Columna de Max Colodro: Violencia eficaz

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Saqueo durante el 6 de noviembre pasado. Foto: Agenciauno


No alcanzó a terminar enero y mucho menos el verano. Con cinco muertos en 72 horas, decenas de comisarías atacadas, saqueos a supermercados, buses calcinados, edificios públicos destruidos, partidos de fútbol suspendidos, la violencia hizo su reestreno en sociedad. De algún modo, marzo no ha llegado aún y ya volvimos a octubre, a un contexto donde la destrucción se impone otra vez como el principal ingrediente, como imperativo categórico de un proceso donde la política, el orden público y el Estado de derecho llevan meses desaparecidos.

Con todo, el contraste es que ahora un sector de la derecha ve a la violencia como un elemento útil, que día a día suma votos al rechazo en el plebiscito de abril próximo. Obviamente, la derecha no la justifica ni la "comprende", como sí hace un segmento importante de la centroizquierda. Pero frente a un gobierno que en esta materia parece haber claudicado, cuando Carabineros confirma no tener las capacidades y protocolos necesarios para abordar el fenómeno, los opositores al proceso constituyente han visto en la violencia el principal motivo para cuestionar la viabilidad del proceso constituyente.

En la centroizquierda, la pulsión desestabilizante, el secreto deseo de que el gobierno siga siendo consumido por el desorden y la violencia, se enfrenta al imperativo de ganar por amplio margen en el plebiscito. Los sectores que apoyaron el acuerdo del 15 de noviembre no logran –y muchos no quieren- poner una barrera sanitaria que de verdad los diferencie de los apologistas de la destrucción, de los que rinden homenaje a los encapuchados en la ex sede del Congreso o aplauden en redes sociales los piedrazos y molotov contra Carabineros. La verdad es que, a estas alturas, la simple condena a la violencia es un mero eufemismo. En la oposición no hay voluntad de colaborar en la solución a los problemas de orden público porque ellos siguen golpeando la credibilidad del gobierno y porque, no pocos, tienen la esperanza de que finalmente terminen empujando a Sebastián Piñera por el despeñadero.

En resumen, la destrucción que vuelve a ser protagonista tiene ahora además el aditamento de una transversal funcionalidad. Para unos, es el factor que puede hacer triunfar el rechazo al proceso constituyente; para otros, sigue ayudando a mantener al gobierno en estado de coma, prisionero de su incapacidad para restablecer el orden. Así, cada día son más los que ven en la violencia a un aliado de su causa, un elemento que puede ayudarlos a obtener lo que quieren. Peligrosamente, esta ambigua complicidad irá jugando un rol cada vez más decisivo.

La violencia que esta semana ha retornado con fuerza, tiene en los más pobres y vulnerables a sus principales víctimas. Son habitantes de comunas como San Ramón, Quilicura o La Pintana, los que en su mayoría sufren el saqueo y la destrucción de sus supermercados, sus farmacias y sucursales bancarias. Este carácter profundamente "clasista" de la violencia que Chile enfrenta desde el 18 de octubre, hace todavía más incomprensible el respaldo o, al menos, la condescendencia que ha recibido desde amplios sectores de la izquierda. Salvo, otra vez, por la convicción en su eficacia para debilitar al gobierno, aunque las encuestas confirmen que ninguna fuerza opositora está capitalizando nada del estallido social y de sus graves expresiones. No importa, no ayudarán al gobierno a abordar los problemas de orden público porque, sencillamente, la cuenta que está pagando La Moneda es colosal.

En fin, lo observado en estos días puede ser un triste anticipo de lo que se viene en las próximas semanas y meses. Con voluntades para enfrentarlo cada vez más disminuidas e intereses depositados en ello cada día mayores. Es difícil saber entonces en qué condiciones se llegará al plebiscito del 26 de abril, pero es evidente dónde están hoy puestos los incentivos. En rigor, en este trance el proceso constituyente y la propia democracia son rehenes de la violencia, esa que nadie controla, que todos dicen condenar, pero a la que en realidad muchos apuestan.

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