Columna Claudia Sarmiento: Nosotras y nosotros, el pueblo de Chile



“Nosotras y nosotros, el pueblo de Chile, conformado por diversas naciones, nos otorgamos libremente esta Constitución, acordada en un proceso participativo, paritario y democrático”. El preámbulo de la propuesta que votaremos este domingo 4 de septiembre es simple, pero evoca conceptos de profundas raíces e implicancias.

Nosotros y nosotras, el pueblo de Chile, le dimos a la Convención Constitucional un mandato para deliberar y proponernos un texto que respondiera a preguntas tales como por qué erigir un poder organizado como el Estado, qué derechos tenemos frente a él, qué esperar de la vida en comunidad, qué nos debemos recíprocamente o cómo distribuiremos los beneficios de la cooperación social o el propio poder.

Quienes buscaron contestarlas son el reflejo del crisol que somos y, como tal, sus propuestas y métodos están plagados de virtudes y fortalezas, así como de imperfecciones y vulnerabilidades, tan diversas como quienes habitamos este país. Los convencionales trabajaron desnudando esperanzas, miedos, ansiedades, amor, paciencia, impaciencia, racionalidad e irracionalidad, y el más amplio espectro de emociones y razones. Limitar y simplificar nuestra experiencia vital y los procesos de decisión solo a la rabia o al amor es equivalente a desconocerla; tomar conciencia de los límites propios de la condición humana nos permite comprender cabalmente el texto que se plebiscita.

Cómo damos respuesta a estas eternamente nuevas preguntas, tiene al mundo entero observándonos. La exclusión del poder gesta la demanda de reconocimiento de las mujeres, los desafíos de la relación con los pueblos indígenas, las disidencias sexuales, las personas con discapacidad o los derechos de los niños, niñas y adolescentes; la redistribución asociada a la reivindicación de los derechos sociales a la previsión social, salud, educación, vivienda, alimentación o agua, además de la preocupación por el cambio climático, son congojas globales, no solo domésticas.

En 2019, nuestras diferencias profundas hicieron que algunos dieran la espalda a la paz, por lo que hay quienes temen a los escenarios posteriores al plebiscito. Estas semanas convivimos incómodamente con la incerteza acrecentada por las interpretaciones exageradas o derechamente falsas, las miradas triunfalistas, los actos de denostación y ataque hacia los adversarios y un grotesco agravio a los emblemas nacionales. Luego, ronda la pregunta de si podremos encontrar acuerdos en democracia y con gobernabilidad, con responsabilidad y con respeto.

La necesidad de contar con un nuevo acuerdo sobre cómo convivir hoy y en el futuro está vigente y es una demanda transversalmente asumida. Cómo enfrentarla dependerá, en buena medida, de no soslayar la propuesta que realizó la Convención Constitucional. Los anhelos contemporáneos contenidos en 388 artículos no se irán con el resultado del plebiscito. La velocidad y profundidad de los cambios dependerá, nuevamente, de nosotras y nosotros, el pueblo de Chile.

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