Legitimidades esenciales

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El Presidente Piñera en el programa Llegó tu hora de TVN.


Las recientes encuestas Criteria y CEP coinciden en mostrar una importante baja en la aprobación tanto presidencial como del gobierno. Antes de cumplirse el primer año, la actual administración, si se la compara con gobiernos anteriores, presenta niveles de desaprobación que la sitúan entre las peor evaluadas para igual período. Sin embargo, en términos de "temperatura ambiental" no se nota demasiado, porque no se percibe una alternativa. Si bien la derecha decepciona y comienza a ser vista como el problema, la centroizquierda pareciera no ser percibida como la solución.

La derecha ha tenido que lidiar más con las expectativas que sembró que con la oposición. La promesa de una mejor gestión económica no es percibida como cumplida por la ciudadanía en las condiciones de su vida cotidiana. El gobierno dejó ir los primeros meses de alto apoyo en la conformación de unas comisiones de bajo rendimiento político e inicia la tramitación de sus reformas más estructurales -tributaria, pensiones, entre otras- con una alta desaprobación.

Pero mientras el gobierno no tenga al frente una oposición que signifique una alternativa, no tendrá de que preocuparse. ¿Por qué no se constituye esta alternativa? En primer término, porque la decepción ciudadana no es sólo con las opciones políticas, sino con la política misma. Aunque los que ejercen la política ayudan bastante a este descrédito (usos abusivos de las asignaciones en el Parlamento es lo más reciente), lo cierto es que también hay un discurso inducido antipolítica. Si es la política misma la que carece de sentido y eficacia, no hay cambio posible, y todas las opciones son finalmente iguales. La despolitización de la política hace de ésta, en el mejor de los casos, un asunto de gestión. El descrédito sistemático de la política no es inocente: son las políticas de cambio, y no la mantención del statu quo, las que requieren de una política legitimada.

El problema de la oposición y de construir alternativas, entonces, es antes que todo un asunto de credibilidad. No es tanto que no existan propuestas distintas, sino la desconfianza con que éstas son recibidas por la ciudadanía. Que en estos tiempos, el problema sea más de la legitimidad de quien emite una idea que de la lucidez de ésta, es algo que parece haber captado el nuevo presidente de México, AMLO. Con un discurso sencillo y adoptando compromisos éticos básicos ("no robaré"), logró resolver el nudo principal de este tiempo: primero, la legitimidad del político y de la política misma; después las ideas.

Si el problema de una alternativa es, más que programático (siempre lo es también), un asunto de credibilidad -de la política y de las opciones en juego- implica repensar y rehacer de manera radical la agenda política, los discursos y las acciones, poniendo como eje principal la recuperación de estas legitimidades esenciales extraviadas.

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