Columna de Herman Chadwick: la soledad frente a una pantalla llena de caras

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"Hay una labor personal, de las personas que tenemos más recursos, de ayudar al que está cerca de uno. El teléfono no deja de sonar y el bolsillo no deja de dar", dice el abogado, empresario y presidente del directorio de Enel Chile en su Relato Personal.



Hay que estar con la gente. Hay que oler a la gente, hay que tocar a la gente, hay que mirar a la gente. Esa idea de que el trabajo a distancia es mejor no es verdad. La verdad es que la vida del hombre es en sociedad. Los directorios son con las personas presentes. El trabajo en la oficina es con los abogados presentes. El trabajo en Enel es con los trabajadores ahí, con los directores ahí, con los comité ahí. No me he acostumbrado, no mucho. Me ha costado mucho este ritmo de la cuarentena. Soy una persona súper activa. Tengo mi oficina de abogados en el barrio alto, tengo la oficina de Enel en Santa Rosa, tengo la oficina del CAM (Centro de Arbitraje y Mediación de Santiago) en la calle Santo Domingo. Me muevo mucho todo el día, siempre he sido una persona inquieta. Y la pandemia creo que llegó para quedarse y tengamos que aprender a vivir ella. Me armé una oficina en la casa. En vez de levantarme a las 7, me estoy levantando a las 8. Hay una hora más para leer tranquilo el diario, tomar desayuno. En mi “oficina” estoy a las 9. Soy muy ordenado, porque si uno no tiene rutina para enfrentar esta situación, es terrible. La mía consiste en que en las mañanas estoy en mi escritorio de 9:00 a 14:30 de la tarde. Después, a las 14:30, almuerzo. Luego descanso un ratito, cosa que nunca había hecho. He ido dos veces a ver a mis nietos. En un momento en que no hubo restricción, como hace 4 o 5 semanas. Los fui a ver, pero ellos me echan. Me dicen "no, tata, tú no, cuidado, te vas contagiar". Entonces me dejan en la puerta, detrás de la reja y ahí los miro. Después no los he visto más. Antes teníamos almuerzos familiares los domingos, con todo el choclón, hijos y nietos. Ahora no se puede. Me comunico con ellos, uso todos los elementos de la modernidad. Uno en un mes aprendió lo que no pensaba aprender nunca o que no había aprendido en 15 años. Manejar la tecnología, manejarla solo, sin la secretaria al lado. Manejar videoconferencia, Zoom. Todo a distancia, y lo manejo perfectamente bien. Porque la necesidad tiene cara de hereje, la necesidad obliga. Antes uno se podía resistir. No, que no quiero, que para qué. Ahora mi pantalla pasa llena de caras, puras caras que hablan. Con los nietos conversamos, ellos me echan tallas, me mandan whatsApps, se ríen un poco de mí, yo me río de ellos. Pero la pérdida de mis hijos y mis nietos ha sido muy dura para mí y sobre todo para la “Manene”, mi señora. Con ella somos muy unidos, felizmente, somos inseparables y nos hemos tenido mucha paciencia. Ha sido una experiencia muy cercana. Ella es muy habilosa, entonces en las mañanas se queda en su pieza, en el segundo piso. Ahí hace sus cosas y yo me quedo en el escritorio mío, en el primer piso. Pero ella está muy triste por no ver a sus nietos. Así que hay que hacerle harto cariño, estar cerca de ella y escucharla. Oírle sus quejas, oírle sus dolores, sus penas. Recado para los maridos: escuchen a las señoras. Las señoras merecen ser escuchadas. Nuestras mujeres están tristes, porque nacen con un cariño muy especial por sus hijos y sus nietos y viven mucho para ellos. Todos hemos recapacitado con esta soledad que hemos tenido en nuestras familias más directas y que no la habíamos experimentado nunca. Es muy triste, olorosa, aflige mucho. Nosotros necesitamos a nuestros hijos y nietos, y pienso que ellos también a nosotros. Hace un tiempo escribí una carta al diario. Nació como un acto de rebeldía hacia aquellos que iban a la playa y que pensaban que tenían derecho a hacerlo. Los derechos tienen límites y aquí hay uno, que era no contagiar a la gente que vive en la costa, especialmente en el caso mío en Zapallar. Escribí la carta para que tomaran conciencia. Porque ir a la segunda vivienda era un capricho. Al final, algunos se quedaron allá para siempre, llevan muchos meses, supongo estarán tranquilos. Pero otros no fueron, por lo tanto creo que influyó en que muchos recapacitaran. A algunos de mis amigos les tiré los cachos. Durante esta pandemia he visto muchas realidades, muy complejas. La más terrible es la mala calidad de vida de los pobres, el vivir hacinados. El trabajo ocasional para la gente más modesta, que le permitía llegar todos los días con un billete a la casa se terminó.  Con lo cual esa persona, a la cual le pedimos cuarentena, le es imposible hacerla, porque tienen que decidir entre correr el riesgo de enfermarse o no comer. Y la verdad es que uno siempre elige comer y que coma su familia. Hay una labor personal, de las personas que tenemos más recursos, de ayudar al que está cerca de uno. El teléfono no deja de sonar y el bolsillo no deja de dar. He sabido de muchos casos: el señor que viene a hacer el aseo a la casa y se queda sin aseo y que hace a varias casas; la niña que vendía los pasajes en la agencia de turismo que nunca más vendió un pasaje; el garzón del restorán amigo que me servía y ya no tiene a quien servirle, no tiene ni el sueldo, ni la propina. Son miles de miles de casos. Un recado a mis amigos: hay que ayudarlos, pero ayudarlos ahora. Y hay que abrir el bolsillo.

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