Columna de Álvaro Pezoa: Plaza de la Indignidad



La plaza Baquedano llegó a tener un lugar preminente dentro de la ciudad de Santiago. No solo por la centralidad de su locación. Se distinguía en ella, representado sobre su caballo, la figura del líder militar chileno -general Baquedano- durante la Guerra del Pacífico que le daba su nombre. Y bajo ella había espacio para la tumba al soldado desconocido. Símbolo inequívoco de unidad y orgullo histórico nacional. Por lo mismo, punto de encuentro ciudadano en grandes celebraciones espontáneas y, también, organizadas. Fue vandalizada en reiteradas ocasiones a partir del 18-O de 2019, puesto que el lugar se convirtió en el principal punto de despliegue de la “revuelta octubrista”. Finalmente, la plaza fue arrasada y el monumento sacado para restaurarlo, protegerlo y evitar que continuara siendo mancillado.

Durante las últimas semanas las autoridades involucradas: del gobierno, la Gobernación Metropolitana y alcaldías de las comunas que colindan en ese espacio urbano han debido intentar ponerse de acuerdo sobre su diseño final y nombre. Tres aspectos de ese pacto parecen estar encaminados: la plaza volvería a denominarse con su antiguo apelativo -“Italia”-, a ella no regresaría la estatua del héroe nacional de la guerra contra peruanos y bolivianos (1879 - 1884), y se habilitaría un memorial para los hechos acaecidos a partir de octubre de 2019 (Tohá dixit). En palabras simples, se trataría de la rendición simbólica del país ante la violenta asonada terrorista-delictual que injustamente padeció el país. Sería eliminada totalmente la profunda connotación patriótica del lugar y, si todavía ello no fuese suficiente, se erigiría un recordatorio permanente y apologético para la llamada “primera línea” y las que esconden su mano detrás de aquella.

La lectura de estas decisiones no puede ser menos auspiciosa para Chile. El Estado -mediante sus personeros de turno- se arroga estas atribuciones en evidente desmedro de la amplia mayoría de la nación. Confirma su entreguismo ante la violencia sectaria y antirrepublicana. Da la espalda a la gloriosa gesta del pueblo chileno en armas, a su Ejército (y, por su participación en la contienda bélica, también a su Armada). Y, de un plumazo, sentencia que debemos rendir pleitesía pública a quienes procuraron, usando los peores medios, destruir el orden social existente para dar paso, vía revolucionaria, a la refundación izquierdista-totalitaria de Chile.

Queda a la vista, asimismo, el galanteo inquebrantable de la coalición gobernante con el uso de la violencia para la obtención de fines políticos. Su condescendencia con la delincuencia y el terrorismo. Su proximidad a ideas disolventes de la sociedad y un aparejado desdén por la tradición histórico-cultural vernácula. ¡Plaza de la “Indignidad”! Nada nuevo, nada sorprendente, nada bueno.

Por Álvaro Pezoa, ingeniero comercial y doctor en Filosofía

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