primera tarea fue Francisco Estévez, que entonces tenía 34 años. Hoy, tres décadas después, dirige el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, donde este viernes 5 de octubre se renovará el sector dedicado al plebiscito y se efectuará el diálogo "A 30 años del No", que busca destacar el papel que los ciudadanos cumplieron en esta gesta.

La épica del plebiscito requería de una tarea previa, de la que dependían los apoderados y el recuento. Era fundamental convencer a los chilenos que se inscribieran en el registro electoral, porque el padrón que existía hasta 1973 había sido destruido por la dictadura. La inscripción no era automática como es hoy. Quien quería votar debía acudir a hacer el trámite de forma presencial, en horario de oficina, hasta un mes antes del plebiscito. Que el primer inscrito fuera Augusto Pinochet no era precisamente un aliciente para que los opositores lo hicieran.

"Si se inscribían estaba la posibilidad de ganar el plebiscito; si no se inscribían, no", recuerda Estévez. Que finalmente todos los partidos opositores llamaran a inscribirse contribuyó a que lo hicieran 7.435.913 personas.

"Crisis de legitimidad"

De profesión historiador, Estévez es de quienes tempranamente estaban convencidos de inscribirse. A principios de 1987 escribió con Rafael Luis Gumucio el documento La dictadura de las armas o la soberanía del pueblo. La dictadura había hecho una consulta (1978) y un plebiscito (1980), donde hubo control electoral absoluto del gobierno, y los opositores denunciaron fraude, partiendo por la inexistencia de un padrón porque bastaba con la cédula de identidad para votar en cualquier lugar. En ambas ocasiones había funcionarios municipales en las mesas, un voto que se traslucía y dejaba la sensación que no era secreto, y un conteo a puertas cerradas, sin abrir las urnas frente a las personas, recuerda Estévez. Pero en 1988 "el país ya no era el mismo" después del inicio de las protestas en 1983.

Argumenta Estévez: "Había una crisis de legitimidad, de cuestionamiento al orden autoritario y dictatorial (...). La alternativa del camino militar, que plantearon algunos sectores de izquierda, no era viable" y tampoco "la alternativa del entendimiento entre el régimen y una parte de la oposición". El camino elegido, de la transición democrática, que requería de todos los actores, incluidos los partidos y la ciudadanía, para "resignificar el plebiscito" era "políticamente complejo" e implicaba impedir el fraude, que ganara el No y que este triunfo se tradujera en el inicio del término del régimen militar.

Apoderados que forman apoderados

El reto de los opositores era capacitar más de 60 mil apoderados del No en cinco meses para que estuvieran presentes en las 22.267 mesas donde iba a votar la ciudadanía el 5 de octubre. El primer curso de apoderados fue el 30 de abril. En términos institucionales fue clave la experiencia de Fundación Ideas –entonces era Centro Ideas–, que logró financiamiento de las fundaciones Ford y Novib para la formación ciudadana. Estévez era secretario ejecutivo de esta institución. Se formaron tres líneas de apoderados basadas en partidos legalmente inscritos, porque solo estos podían ejercer ese derecho: una del PPD, otra de la DC y una tercera del Partido Humanista. Los socialistas, que todavía no estaban inscritos como partido, se sumaron en la del PPD, creado con el propósito instrumental de cobijar a todos los opositores aunque finalmente no lo logró.

El diseño escogido para capacitar fue el de educación popular aplicada, dirigida a grandes grupos y con poco tiempo. Se basaron en la ley de votaciones populares y escrutinios para generar manuales de apoderados, rotafolios –papelógrafos preparados, con los dibujos ya hechos que se debían dar vueltas– y enseñar los tres momentos determinantes para la fiscalización ciudadana: antes de la votación, durante esta y el escrutinio.

– Desde el comienzo entendimos que los equipos formadores –explica Estévez–, que integraban las personas de Ideas, pero también de muchas otras organizaciones, no podían formar directamente a los 60 mil apoderados. Teníamos que formar apoderados para que formaran a otros apoderados. Queríamos que los apoderados del No fueran los mejor formados porque hacía mucho tiempo que no se votaba.

Había distintos tipos de apoderados: de mesa; apoderados generales, que coordinaban hasta 30 apoderados de mesas; apoderados ante las oficinas electorales a razón de uno por cada recinto de votación; apoderados ante la Junta Electoral, y apoderados ante los Colegios Escrutadores. A este universo se agregaban los enlaces y las personas destinadas al sistema de cómputos alternativos que practicó la oposición. Los apoderados dependían de los partidos y no de Ideas, pero usaban el manual elaborado por este centro y tenían la misma formación. "Todo esto debía hacer link con el recuento paralelo", dice Estévez.

En Ideas ratificaron la validez de sus manuales y cartillas instructivas con el director del Servicio Electoral, Juan Ignacio García. "Teníamos sospechas porque su hermano [Ricardo García] había sido ministro del gobierno de Pinochet, pero a Juan Ignacio García hay que reconocerle mucho, porque él dio garantías verdaderas desde el Servicio Electoral para que no hubiese fraude". García aprobó los manuales con lo que les dio legitimidad como documento de referencia para resolver dudas.

Las instrucciones que recibían los apoderados incluían aceptar el resultado si en una mesa ganaba el Sí. "Había que aceptar las reglas del juego, pero al mismo tiempo había que luchar voto a voto, porque habían votos que podían ser objetados, anulados". Para eso estaban entrenados los apoderados. Al estar mejor formados que los vocales, podían imponerse en la mesa en las discusiones sobre cuando un voto era objetado o nulo, o cuál opción se inclinaba si no era claro.

