Columna de Marisol García: Mejor tu like que tu escucha

El artista chileno Harry Nach.

Se comentan menos, sin embargo, los efectos personales de tan profundo rediseño del mapa pop debido a TikTok. Cuando lo que compite por la atención y el oído ya no es una composición ni sus arreglos, sino apenas un extracto de estos, también otro montón de convenciones se ven para siempre descolocadas.



Bastante se escribe ya de las consecuencias que sobre el mercado, los hábitos de escucha e incluso parámetros creativos está teniendo el crecimiento de TikTok como medio de difusión de canciones. Es una red social sin tiempo para honduras: son melodías breves -más bien, pedazos de estas- y en extremo simples aquellas destinadas a contagiar teléfonos y convertir en estrellas a cantantes ingeniosos en la articulación de la redundancia y el poder apabullante del #challenge (fue ese el origen de Tak Tiki Tak, de Harry Nach; la canción chilena con más plays en la historia de Spotify).

Se comentan menos, sin embargo, los efectos personales de tan profundo rediseño del mapa pop. Cuando lo que compite por la atención y el oído ya no es una composición ni sus arreglos, sino apenas un extracto de estos, también otro montón de convenciones se ven para siempre descolocadas.

“No lo entiendo…, pero es nice. Digamos que es otra de las muchas cosas en que prefiero no pensar”, respondía hace poco la (magnífica) cantautora Mitski sobre los muchos hashtags que llevan su nombre para cientos de miles de breves clips en TikTok con su música. Con 31 años de edad, la educación profesional de la neoyorquina proviene de cauces de vieja escuela, cuando palabras como talento e identidad cargaban la pompa de una gran conquista por la que se justificaba invertir la vida.

Son lugares hoy ocupados por otras gestas; más inmediatas, no menos competitivas. El ‘like’ es la meta; el ‘share’, la consolidación. ¿Y luego, qué?

Revisar los nombres de los cantantes más populares en TikTok es como enfrentar una caligrafía indescifrable: Mimmi Webb, Dixie D’Amelio, Loren Gray, Ashnikko, Baby Ariel, Leith Ross… ¿quiénes son? ¿Qué los distingue? ¿De verdad existen fuera de los celulares? Su fama es la de un club cariñoso y de grandes dimensiones, mas desconectado del cauce central de referencias culturales al que no necesitan ni determinan. Nos asomamos desde nuestros refugios adultos a tendencias adolescentes que confunden exhibicionismo, ingenio y excentricidad con una soltura que impide el juicio de valor (no sé si lo del tiktokero Alien Tango sea talento o estafa, y tampoco quiero saberlo).

No hay mediadores en tan eficaz ejercicio democrático. Y el mercado toma nota: para que la banda sonora de Encanto se convirtiera en hit tuvo que pasar primero por la aprobación de los usuarios de TikTok. La etiqueta #wedonttalkaboutbruno tiene más reproducciones (3,9 mil millones) que la de #despacito (esa antigua reliquia).

El trabajo en equipo, la distinción de una voz generacional, el cuidado aspecto descuidado ceden inevitablemente su espacio como ganchos de atención pública. Quien canta para la audiencia tras un teléfono establece hoy complicidades desde la ostentación (de una cintura tonificada o de un gran auto), la habilidad en el baile y la impostura sentimental que da pistas sobre una vida romántica intensa. Da mucho trabajo la presencia digital constante y dar con aquello que capte la atención.

“El autobombo es el cierre del ciclo productivo”, leemos en El País. Ahora sí que los discretos tienen todas las de perder.

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