Columna de María José Naudon: Palabras, palabras y más palabras



“Para adaptarse a todos los cambios y los acontecimientos, las palabras también tuvieron que alterar sus significados habituales”. La célebre frase de Tucídides en la “Historia de la Guerra del Peloponeso” ilustra los devastadores efectos de la discordia en tiempos de conflicto. Entre ellos el autor reconoce, como sostiene Chantal Delsol, que al cambiar las palabras antiguos vicios fueron presentados como virtudes.

En el contexto político actual la metamorfosis semántica es evidente. Las palabras, que alguna vez tuvieron significados nítidos y compartidos, parecen carecer de sentido alguno. Esta saturación, infiltrada en el tejido de nuestra comunicación política y social, es caldo de cultivo para un diálogo de sordos entre los actores políticos y entre ellos y la ciudadanía.

Veamos algunos ejemplos:

El concepto de “acuerdo” que hace no demasiado tiempo iluminaba con honor el sendero de la política, ha experimentado una transformación lamentable. Hoy, es un campo de batalla donde las partes luchan encarnizadamente por imponer su propia voluntad. Para algunos, incluso se asocia con entreguismo, falta de determinación y abandono de los principios; todo lo contrario de aquel mecanismo que evitaba el estancamiento político y permitía avanzar. En esta línea, el término “diálogo”, imprescindible en una sociedad diversa y pluralista, también se ha desvirtuado. En la actualidad, lejos de suponer una comunicación abierta y respetuosa entre diferentes grupos y perspectivas, es una excusa para discusiones que en realidad son monólogos disfrazados.

La palabra “mentira” es otro ejemplo elocuente. Actualmente, su significado excede el de denotar una declaración falsa y se ha convertido en una herramienta para desacreditar posiciones y argumentos. Hoy, la mentira es sinónimo de error y opinión. Lo anterior, reduce el debate a descalificaciones personales.

El “retroceso civilizatorio” es otra expresión preocupante. Antes, el término estaba reservado para describir situaciones extremas en las que una sociedad regresaba a formas de gobierno autoritarias o a prácticas inaceptables. Ahora, se usa de manera amplia y a menudo desmedida lo que dificulta discernir entre un riesgo genuino y una retórica alarmista utilizada para enfatizar desacuerdos.

Podríamos engrosar la lista con conceptos como democrático, antidemocrático, fascista, populista y demagogo entre otros muchos.

No se trata de una natural evolución del lenguaje, sino de una barrera semántica que se erige como muralla infranqueable a un diálogo político constructivo. Cuando esto ocurre los ciudadanos llegan a la desalentadora conclusión de que los políticos ocultan sus verdaderas intenciones. Las palabras se vuelven sonidos sin sentido, la confianza en las instituciones políticas se debilita y la toma de decisiones informada se torna esquiva. El rechazo ciudadano al actual proceso constituyente puede entenderse desde este lugar.

Torcer el sentido de las palabras puede ser un germen de autodestrucción social. Sino baste leer a Victor Klemperer, en su obra La Lengua del Tercer Reich, para ponderar los riesgos.

Por María José Naudon, abogada

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