Cuidar la convivencia

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Efectivos del Ejército revisan La Moneda y a muchos de quienes trabajaban en el palacio, tras los disparos de los Hawker Hunter de la Fach.


Aunque ha pasado mucho tiempo desde el golpe de estado de 1973, y algunas personas consideran que es mejor dar vuelta la página, creo que el debate producido en torno a los 45 años ha servido para avanzar un poco más en el examen de las circunstancias que condujeron al derrumbe institucional y la dictadura. Estoy convencido de que podemos aprender de la historia. Nuestras diferencias no pueden ser un obstáculo para reforzar un consenso elemental: el compromiso con los principios y procedimientos de la democracia, por la vigencia irrestricta de los derechos humanos.

¿Cómo evitar debilitar nuestra convivencia ? En primer lugar, asegurando que las disputas y debates políticos no se salgan del cauce democrático. Esto quiere decir que no podemos actuar de un modo que ponga en peligro el ejercicio de las libertades, lo cual solo es posible en el marco de la Constitución y las leyes. No puede haber ambigüedades frente a la violencia política. Por lo tanto, todos tenemos la obligación de reconocer al Estado el monopolio de las armas, representado por las FF.AA. y las instituciones policiales. Ningún partido o movimiento tiene derecho a organizar milicias o grupos paramilitares en democracia. Parece obvio decirlo hoy, pero no lo era para algunos en el pasado.

Cualquier proyecto de transformación social que pase por alto que somos una nación y pretenda atizar la hostilidad de un sector contra otro, solo puede provocar males peores que los que pretende resolver. Necesitamos una patria para todos, en la que los empresarios y los trabajadores aporten al bien común, y rechazar la idea de que el enfrentamiento entre ellos hará surgir una sociedad más justa.

En lo que respecta a la economía, ninguna alternativa verdaderamente progresista puede sostenerse en la idea de que el Estado debe ser el gran propietario. Está demostrado, además, que cuando la economía se convierte en campo de batalla, lo que viene enseguida es la improductividad, el desabastecimiento, la inflación, el mercado negro y la anarquía, con efectos devastadores para la población.

Los adversarios políticos no pueden convertirse en enemigos y las disputas no pueden derivar en odios. Deberíamos tener claro que las agresiones verbales suelen preparar el terreno para las agresiones físicas. Esa es una de las dramáticas lecciones del pasado: los enfrentamientos en las calles, las fábricas, las poblaciones, las universidades, etc., terminaron envenenando nuestra convivencia. En el actual Congreso, hay parlamentarios que tienen edad suficiente como para recordarlo, y deberían relatarlo a los parlamentarios que no lo vivieron.

Cuando se debilitan la estabilidad y la gobernabilidad, se abre espacio al golpismo. Las dictaduras surgen cuando los líderes políticos dejan de cumplir su papel, cuando las diversas corrientes pierden la capacidad de dialogar y pactar, cuando se extienden la división y la polarización, cuando la población ve el mañana con angustia.

Es cierto que nuestra sociedad está muy lejos de volver a tropezar con la misma piedra, pero nuestra democracia hay que cuidarla todos los días, con hechos y particularmente con las palabras. Preocupación causa oír de la más alta autoridad la calificación de antipatriota para quien considera un opositor acérrimo; preocupa también que en sectores de la oposición parezca imponerse la tesis del "cuanto peor mejor". Aquello en nada contribuye al buen camino que el país transita desde el 5 de octubre del 88.

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