Columna de Héctor Soto: Preámbulos constitucionales

Plebiscito


La lápida sobre la Constitución del 80 no será el abrumador triunfo del Apruebo en el plebiscito que tendrá lugar el próximo domingo 25 de octubre. La verdadera lápida, en realidad, fue el acuerdo del 15 de noviembre, que entregó la Carta Fundamental como puerta de salida a una situación generalizada de violencia y descontento social que contaba con la simpatía de una amplia mayoría ciudadana.

La derecha llegará dividida al plebiscito, no solo porque el Rechazo se había estado imponiendo en el sector, sino también porque la exhortación a optar por el Apruebo de Pablo Longueira, posiblemente el más mesiánico de los políticos chilenos de las últimas décadas, ha llegado demasiado tarde. Incluso Evópoli, que era el único partido de Chile Vamos matriculado con el Apruebo, había cambiado poco antes su línea de partido, dando libertad de acción a sus militantes, tal como antes lo había hecho RN. Al final, la UDI es el único partido jugado por el Rechazo, pero la rareza es que el principal precandidato presidencial de sus filas nunca fue parte de ese libreto, lo cual no deja de relativizar la posición de la colectividad. Siendo así, al menos en la derecha, todo indica que el 25 será el día de la dispersión. A una pregunta que es fundamental, porque interroga el rayado de cancha sobre el que descansa tanto la convivencia como la institucionalidad del país, la derecha no sabe cómo responder. Que sí, que no. El fenómeno pude interpretarse de dos maneras. O como un síntoma de lo lejos que ha llegado el pragmatismo en el sector, dado que el cambio constitucional nunca fue parte de sus demandas, o como una señal de lo extraviada que ha estado la derecha en los años recientes. Elija usted.

Aun si la posición de Longueira no alterara mucho la correlación de fuerzas del sector en las semanas previas, el efecto más inmediato de su regreso a la política es restarle dramatismo al referéndum de octubre, es decir, aguarlo, trivializarlo, diluirlo, de tal manera que el resultado, por categórico que pueda ser, sea políticamente irrelevante para el gobierno. Por la forma en que él lo planteó, no en primera instancia, pero sí al final, hay algo de acatamiento en su táctica de esa vieja recomendación del pragmatismo político: si no puedes contra tu adversario, bueno, únete a él. En este caso, de lo que se trata es de quitarle al resultado la dimensión triunfal que la oposición había estado reivindicando todos estos meses para sí. Al menos él, buena parte del gabinete y otros tantos más, ese domingo en la noche no se sentirán derrotados. El plebiscito es solo un ticket para la definición de fondo, que es la elección que viene en abril, cuando aparte de renovar los municipios y elegir a los nuevos gobernadores regionales, el país tenga que elegir a los miembros de la convención constitucional.

Para la oposición, en principio, las cosas son más fáciles, porque al fin la Constitución del 80 tendrá sus días contados. En eso el plebiscito no dejará duda alguna. De lo que venga después, sin embargo, nadie en ese bloque opositor tiene la menor idea. Hasta aquí lo único que está claro es que la oposición se ha movido al ritmo del PC y la izquierda radicalizada -jornada laboral de 40 horas, apoyo a la primera línea de las manifestaciones de octubre, complicidad con la violencia, festival de acusaciones constitucionales, condena a Chadwick, intento de destitución del Presidente de la República, reforma constitucional para intervenir el manejo de la hacienda pública- y no hay que mirar debajo del agua para reconocer el efecto de eso en el posicionamiento del alcalde Daniel Jadue de cara a la próxima elección presidencial. Socialistas, pepedés y DC creían haber estado trabajando para sí. Hasta el Frente Amplio compartió ese error. Pues bien, se equivocaron.

En algún momento se tendrá que investigar en serio en qué momento la centroizquierda chilena decidió hacerse el harakiri. En qué momento la Concertación se avergonzó de su propio legado. Es de los fenómenos más raros de la literatura política en décadas. Los más literales dirán que fue en el instante en que nació la ex Nueva Mayoría para llevar de regreso a Michelle Bachelet a La Moneda, ahora incluyendo al PC en la coalición. La verdad, sin embargo, es que el proceso de desgaste y desilusión venía de mucho antes. Porque si bien la Concertación fue una alianza política extraordinariamente exitosa -de hecho, la más exitosa de toda la historia de Chile-, su éxito radicó mucho más en la oposición a Pinochet, que sus dirigentes libraron sin desmayo, que en el proyecto del Chile que querían construir. Fue esto lo que nunca se vio con claridad y lo que llevó a la Concertación a interpretar como ajenos logros que, en rigor, eran propios.

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