Columna de Rolf Lüders: Para recordar



Estamos a pocas semanas del 50 aniversario del pronunciamiento militar de 1973. Dicho evento se dio en el contexto de la Guerra Fría y, en particular, en presencia de la experiencia cubana. En Cuba se había instalado un régimen totalitario que la mayoría de los chilenos no deseaba para su país (ver entre otros documentos la carta de Eduardo Frei Montalva a Mariano Rumor a fines de 1973). Sin embargo, el innegable apoyo inicial al pronunciamiento militar tuvo, probablemente, su origen en el -hoy olvidado- desastroso estado de la economía (ver entre otros a Ibáñez y Lüders, 1983 y Baraona, Costabal y Vial, 1993). Tal situación fue, por supuesto, la consecuencia de las políticas que la Unidad Popular (UP) estaba implementando.

Quizás la mejor manera de describir acá la situación económica del país en 1973 es relatando una experiencia personal. En ese entonces estaba trabajando en el extranjero y en marzo vinimos con la familia a pasar las vacaciones en Chile. Al llegar a Santiago fuimos al supermercado y nos encontramos con la sorpresa de que solo había una enorme cantidad y variedad de bienes de plástico y mucho queso. La cajera me explicó que tan extraña situación tenía su origen en que los precios de los plásticos habían sido recién revisados y que unos días antes había llegado del exterior un barco lleno de queso, que se consideraba un bien de lujo y por lo tanto podía ser comercializado, a un precio fijo por supuesto. Agregó que existía en Chile entonces un activo y de facto permitido mercado negro de bienes comestibles, alimentado por parte de las canastas que las Juntas de Abastecimiento y Control de Precios (JAP) le entregaba a la población de ingresos más bajos. Muy pronto aprendimos a operar en ese mercado y -dado que mis ingresos los obtenía en dólares y el peso estaba extraordinariamente subvaluado- pudimos vivir bien todo el mes con solo unos US$100, arriendo de casa de playa incluido.

En otros términos, había entonces una gran escasez de bienes en Chile y los precios estaban groseramente distorsionados, incluyendo al tipo de cambio. La tasa de inflación superaba el 500 por ciento anual, las reservas de monedas extranjeras se estaban agotando, y la producción se estaba desplomando. El país estaba en bancarrota y la población lo sabía o, al menos, lo intuía.

El problema no era, sin embargo, solo coyuntural. Chile llevaba en 1973 unos 60 años de un crecimiento menor al promedio mundial, en base a un modelo de desarrollo hacia adentro y de intervenciones discrecionales del Estado en la economía. La grave crisis socioeconómica de la Unidad Popular (UP) dejó pues en evidencia que hacer más de lo mismo no sería la solución a nuestros problemas de desarrollo y abrió así el camino a un cambio institucional mayor en materia socioeconómica.

Por Rolf Lüders, economista

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