Inflando el globo

Bajo movimiento en Santiago por el coronavirus. Foto referencial.


Mientras Chile pasa las peores semanas de esta pandemia, el mundo vive un escenario tan variopinto como se puede imaginar. En China, el temor reaparece con un nuevo foco controlado a la fuerza en Beijing. Estados Unidos, sumido en la campaña presidencial. Y Europa pareciera haber olvidado la amenaza del virus. En París, donde vivo hace algunos años, los restaurantes están de bote a bote, la costanera del Sena atiborrada de gente, las calles atochadas de autos y los niños, en los colegios. Como si nada hubiese pasado.

Hace una semana, el presidente Macron aceleró el proceso de reapertura: “De cara a la recesión, hay que trabajar y producir más. Vamos por una reconstrucción económica”.

Un veranito de San Juan antes de la segunda ola, advierten algunos. Sin embargo, pareciera que el mercado de capitales viviese en París. El S&P500 está casi de vuelta a los niveles pre Covid luego de caer y rebotar más de 30%. Las alertas de crisis de liquidez parecen extemporáneas dadas las masivas colocaciones de deuda en los mercados globales.

Por supuesto, una epidemia de crédito y dinero arreció los mercados. La Fed y el BCE lanzaron inéditos programas inyectando dinero al gobierno, empresas y personas. Múltiples paquetes de política fiscal son prevalentes en el mundo. Pareciera incluso que Europa se aproxima hacia la elusiva unión fiscal tras anunciar el anhelo de emitir 600 millones de euros de deuda para un salvataje económico. “La Unión Europea se forjará en sus crisis”, acertó Jean Monnet, uno de sus próceres.

Por otro lado, el FMI prendió las alarmas y advirtió que viviremos “una crisis como nunca hemos visto”, consistente con el dramático informe recién publicado por el Banco Mundial. En las próximas semanas las empresas publicarán sus resultados y veremos el impacto del virus en este trimestre. Habrá que estar atentos.

“La bolsa ha predicho nueve de las últimas cinco recesiones”, sugirió Paul Samuelson. Ojalá la puntería del mercado sea mejor con las recuperaciones. A todo esto, pareciera que los inversionistas son agnósticos a la ignominiosa segunda ola que ha caracterizado las pandemias del pasado.

Por ahora, se discute de los impactos perennes del Covid, allende la coyuntura. Más allá de los crecientes suscriptores de Netflix parecieran gatillarse cambios más profundos. Esta semana, British Petroleum declaró un deterioro contable de sus activos por US$17,5 mil millones tras ajustar en 30% su precio esperado del petróleo entre 2020 y 2050. Atrevida jugada del CEO y su convicción por una acelerada transición energética. Surgen también reflexiones respecto del mercado inmobiliario, el comercio, la educación y el transporte.

Pero lo más preocupante de esta inédita historia es el nivel de deuda global. Los compromisos financieros de las economías desarrolladas alcanzan marcas históricas, superando registros vistos solo tras la Segunda Guerra Mundial.

Entre los economistas se debate la sustentabilidad de la deuda, dadas las bajísimas tasas de interés, pero también incluyendo los crecientes compromisos de gasto social -las verdaderas bombas de tiempo, según Alan Greenspan- que crecen en piloto automático por el envejecimiento de la población.

En este embrollo, hay dos elementos fundamentales a resaltar.

El primero, es la carga financiera a las próximas generaciones. La generación de posguerra asumió, pues sus padres se habían jugado el pellejo para salvar su libertad y formas de vida. Ahora, ¿con qué legitimidad otorgamos esta perniciosa herencia que de paso erosiona la legitimidad del sistema?

El segundo elemento sonará alarmista, pero no por ello hay que dejar de mirarlo con suma atención: la inflación, gran ausente de los últimos años. De reaparecer, producto de las masivas inyecciones de dinero, advierten economistas tan serios como John Cochrane o Nassim Taleb, podría gatillar una corrida o crisis de deuda en Estados Unidos y Europa. Ni hablar del mundo en desarrollo.

Gobiernos como el norteamericano deben refinanciar grandes cantidades de deuda cada año. Si se desestabiliza la demanda por sus papeles, las tasas de interés se elevarán incrementando más aún sus déficits, volviendo menos sostenible la deuda y ahuyentando más aún a los otrora interesados en bonos del Tesoro. Le sucedió a Grecia, a Lehman Brothers y a Estados Unidos en 1972. Ante una eventual corrida financiera queda caer en default o imprimir más billetes. Lo segundo traería una alta inflación que devalúa la moneda y la deuda. Más aún, lo impensado pero posible es que se generase una hiperinflación, advierte Nassim Taleb, autor del Cisne negro. Para los escépticos, vale recordar que las corridas financieras son como la Inquisición. Nadie las ve venir hasta que todo está en llamas. Bien sea que estas advertencias no sean más que eso, pero en el intertanto Chile debe prepararse, estar atento y dejar la trinchera. Las circunstancias no están para ello.

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