Columna de Pablo González: Lecciones del plebiscito (y la última década)



Es curioso cómo la fe intransigente en las propias creencias y las ganas de imponer los propios valores al resto puede llevar a ciertos grupos a actuar en contra del interés del país, incluso de su propio interés individual. Eso fue lo que ocurrió en los últimos dos plebiscitos constitucionales. Sin duda, lo conveniente para el país era el cierre de la discusión constitucional. Para esto, era necesario someter a consulta un texto que generara consensos amplios y que asegurara su aprobación por una mayoría abrumadora (de nada servía rasguñar el 50%). Sin embargo, las propuestas constitucionales del 4S y del 17D fueron lo opuesto: la visión parcial que un sector extremo quiso imponer al resto. Y utilizaron todo tipo de argumentos, incluyendo el miedo al futuro, como si por arte de magia una Constitución que nos ponía contra la espada y la pared pudiera ser legítima y, a la vez, compensar años de malas políticas en casi todos los ámbitos que a la ciudadanía le importan.

El rechazo muestra la fortaleza de nuestra democracia, de una ciudadanía madura que no se amedrenta frente a la amenaza ni valida un trabajo mal hecho. Una situación que contrasta con una representación política que no logra plasmar lo que se espera de ella: articular consensos y un proyecto de nación que nos una.

Pero cuidado, la paciencia del pueblo tiene un límite, sobre todo si siente que nadie lo representa adecuadamente. No está de más recordar que el propio proceso constitucional fue un salvavidas institucional frente al estallido social, pero que se hacía poco cargo del fondo del problema: la negación de derechos y la desconexión de la política con la experiencia subjetiva de las personas. Y no es de sorprender que fue otra promesa incumplida: tras cuatro años seguimos donde mismo. Nuestros políticos no son especialmente mal preparados, ¿qué está pasando? Están encerrados en un juego de suma negativa, de pequeñas ventajas y escaramuzas, y del que deben apresurarse a salir antes de que sea tarde.

Hay quienes dicen que se han perdido cuatro años. Estos cuatro años se habrán perdido solo si la clase política no saca sus lecciones y sigue sin hacer (o poder hacer) bien su trabajo (en lo que nos llevamos al menos una década), abonando esa sensación que la democracia no funciona y que nos ha llevado a un nivel históricamente bajo de valoración, apenas sobre 50%.

Hay que tomar consciencia de la gravedad de la situación. No es momento de calculadoras, sino de heroísmo; de sacrificios personales por un bien mayor. Seamos uno en defensa de nuestra democracia. No sigamos burlándonos del pueblo, convocándolo a elegir el mal menor. Nada bueno puede venir de ahí. ¿Cuántos rechazos, cuántos estallidos, cuántos sueños rotos se requieren para abrir los ojos? No sigamos auto saboteando nuestro futuro. Es hora de unirse para superar esta crisis antes que la crisis nos supere a todos.

Por Pablo González, Centro de Sistemas Públicos, Ingeniería Industrial U. de Chile y Eduinclusiva

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