Columna de Juan Gabriel Valdés: La muerte de Jovenal Moïse

El asesinado presidente Jovenal Moise y la primera dama Martine en una ceremonia en 2020. REUTERS/Andres Martinez Casares.


Juan Gabriel Valdés fue jefe de la Misión de Estabilización de Naciones Unidas en Haití, 2004-2006.

La última vez que un presidente de Haití murió asesinado fue en 1915, cuando una masa enfurecida atacó la legación de Francia y descuartizó literalmente al Presidente Guillaume Sam, un tirano. Su muerte y el caos que siguió provocaron la ocupación de la isla por el Ejército norteamericano durante 19 años y cuatro días. ¿Qué provocará la muerte del Presidente Jovenel Moïse? Estaba lejos de ser un tirano, pero iba en el camino del autoritarismo y caía día a día en el vacío, sin Parlamento ni Poder Judicial, en una sociedad sumida en el caos, que solo en junio registró 200 secuestros y 150 asesinatos a manos de bandas armadas.

Es preocupante que la brutalidad de su muerte, que debe ser condenada sin vacilaciones, y las revelaciones sobre el comando criminal que la ejecutó, distraiga la atención de un hecho central: el Estado haitiano está colapsado, su institucionalidad en el suelo, la sociedad en manos de bandas criminales y las élites incapacitadas para resolver de forma democrática una crisis que ellos mismos crearon.

No es del todo imposible que el shock producido por este crimen atroz ilumine a algunos, tanto dentro como fuera de Haití. Que permita la irrupción de las mujeres haitianas, más fuertes y estables que el irascible mundo masculino. Que genere un gobierno de transición, concordado por los partidos y la sociedad civil haitiana y la elección en un plazo razonable de un gobierno legítimo. Que induzca, igualmente, a Biden a tratar a Haití con la misma vara con que mide la inversión de su país en el cambio político y económico en Honduras, El Salvador y Guatemala. Que mueva a los organismos internacionales y la región a cooperar con nuevas autoridades haitianas controlando la violencia y las bandas armadas, pero también la corrupción. No puede haber ayuda sin controles y sin un plan de desarrollo consensuado con Haití que dure al menos tres décadas.

¿Por qué es necesario hacerlo? El hemisferio se lo debe a la nación de esclavos que derrotó a Napoleón en una de las más extraordinarias gestas heroicas ocurridas en América. Y el sufrido pueblo haitiano merece paz. Y no solo por solidaridad, también por prudencia e interés. Porque no se puede descartar que el narcoestado que sucede a un Estado fallido esté en Haití a la vuelta de la esquina, y que, si eso ocurre, el costo en migraciones, en caos y en violencia lo pagará no solo el Caribe y Florida, sino el hemisferio entero.

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