Cuando el mal trato es ley

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Hace dos años el PNUD dio a conocer Desiguales, un informe que detalló las grandes brechas que se viven en la sociedad chilena y que significan un obstáculo para el desarrollo. Los resultados fueron lapidarios, pero uno resaltó por sobre el resto: a partir de la evidencia empírica, las desigualdades que más afectaban a los chilenos son las relacionadas a la dignidad y proyectos personales, como salud y educación, pero también en la manera en cómo nos tratamos. Está allí —y no en lo económico, a pesar de que Chile, entre todos los países de la OCDE, lidera en la brecha entre ricos y pobres—, la desigualdad que más indigna a las personas. Aquella que molesta y perturba porque se identifica como una injusticia insoportable.

Si bien en Chile se evidencian muchas desigualdades, nos gustaría detenernos en la de trato. Según el informe, un 41% de la población encuestada dijo haber sufrido una o más formas de malos tratos en el 2017, atribuyéndolo al clasismo y machismo. Lo complejo de esta desigualdad, creemos en América Solidaria, es que permeó todo a su paso, aumentando incluso con el tiempo: desde lo cotidiano —el cómo miramos, nos relacionamos— hasta el cómo legislamos, aunque no seamos conscientes de ello.

Hoy hay dos ejemplos claves: el control de identidad y el proyecto de admisión escolar. Para el primero, es evidente quiénes serán los "controlados", aquellos marcados por el prejuicio y la estigmatización. Para el segundo, nuestra experiencia en colegios nos dice que son los niños, niñas y adolescentes en situación de pobreza los que menos rinden académicamente. Pero no es por falta de "mérito" ni ausencia de capacidades, sino por los contextos en los que están inmersos. ¿A ellos les diremos que no tienen derecho a acceder a establecimientos de alto rendimiento, o creeremos en ellos y les daremos la oportunidad de cambiar su trayectoria de vida? La desigualdad de dignidad se nos metió en el ADN. Nos terminó constituyendo, haciéndonos incapaces de ver que nuestro trato social también es consecuencia de ella. Esa desigualdad nos ataca en los barrios, en los colegios. Así, no podremos sorprendernos cuando tengamos jóvenes enrabiados con la sociedad, pues desde niños les estamos diciendo que no son dignos.

Desiguales tomó la opinión de los adultos, pero ¿qué hubiese pasado si los encuestados fueran niños y niñas? ¿Qué resultados habríamos obtenido si hubiesen hablado los y las adolescentes más excluidos en nuestro país? Hoy no lo sabemos, pero la experiencia nos muestra que en la infancia la desigualdad de trato impacta en sus procesos formativos, excluyéndolos de la sociedad. Como nos lo recuerda el sociólogo Zygmunt Bauman, "las personas tienden a crear sus imágenes del mundo a partir de la experiencia".

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