Columna de Diana Aurenque: Por una derecha mejor



El fracaso del Apruebo o la victoria contundente del Partido Republicano en la última elección han obligado a que la izquierda y centroizquierda entren en un proceso de máxima autocrítica. Revisar, por ejemplo, aquello que Hugo Herrera denomina el “moralismo” de la “nueva izquierda”, replantear la pertinencia de su progresismo valórico ante las demandas populares a urgencias más tradicionales -la seguridad o el costo de la vida-, de su lectura sobre los bullados treinta años desde la vuelta a la democracia o las consecuencias institucionales que trajo defender la desobediencia civil durante el estallido social. Estos son algunos ejemplos de una revisión necesaria.

Pero, por la otra vereda, la derecha y la ultraderecha parecieran que aún no hacen su parte. A 50 años del Golpe de Estado, un año de tanto simbolismo, el país tiene hoy la oportunidad histórica de sanar del pasado. Porque seamos claros; hasta ahora, ambos opuestos mantienen entre sí una relación tóxica. Y como en toda relación de este tipo, poco podrá sanar una, si la otra sigue enferma. Hay que romper el círculo vicioso y trabajar no solo por una mejor izquierda, sino también por una mejor derecha.

Para los más ortodoxos de izquierda, una derecha mejor es imposible. Pero para cualquiera que entienda la oposición política más allá de un moralismo entre “buenos” o “malos”, no solo es posible, sino inaplazable. Yo al menos sueño con una derecha que bien pueda creer en el capitalismo, en el libre mercado, en la propiedad, en el emprendimiento y en el individuo como ejes fundamentales para el desarrollo de un país y de las personas, pero que, a la vez, sea capaz de condenar sin reparos la dictadura de Pinochet. Sueño con una derecha que no diga “gobierno militar” o que llame al dictador “estadista”; con una que se comprometa a que ningún argumento económico vuelva a justificar la opresión y represión -del mismo modo, sueño con una izquierda que condene a las dictaduras de izquierda y sea capaz de dialogar con una derecha sana y no pinochetista.

Y como en soñar no hay límites: sueño también con una derecha que entienda la tarea política más allá de la administración técnico-económica de un país; que lea el progreso y bienestar de su gente no a partir de porcentajes y números abstractos, sino desde el bienestar concreto de la nación. Uno del que justamente pueda surgir un orgullo nacional también sano -sin chovinismo ni xenofobia. Sueño con una derecha que recuerde que el malestar del estadillo social -aun cuando se condene la violencia- tiene causas que deben ser atendidas.

Sueño, finalmente, con una derecha que comprenda que el crecimiento económico, el empleo y la acumulación de capital no bastan para el desarrollo integral de las personas; ni tampoco que están por sobre la obligación de cuidar el medioambiente. Una derecha que entienda que de la tierra no solo se extraen recursos, sino que, habitada, cuidada, trabajada y disfrutada, se funda finalmente el suelo compartido de ese gran nosotros diverso que llamamos “Chile”.

Por Diana Aurenque, filósofa Universidad de Santiago de Chile

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.