Columna de Carlos Meléndez: ¿Soft o light?

Los hitos en la disputa entre Boric y Bukele, el presidente más popular de la región


La inseguridad ciudadana no es un problema nuevo para la gobernabilidad de los países latinoamericanos. Más allá de altos y bajos en el nivel de victimización de la violencia criminal en nuestros países, ha sido ya por unas cuantas décadas, materia de agenda pública dado el dolor de cabeza que implica para los gobernantes y el resguardo apremiante que significa para los ciudadanos. Podemos decir que la mayoría de los países de la región lo sufren y, por lo tanto, son pocos los casos que lucen exitosos ante la opinión pública.

De un tiempo a esta parte, Nayib Bukele se ha erigido como un estandarte regional en la materia, según encuestas que se reproducen en cada país. El 67% de chilenos califica su labor como “excelente”, según sondeo de Cadem de abril de este año, seguido por el mandatario ucraniano Volodimir Zelenski con 39%. Un mes después en Colombia se conocía que un 55% de habitantes de ese país quisieran un presidente como él (Datexco). La popularidad de Bukele no solo es récord en su país (90% lo aprueba, según Latinobarómetro), sino en toda la región. Se sabe que esta reputación ha sido labrada a costa de arbitrariedades y abusos que han debilitado la democracia salvadoreña. Pero no cabe duda de que hoy es un “role model” para aspirantes presidenciales en Ecuador (Jan Topic) y Argentina (Javier Milei), aunque sin el éxito esperado en las urnas. Y seguramente veremos reproducir más imitadores en los próximos comicios. ¿Acaso Bukele no se ha establecido como un soft power regional?

No cabe duda de que otro presidente latinoamericano millennial, Gabriel Boric, aspira a tener una influencia internacional. En su último periplo europeo, ensayó una postura a favor de Ucrania en su guerra contra Rusia, marcando así distancia del histórico líder vecino Lula da Silva. En su “tour de France”, que incluyó una conferencia en La Sorbona, posicionó su proyecto político en la misma familia que la española Podemos, que La France Insoumise, y que la griega Syriza. Además, se dio tiempo de confesarnos que algo dentro de él “quiere derrocar el capitalismo”, para así redondear su narrativa de nueva izquierda movimientista global. ¿Acaso es errado pensar que Boric también se esfuerza por tentar un liderazgo internacional de distinto tono ideológico, eso sí, al de su coetáneo salvadoreño?

A diferencia de Bukele, no quedan dudas de las credenciales democráticas de Boric. Pero en la batalla moral entre el orden versus la corrección política, los líos internos chilenos le terminan jugando una mala pasada al magallánico. Los escándalos de las fundaciones frenteamplistas no hacen más que socavar el relato de superioridad moral de que tanto se jactaba su socio político Giorgio Jackson. Pero, sobre todo, disuelve en la inconsistencia cualquier aspiración de liderazgo internacional real, más allá de las élites progresistas (que al igual que con Bachelet, seguramente le acogerán después de su gobierno). Evidentemente, Boric tiene sus hinchas a nivel nacional (un tercio de apoyo popular parece ser su piso) e internacional. Pero si nos enfocamos en el convencimiento masivo de la idoneidad del proyecto político, difícilmente grandes proporciones de ciudadanos de otros países sueñen con vivir bajo el mandato de versiones locales de Boric, algo que no sucede con Bukele. Si de poderes se trata, esa es la diferencia entre ser soft (Bukele) y ser light (Boric).

Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

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