Campañas como si no pasara nada



Por María de los Ángeles Fernández, doctora en Ciencia política y analista política

La impresión de que Chile venía a ser el país con mayor cantidad de elecciones a distintos niveles, en menor tiempo y en plena pandemia, me la confirma gentilmente el politólogo y jurista Daniel Zovatto. A una consulta vía Twitter, señala que la situación obra como “laboratorio”. Me ayuda a reconciliarme por un instante con una red social en la que la descalificación y el señalamiento están -lastimosamente- a la orden del día.

Por ello, nada de extraño es que parte de la discusión pública se circunscriba a asuntos propios de las campañas. Luego de las primarias presidenciales del 18 de julio pasado, la toma de posiciones de los distintos partidos, así como la necesidad de definiciones programáticas, cobran velocidad de crucero.

Particularmente llamativo es el intenso ajetreo de personalidades cuyos nombres se vinculan con uno u otro comando. Hablamos de redes de confianza de los candidatos, encargados del relato, “cerebros económicos”, así como de quienes podrían llevar las riendas del trabajo programático.

Nada que no se haya visto antes, pero ¿pueden enfrentarse las contiendas electorales por venir desde la rutina preestablecida y como si no pasara nada? Las tendencias que prefiguran elecciones previas hablan de hostilidad hacia los partidos tradicionales, así como hacia la élite gobernante, junto con un prestigio en ascenso para quien se reclama “independiente”.

Si de cambios más estructurales se trata, habrían muerto las campañas electorales tal como las conocimos. Así de taxativo es Mario Riorda quién, no sin traslucir cierta visión romantizada, sentencia que “dejaron de ser el acto ritual y legitimador de la democracia” para pasar a “puro acto adversarial como respuesta al hartazgo”, actuando, además, como “separadores sociales”.

Lo más incisivo es, probablemente, el tránsito constitucional que el país vive y, frente al cual, Jorge Schaulsohn plantea que “la nueva Constitución es infinitamente más importante que cualquier programa o conjunto de promesas que puedan hacer los candidatos presidenciales porque ahí se define el país que vendrá”.

Tal idea corrobora la “constitucionalización de la política”, advertida por la suscrita en este mismo espacio. La Convención Constitucional adopta posturas sobre algunos temas más propios de la política contingente (¿contribuye a ello una posición presidencial de “pato cojo” cronificada?). Su contracara se observa en una politización de dicha instancia que, aunque parece tender a corregirse, es impulsada por convencionales que, accediendo a ella mediante el discurso antipartido, incurren en replicar lo previamente criticado.

Tiempos extraños, tiempos bisagra, tiempos donde -también para las campañas- no resultan ser buenos consejeros ni la simplificación ni el recurso a la vieja usanza.

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