El museo y su contexto

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Museo de la Memoria (Crédito: Laura Campos).


Fui a conocer el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos la semana recién pasada. Recorrí cuatro pisos de un edificio de grandes ventanales, cuya exhibición se inicia con el golpe de estado (los bandos militares y el último discurso de Allende resuenan en la enorme sala que recibe al visitante) y concluye con el plebiscito, el triunfo del "No", y un categórico "Nunca Más". Entre ambos, se exponen los horrores de la represión militar.

He entendido el guion del Museo como un relato de la vida de la izquierda en dictadura. Allí está el pueblo de la UP duramente reprimido, y aquella izquierda de militantes clandestinos que desafió a los militares en protestas, sabotajes y por las armas; la que asumió el enfrentamiento y sufrió la más cruel represión. Pero no están allí quienes optaron por un camino político; no es parte de la exhibición aquella izquierda que hizo autocrítica de la experiencia UP y buscó acuerdos con todos quienes configuraran oposición; la que apostó por derrotar la dictadura dentro de su misma institucionalidad (en el plebiscito). Sin embargo, la exhibición se cierra con el triunfo electoral del "No", como si éste hubiese sido el resultado de la resistencia, la que en realidad fue duramente derrotada, obviando que se trató de lo contrario, el resultado de la opción política.

El guion del Museo de la Memoria es el relato de aquella izquierda constituida como resistencia y martirio. Y es en cuanto martirio que se configura también como Museo de los Derechos Humanos. Su guion dicotómico no pareciera admitir contextualización histórica, pues cualquier crítica a la izquierda combatiente resultaría disonante respecto a la exhibición. Introducir contexto obligaría a cambiar el guión, y hacer una exhibición diferente.

Visto como Museo de los Derechos Humanos es evidente que ninguna circunstancia puede justificar el horror. Pero también hay que entender por qué se puede llegar a tales límites de inhumanidad. Bien sabemos que la crueldad ha caracterizado por igual a regímenes socialistas, fascistas o caudillistas, y ello no podría obviarse en un museo de los derechos humanos, que tendría que contener también una reflexión sobre la capacidad del ser humano de albergar el mal y las mayores crueldades cuando el odio se instala en los espíritus y en la sociedad. Sería, sin embargo, un museo muy distinto, pues el actual muestra la memoria de la izquierda combatiente en dictadura, su resistencia y su martirio.

Si su propósito fuese más amplio y complejo, su guion debiese ser sometido a una profunda discusión.

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