Columna de Iván Poduje: ¿Y la dignidad cuándo?

Barricadas en Puente Alto, marzo de 2020. FOTO: VALENTINA MORA / LA TERCERA


A dos años del estallido, millones de chilenos viven en una ciudad más segregada e insegura que la que existía en 2019. El embrujo de la Plaza Baquedano tapó la violencia que se vivió en muchos barrios, donde las huellas de la destrucción todavía permanecen. Valparaíso en un caso dramático. Los saqueos acentuaron un declive que venía hace décadas, dejando cuadras completas con edificios quemados y cortinas cerradas para siempre, mientras el comercio ambulante se toma plazas y veredas.

En la capital, decenas de locales quemados en octubre hoy son sitios eriazos que irradian desesperanza y abandono en Quinta Normal, Pudahuel, San Bernardo, La Pintana o Maipú. También es notoria una menor presencia del Estado en sectores populares, ya que la policía se replegó agotada de tantas refriegas y ataques de políticos. El espacio que dejaron fue rápidamente ocupado por bandas criminales que hoy resuelven sus controversias a balazos.

En solo dos años aparecieron anillos de marginalidad en varios centros urbanos. Los campamentos se duplicaron, empujados por el hacinamiento que mató a miles de personas en la pandemia, y los proyectos del Metro a La Pintana y Bajos de Mena se retrasaron para poder reconstruir las 80 estaciones que fueron atacadas o destruidas, dejando a dos millones de personas sin conectividad.

Pero no todos perdieron. Los parlamentarios están en su mejor momento, completamente enajenados en un festival de populismo que pretenden coronar destituyendo al Presidente, lo que sumiría a Chile en una cuarta crisis de proporciones. También están felices los poetas del estallido que se inventaron una revuelta popular para empujar sus agendas electorales o tener un cupo en la Convención Constitucional, que dibujará el nuevo país que despertó en octubre de 2019.

A estas alturas sabemos que ese despertar no fue muy real. La pandemia anestesió la rabia, y los retiros y bonos extendieron ese placebo, creando una falsa sensación de bienestar que se consumió las pensiones de la mitad de la población en ampliaciones de casas, autos, deudas, viajes o electrodomésticos. ¿Han pensado qué ocurrirá cuando se acabe esa plata y la inflación se note en serio? ¿Cuando las personas vean que sus barrios están peores y más inseguros? ¿Quién les responderá a las familias que llevan 10 años esperando por su vivienda?

Imagino que los poetas del estallido saldrán a poner paños fríos recordándonos que el modelo de desarrollo de Chile no se cambia de un día para otro. Nos dirán, desde su zona de confort, que la violencia es la “partera de la historia” y que era necesario destruirles sus barrios y empleos para alcanzar una patria más justa y buena. Pero temo que la población no tendrá tanta paciencia, y le pegará un portazo a cualquier refundación que no muestre resultados en el corto plazo. Porque la dignidad que se prometió no tiene nada que ver con la realidad que vive la mayoría de la población y ese contraste es insostenible, por más bonita que quede le nueva Constitución.

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