Los ensayos de votación

Hubo múltiples ensayos en las ONG y otras organizaciones para empoderar a los opositores. Cada apoderado debía participar en una capacitación, que duraba como mínimo tres horas.

– El diseño educativo recreaba las condiciones de una mesa de votación –explica Estévez–, con cinco personas, los vocales, que se ponían en una mesa. Otros actuaban como apoderados, votantes y fuerzas armadas. Se creaba una escena con las condiciones de funcionamiento de una mesa de votación, que era la mejor forma de entender el proceso, porque para algunos esto era completamente nuevo y otros sí se acordaban más o menos.

"Si los que hacían de fuerzas armadas se acercaban a la mesa más allá de un radio de soberanía," –prosigue– "que según la ley era de 20 metros, el presidente de la mesa tenía que pedir que se retiraran. Mientras duraba la votación el presidente de la mesa era un civil que tenía el poder de determinar qué es lo que había que hacer y no hacer, en concurso con los demás vocales de la mesa. Tenía más poder que los militares. Todo esto en teoría. Pero esto, de que las personas se sintieran empoderadas en su rol, de que eran presidentes de mesa, que podían decidir también la distancia a la que se podían colocar los uniformados, era tremendamente importante, porque teníamos que empoderarlos".

Los ensayos incluían situaciones complejas para que los opositores supieran qué hacer si los militares se acercaban al radio de soberanía, o si alguien trataba de votar más de una vez. En el momento de la contabilidad de los votos, quizá el instante más crítico era que alguien quisiera llevarse las urnas para contarlos en otro lado. Las respuestas que se aconsejaban, relata Estévez, "eran básicamente actitudes de no violencia. En el fondo, más que solo conocer bien lo que decía la ley, era la actitud. Por eso la puesta en escena era tan fundamental, para que tuviesen la actitud de cómo se debía defender la transparencia".

Tiene Estévez una visión crítica del trabajo del Sí durante el 5 de octubre. "Fueron totalmente desorganizados. No conocían la ley, no sabían cómo comportarse en una mesa de votación. Eso marcó una diferencia enorme, porque la gente que venía a votar, de alguna forma se daba cuenta quienes eran del Sí y quienes del No, y veían que cada mesa estaba protegida, que en cada mesa se iba a poder votar sin correr el riesgo de que se supiera cómo había votado. Ese era el temor que había, que se descubriera que había votado que No y que eso le pudiese traer algún tipo de consecuencia en su vida personal, familiar. No era de locos pensar así".

Los partidarios del Sí "tenían su apuesta de formar a casi último momento", afirma Estévez. "No habían considerado la formación de apoderados del Sí. A última hora empezaron a formarlos, usando, pirateando y copiando los materiales del No".

"Una emoción colectiva"

Todavía con la luna, cuando estaba oscuro, partió Estévez rumbo al local de votación de la población La Victoria el miércoles 5 de octubre de 1988. Esta población de la zona sur de la capital, que surgió en una toma en 1957, fue el epicentro de las protestas contra la dictadura. Un disparo de carabineros había matado al sacerdote francés André Jarlan en 1984 y su colega, también galo, Pierre Dubois, que se había interpuesto con los brazos en cruz frente a vehículos policiales para impedir la represión, había sido expulsado del país en 1986 junto con dos misioneros franciscanos después del atentado contra Pinochet ese año. Estévez eligió este lugar para ser apoderado porque iba a concitar una presencia popular significativa. La Fuerza Aérea estaba a cargo del recinto.

"En la noche previa prácticamente no dormí" –dice Estévez. Pensó "en los años de lucha contra la dictadura, el dolor de tantas personas por la ausencia de sus seres queridos, por la suerte que habían sufrido, por la represión, por la violación, los derechos humanos", recuerda. Cree que las personas que votaron ese día "sabían, o intuían, que no solamente lo estaban haciendo por sí mismos, sino también por un conjunto muy grande de personas, que había soñado de que esto era posible. Nuestro compromiso era hacer posible la utopía de ganarle a la dictadura".

– Había una emoción colectiva muy grande. Eso estaba sucediendo en todo el país. Esta emoción colectiva, esto de sentirse parte de un momento histórico, de una responsabilidad común, que era ganarle a Pinochet y que la dictadura fuera derrotada, eso es lo que más marca ese día.

La votación fue normal en su local, como en el resto del país, con gran afluencia de votantes. El plebiscito ha sido la elección con mayor porcentaje de votantes sobre el padrón, un 96,6%. Se repartieron sándwiches y empanadas para los apoderados del No, "mientras los del Sí miraban con envidia". A diferencia de otros locales, donde en las primeras mesas ganaba el Sí, porque los primeros en inscribirse fueron los partidarios de Pinochet, en La Victoria el triunfo del No fue generalizado.

Al terminar el recuento Estévez salió del local. Fue uno de los últimos en hacerlo "para asegurar que quedaran en custodia los útiles electorales, que todo quedase bien cerrado, que no hubiese después peligro de intervención de esas mesas". Partió al comando del No, con la incertidumbre si se iba a reconocer el resultado, "incluso, de que hubiese un autogolpe. Después supimos que fue así, que hubo un intento claro, había documentos desclasificados de cómo el gobierno de Estados Unidos sabía que había movimientos dentro de las Fuerzas Armadas, en particular en el entorno de Pinochet, destinados a no reconocer el triunfo del No si eventualmente ocurría, e incluso a dar un golpe", dice.

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