Columna de Jaime Bellolio: Mitos y verdades



En un ensayo titulado Verdad y Política, Hannah Arendt advierte que en política lo que reina es el mundo de las opiniones, y no de la verdad, puesto que esta última, al ser única, es despótica e incontrovertible. De aquí se sigue la imposibilidad de instalar una “verdad oficial” que deba ser seguida sin matizar, so pena de ser revisionista o negacionista. No solo es ineficaz, sino que absolutamente contrario a la propia libertad de conciencia humana.

Por cierto, de lo anterior no puede concluirse que puedan negarse las verdades factuales o de los hechos. Es decir, frente a un mismo hecho se pueden tener diversas miradas, interpretaciones, reflexiones y críticas, pero otra cosa es intentar decir que aquello no sucedió.

En los últimos días hemos sido testigos de tristes espectáculos entre la idea de establecer una historia única e inoponible sobre el Golpe de Estado, que incluye la anulación de cualquier contexto que permita explicar y entender -y ni siquiera justificar- el desarrollo de los hechos que llevan a la violencia política y un golpe de Estado. Al mismo tiempo, se ha intentado elevar a categoría de “mito urbano” hechos objetivos e indesmentibles, como son los vejámenes sexuales, torturas y graves violaciones a los derechos humanos.

El historiador Jörn Rüsen utiliza el concepto de conciencia histórica como diferente a memoria. La conciencia histórica sería el reconocer que las interpretaciones del pasado pueden variar según las perspectivas, experiencias y contextos individuales y culturales. Mientras la memoria -que sigue siendo fundamental- está anclada al recuerdo del pasado, la conciencia permitiría abrir una relación con el futuro.

Esta distinción es importante frente al discurso cancelador y autoritario que pretende sobreponerse como moralmente superior y que no admite matices. Como cuando Patricio Fernández dijo las palabras inadecuadas para referirse a que habría imposibilidad de cerrar la discusión sobre las causas del Golpe, pero que sí se podría establecer como consenso que los sucesos posteriores son “inaceptables en cualquier pacto civilizatorio”. Es decir, la imposibilidad de una verdad oficial, pero sí de una conciencia histórica sobre el valor universal de los derechos humanos y de la democracia.

Reflexionar sobre las complejidades de los hechos históricos no significa justificarlos ni negarlos, pero al pretender inhibir el pensamiento crítico, se da rienda a la negación y minimización de los hechos objetivos de graves vulneraciones de DD.HH., y, por tanto, del detrimento de la dignidad humana, de la justicia y de la libertad.

Pretender analizar los 50 años como si estuviéramos viviendo en el año 73 es imposible. Y como conocemos los hechos sucesivos, es que deberíamos poder decir que solo la democracia es el camino para resolver nuestras diferencias y que nunca se pueden justificar las violaciones a los DD.HH. y la violencia como forma de expresión política.

Hacer conciencia histórica es ir en búsqueda de esa inalcanzable verdad.

Por Jaime Bellolio, director Observatorio Territorial IPP UNAB

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