Columna de Óscar Contardo: Mano dura



Ha regresado un vocabulario antiguo, palabras amarradas con espinas, que en otro tiempo fueron usadas para revestir de una débil pátina de falsa sensatez todo tipo de barbaridades. Primero fue el lenguaje bélico que adorna cada declaración del actual gobierno que, en su ansiedad de campeonato, transforma todo en una batalla y es capaz de anunciar una guerra por cadena nacional sin haber tenido jamás claro quién era el enemigo. A ese alfabeto de trinchera se han sumado expresiones dispuestas sobre la mesa con total naturalidad, fórmulas tales como toque de queda, estado de sitio o intervención militar, que son invocadas como si se tratara de un pronóstico del tiempo, una liviandad tenebrosa se nos anuncia que se nos acerca una tormenta, así que mejor vayamos abriendo los paraguas. La política de gobierno parece estar regida por la idea de hacer de las medidas excepcionales rutinas costumbristas, ir corriendo la vara de a poco, elevando el umbral del dolor, anestesiando el cuerpo, acostumbrando las pupilas para aprender a moverse en la oscuridad.

Repentinamente vemos por televisión la manera en que se dispone una escenografía para expulsar migrantes como si se tratara de terroristas de alta peligrosidad, personas a las que el propio gobierno había invitado a venir en medio de esa fanfarria desafinada que fue el festival de Cúcuta. Filas de hombres y mujeres cabizbajos enfundados en plástico avanzando en una coreografía estilo Chacarillas con influencias de Guantánamo. Es una forma de desalentar a que otros vengan, explicó una autoridad, con el tono de quien recomienda beber té caliente para el resfrío, evocando antiguas costumbres de guerra bárbaras o de la inquisición española consistente en exhibir los cuerpos inertes, del enemigo extranjero o del pecador, para que la población se enterara de los riesgos que acarrea el disenso. La intensidad y frecuencia de los mensajes en esa clave van dividiendo a la población según criterios secretos: hay gente peligrosa, gente floja, gente poco patriota, gente digna de humillar y gente desechable. Un día puede ser la militarización de la frontera norte, al siguiente las imágenes de un policía disparándole a un hombre porque no quiso mostrarle su carné de identidad.

Pasan las semanas, transcurren los meses y todas las señales indican que lo mejor es olvidarse de los muertos, de los heridos, de los ojos reventados, de los maltratos y de los montajes fabricados para encerrar personas en la cárcel. No debe ser para tanto, porque a pesar de todo lo ocurrido, el jefe de la policía uniformada ofrece sus opiniones políticas a los medios sin disimulo y total desparpajo, explicando que “es necesario incorporar a las Fuerzas Armadas con todas sus capacidades para fortalecer la labor de Carabineros en la zona”. Según el jefe de Carabineros, si no fuera porque los uniformados tienen que rendir cuentas ante las instituciones de justicia por sus acciones, todo avanzaría más rápido. La solución para él entonces consiste involucrar a las Fuerzas Armadas (¿es eso constitucional?) y seguir haciendo más de lo mismo, pero con más poder, algo que, según todos los expertos y la propia experiencia en la zona, no funciona. Pero a quién le importa lo que digan los expertos cuando la nostalgia por la mano dura se impone como única receta. A nadie, al menos no en el gobierno.

Este viernes, el Presidente Piñera convocó a una reunión con representantes de los poderes del Estado para tratar los hechos de violencia en La Araucanía, que, según el Presidente, es necesario enfrentar con un acuerdo nacional, lo que para el oficialismo significa declarar estado de sitio en la región y militarizar el control del orden público. Adriana Muñoz, la presidenta del Senado, acudió a la reunión y posteriormente hizo una declaración en la que explicó algo que ya han señalado los especialistas en seguridad pública: es necesario desarrollar la investigación y las acciones de inteligencia para saber a quiénes hay que perseguir policialmente. Ya sabemos que desplegar fuerzas por desplegarlas, para dar la sensación de que se está haciendo algo, acaba como el Comando Jungla o como lo ocurrido una y otra vez en tres décadas de democracia. Una crisis compleja no se soluciona a punta de pistola. Al menos no en democracia. Mientras la senadora hablaba, el Presidente Piñera se fue retirando, primero charló despreocupadamente tras ella y luego abandonó el punto de prensa como quien se escabulle de un compromiso adquirido a disgusto. Tal vez sea que al Presidente le aburra escuchar un idioma que le resulta ajeno, o que la lengua de los acuerdos nacionales a los que tanto le gusta apelar sea excluyente y exclusiva, y solo acepta el vocabulario de la mano dura y del provecho inmediato, que prescinde de todo respeto, desprecia el protocolo, rehúye de la crítica y de la evidencia que brinda la historia reciente.

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