Columna de Juan Ignacio Brito: Desinformación y opinión política



En 2021, la entonces diputada Camila Vallejo aseguró en Twitter que el exsenador UDI Jovino Novoa había “muerto en la impunidad” por su actuación en el caso Spiniak. Una periodista le preguntó este fin de semana en el Diario Financiero si no era ese un ejemplo de la desinformación que ella hoy critica. La ahora ministra retrucó afirmando que aquello fue solo una “opinión política”.

Tiene razón. Incluso siendo falsas -Novoa fue sobreseído en el caso Spiniak-, las palabras de Vallejo no fueron más que parte de ese debate político agrio del que ella misma ha sido protagonista en los últimos años y que campea en las redes sociales. En esa discusión hay verdades, medias verdades, mentiras, errores, rumores, críticas, ironía, humor, acusaciones, campañas, versiones, imputaciones, propaganda, emplazamientos, opiniones, etc. Todo con mucha pasión y escasa reflexión.

¿Es eso desinformación? La gigantesca mayoría de lo que circula en las redes sociales no lo es. Simplemente se trata de una discusión a menudo desagradable llena de imprecisiones. Lo que abunda en el espacio virtual son expresiones fragmentadas emitidas por individuos o instituciones (por ejemplo, el Ministerio de RR.EE. subió a su página web un documental lleno de errores sobre el poeta Gonzalo Rojas) que no cumplen los requisitos para ser calificadas como “desinformación”.

Esta última requiere de una mente maestra que orqueste campañas de noticias intencionadamente falsas producidas con el propósito de engañar al público para alcanzar un objetivo concreto. Son desinformación las campañas rusas destinadas a afectar los resultados electorales en democracias occidentales. No lo es que Vallejo sostenga equivocadamente, como lo hizo en 2021, que el carabinero que mató en ejercicio de sus atribuciones a un malabarista en Panguipulli cometió un “asesinato”.

Dado lo anterior, parece curioso que el gobierno cree una Comisión contra la Desinformación. Porque, si esta hace bien su trabajo, debería simplemente ratificar lo que ya varios académicos han demostrado: existe mucha basura en nuestras redes sociales, pero muy poca desinformación (y la que hay, tampoco es eficiente, porque no convence a casi nadie).

A no ser que la intención sea otra. Que lo que se esté buscando sea consagrar, a través de los comisionados, una narrativa a la que sectores oficialistas recurren reiteradamente, sin prueba alguna, para justificar sus recientes traspiés electorales: que estos se deben a campañas organizadas de tergiversación y desinformación. (Es llamativo que no se denuncie igual cosa en las elecciones donde la izquierda ganó). Los miembros de la Comisión contra la Desinformación deberán estar atentos para no dejarse instrumentalizar y para concluir sobre la base de evidencia, y no de simples opiniones políticas interesadas.

Por Juan Ignacio Brito, periodista

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