Columna de Javier Salinas: ”Felices fiestas patrias”

"Este elemento casi inherente de aceptación de la apertura comercial en los chilenos no es propio de todos los países de la región. En Latinoamérica todavía hay muchos países en donde la clase política, el empresariado y los consumidores abogan por el proteccionismo como una forma de mejorar el bienestar, arguyendo con motivos como la protección de los trabajadores o los pequeños productores, la necesidad de industrias estratégicas o hasta razones nacionalistas. Pero, ¿qué tan estratégica es una industria cuando requiere de protección ante la competencia internacional? o ¿por qué todos los consumidores de un bien deben pagar precios más altos para sostener una industria?"



Graves para muchos (por decir lo menos) fueron las secuelas de las intensas lluvias que azotaron al país en la segunda mitad de agosto: más de un muerto, miles de personas aisladas, daños en los hogares, cierre temporal de recintos escolares, entre otros. Pero en medio de este caos, hubo un hecho que pasó casi inadvertido a los ojos de los chilenos.

Y es que, además de las consecuencias vitales, sociales y de infraestructura, también estos eventos tuvieron repercusiones económicas, en donde una de la más nombradas es el alza en el precio de la papa. Es común que después de un desastre natural de diversa índole que los precios de algunos productos tiendan a aumentar, en donde los más sensibles son los de uso común, como los alimentos o los productos higiénicos (quiero destacar que no trato de normalizar el acto, ni de darle ninguna connotación ética, simplemente destaco un hecho observado históricamente).

Estas alzas se pueden explicar por un incremento en la demanda ante la intención de acumular por las expectativas de escasez en el futuro cercano, y problemas de logística que pueden reducir la oferta de manera temporal. El gobierno, sin embargo, apuntó a la acción de especuladores y levantó una denuncia ante la Fiscalía Nacional Económica para que estudie una potencial colusión.

Pero más allá de la razón que conllevó este fenómeno, una solución planteada por el gobierno para contrarrestar el incremento en el precio de la papa es tan natural para el chileno (aunque tan distante del discurso del gobierno actual) que no levantó ninguna crítica: importar el tubérculo de algún país vecino.

Chile es un país cuya historia económica moderna ha estado marcada de diferentes elementos, y uno de los más relevantes ha sido su política de apertura comercial. El país cuenta con más de 30 acuerdos comerciales con otros países o regiones; el último de ello, el CPTPP (antes conocido como el TPP11), firmado durante esta administración. Eso les ha permitido a los consumidores acceder a productos y servicios a precios más bajos, y a direccionar los recursos hacia los productos donde tenemos mayores ventajas comparativas en los mercados internacionales (concepto que tiene más de 200 años). En otras palabras, la apertura comercial es un potenciador del bienestar económico.

Este elemento casi inherente de aceptación de la apertura comercial en los chilenos no es propio de todos los países de la región. En Latinoamérica todavía hay muchos países en donde la clase política, el empresariado y los consumidores abogan por el proteccionismo como una forma de mejorar el bienestar, arguyendo con motivos como la protección de los trabajadores o los pequeños productores, la necesidad de industrias estratégicas o hasta razones nacionalistas. Pero, ¿qué tan estratégica es una industria cuando requiere de protección ante la competencia internacional? o ¿por qué todos los consumidores de un bien deben pagar precios más altos para sostener una industria que no es competitiva a nivel internacional, para proteger a algunos trabajadores (los que, por cierto, pueden ser empleados en otras industrias más competitivas)?

En Chile, nadie discute la compra de un auto, un computador, un celular (o cualquier otro producto tecnológico) que no sea de origen chileno. También el país ha sabido aprovechar sus ventajas comparativas en materia de recursos naturales, climáticas (aprovechando el ritmo asincopado de las estaciones del año respecto al hemisferio norte, particularmente beneficioso para la agricultura) y demás, convirtiéndose un actor primordial en varios mercados.

Así, para estas fiestas dieciocheras, no dude en hacer un rico asado (que puede ser con carne argentina, uruguaya o americana), volar volantines (probablemente fabricados en China) y disfrutar con su familia y amigos; eso sí, con un vino chileno. Pero antes, no se olvide de los que están sufriendo debido a las consecuencias de las inclemencias climáticas, y busque la forma de ayudar. Porque, el día de hoy, no hay nada más chileno que la solidaridad, el buen vino y la apertura comercial.

* El autor es economista jefe de LarrainVial Research.

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