Columna de Diana Aurenque: Ecoterrorismo: ¿Una barbarie?

Handout photo issued by Just Stop Oil of two protesters who have thrown tinned soup at Vincent Van Gogh's famous 1888 work Sunflowers at the National Gallery in London, Friday Oct. 14, 2022. The group Just Stop Oil, which wants the British government to halt new oil and gas projects, said activists dumped two cans of Heinz tomato soup over the oil painting on Friday. London’s Metropolitan Police said officers arrested two people on suspicion of criminal damage and aggravated trespass. (Just Stop Oil via AP)


Ad portas de la próxima conferencia sobre el cambio climático COP27 en Egipto, activistas medioambientales han desplegado una serie de acciones y ataques en prestigiosos museos europeos: ecologistas de Just Stop Oil lanzaron una sopa de tomates a un cuadro de Van Gogh y una tarta de chocolate a una obra de cera. Recientemente jóvenes del grupo Última Generación también arrojaron una sopa de guisantes a “El Sembrador” de Van Gogh. Ante estos y otros sucesos, Francia se declaró en guerra contra el “ecoterrorismo”.

¿Terrorismo? Según la RAE el “terrorismo” es una “actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y, por lo común, de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos”. Pese a que los activistas dicen no querer dañar las obras (cubiertas con vidrios), sino más bien visibilizar la causa medioambiental, no cabe duda de que han logrado alarmar a muchos, y calificarían como terroristas en aquel sentido. Sin embargo, al terrorismo también le es propio movilizar mediante el terror o el miedo. ¿Qué terror despierta el “ecoterrorismo”?

Si bien acciones como estas son controvertidas, la cuestión merece mayor reflexión. Por cierto, dañar una obra de arte pareciera aterrar en cuanto se considera una barbarie; un atentado contra obras culturales. No obstante, e intentando imaginar la óptica de los activistas, aquella sería menor ante otra mucho mayor: la barbarie de seguir postergando políticas que aseguren la sobrevivencia en un planeta que se sobrecalienta. Ese sería entonces el peor terror de todos; la ceguera ante la posibilidad de la propia extinción.

¿Terror como ceguera? En la conferencia “Hacia una comunidad planetaria y ecológica” recientemente ofrecida por Vanessa Lemm en el II Congreso Internacional De Estudios Nietzscheanos (RIEN) en Madrid, la filósofa hizo hincapié en la importancia de cobrar consciencia sobre la vida vegetal para un arraigo planetario urgente ante la crisis climática. Lemm expuso una extraña paradoja: la función fundamental de las plantas para la proliferación de la vida (para la alimentación, la atmósfera, etc.) por un lado; pero también, por el otro, nuestra “ceguera vegetal” -filosófica y cultural- respecto de aquel rol.

Lemm acierta: no vemos la importancia de las plantas. Pero peor aún: somos ciegos ante las necesidades del planeta y de nuestra interdependencia con éste. Las dificultades, retrasos y/o negativas a nivel de acuerdos políticos globales vinculantes, por ej. en la reducción de emisiones de carbono o del tránsito de combustibles fósiles hacia energías renovables, demuestra una incapacidad genuinamente terrorífica en función de proteger la verdadera “gran casa de todos”, el planeta.

El terror no ocurre, pues, solo en lo que activamente nos asusta. Quizás hay más terror ahí donde la amenaza más vital -la propia sobrevivencia- se trivializa, se ciega y se desnaturaliza. A tal punto que el terror se ha vuelto arraigo que inmoviliza y nos fija desterrados, en un planeta sin plantas ni raíces.

Por Diana Aurenque, directora del Departamento de Filosofía Usach

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