Frente Amplio: la nueva frontera

Kast
AgenciaUno


Tan solo dos semanas han sido suficientes para darnos cuenta cuánto va a cambiar el tenor del debate público con la llegada del Frente Amplio al Congreso. No se trata solo de la adoración demostrada por Evo Morales, la defensa de Maduro y Castro o la simpatía que les despierta a algunos de ellos el liderazgo de los Kirchner. Hay algo más profundo que se dejó ver a propósito de la reacción a la cobarde agresión a José Antonio Kast.

Los hechos son de sobra conocidos. Lo que es menos conocido es la salida que propone el Frente Amplio: un proyecto de resolución que es ambiguo al condenar el uso de la violencia y que descree de la libertad de expresión.

Ante todo el proyecto repudia la "violencia injustificada" suponiendo que habría una "violencia justificada". ¿Cuál sería ésta? En las democracias modernas la violencia nunca está permitida y solo el uso de la fuerza, monopolio estatal y sometida al marco institucional, es admisible. Pero ahora sabemos que, al menos para la decena de diputados firmantes, habría formas de violencia justificada. ¿Será ésta la vieja lucha de clases? Vale la pena una explicación.

El mismo proyecto sigue más adelante condenando las acciones directas de violencia como también las "indirectas". Estas últimas son, nos dicen los diputados, el discurso del odio y la discriminación. Calificar la discriminación como violencia indirecta es un salto retórico excesivo. Discriminar (arbitrariamente, habría que agregar) es inaceptable; agarrar a patadas a una persona también lo es. Pero son dos acciones distintas que merecen un análisis diverso pues sus causas, consecuencias y formas de evitarlas son diversas. Al mezclarlas, y calificar toda discriminación como ejercicio de violencia, solo logran aguar el indispensable reproche a la violencia física.

¿Y qué hay de las limitaciones al discurso del odio? Autores modernos de enorme influencia, como Rawls y Dworkin, se opusieron a cualquier limitación a la libertad de expresión, incluso si ello importaba admitir el discurso del odio. Pero en Europa, y motivados por eventos históricos traumáticos, no es raro encontrar estas restricciones. En cualquier caso invocar el discurso del odio a esta situación es una excusa demasiado barata. Ni el más irreflexivo analista podría sostener que lo de José Antonio Kast constituyó discurso del odio. Menos aún si la censura que le aplicaron por la fuerza fue antes de que expusiera sus ideas en un foro sobre servicio público.

Lo que ocurre es otra cosa: el Frente Amplio parece descreer de la libertad de expresión y coquetear con la violencia. Alguien podría decir que no hay sorpresa en eso: los líderes que admiran lo han dicho y lo han hecho. Pero lo novedoso es que ahora ese discurso sale de la marginalidad para instalarse en la asamblea deliberativa por excelencia. Que ello ocurra es un desafío para todos; pero lo es principalmente para la alicaída socialdemocracia que aún queda en la izquierda, que ve cómo la frontera de sus consensos corre demasiado rápido hacia los debates sesenteros.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.