Libertad y responsabilidad individual

En las unidades de cuidados intensivos enfrentamos con frecuencia la muerte, sabemos que existe y es tangible, aprendemos de ella y abrazamos con fuerza la vida. Sabemos que atrás de cada muerte hay una historia, un ser humano, una familia, y compartimos el dolor que existe en la despedida que ocurre en nuestras unidades.

Nuestros equipos de salud buscan preservar la vida del otro con toda la fuerza que tenemos, no claudicamos ante la desesperanza y nos mantenemos junto a nuestros pacientes y sus familias, contra viento y marea. Sabemos de sus angustias, incertezas y del tremendo valor que tiene el que cuidemos. Por eso, cuando desde nuestra vereda vemos los números, nos asombramos de la facilidad con que se discuten y acumulan.

Sabemos que durante los primeros días de abril la cantidad de pacientes Covid conectados a ventilación mecánica invasiva aumentaron rápidamente, hasta llegar hacia el 10 de abril a 320-350 pacientes. Desde entonces, el número de estos pacientes conectados a ventiladores se ha mantenido estable, representando un 50% del total de pacientes en ventilación mecánica de las unidades de Chile. Sabemos también que los últimos 10 días la ocupación de las UCI ronda alrededor de un 65% y están ocupados un 40-45% de los ventiladores disponibles.

Esta realidad global entusiasta, contrasta con realidades locales, heterogéneas, equipos de salud a quienes les ha tocado vivir la pandemia con mucha fuerza y han tenido que sacar lo mejor de cada uno para triplicar o, incluso más que eso, su capacidad de respuesta. Vivimos esto en la región de La Araucanía, luego se han ido sumando Magallanes y Antofagasta, la zona suroriente y central de Santiago, así como varios centros a largo de Chile.

¿Por qué es importante esto último? Porque sabemos que la mortalidad reportada en pacientes ventilados en centros de países desarrollados, que se vieron sobrepasados y saturados por la pandemia y que no tuvieron el tiempo de prepararse, supera el 50%-60% global. Nosotros hemos logrado, hasta ahora, una mortalidad muchísimo más baja, porque hemos preparado nuestros equipos de salud, hemos mantenido nuestro estándar de cuidado y por sobre todo, porque como sociedad hemos tomado las medidas de distanciamiento social necesarias para que esto suceda.

Todos hemos permitido que quienes han desarrollado la enfermedad severamente, hayan tenido acceso al cuidado que requieren.

Por eso, nos preocupa que el aumento de las libertades que puedan ser entregadas, y la falta de información respecto de las propias responsabilidades individuales, generen saturación de nuestras unidades, esto no solo se asociará a mayor mortalidad de quienes no debían morir, sino que además se asociará también a mayor fragilidad y mortalidad de nuestros equipos de salud.

Por tanto, pedimos desde nuestra vereda a quienes toman las decisiones, poner ante todo la importancia de la vida humana, cada vida importa. Sabemos que la ecuación que debe permitirnos avanzar hacia retomar nuestras vidas y costumbres es extremadamente difícil y que una serie de factores, verdaderos, múltiples y relevantes, nos urgen a volver a la vida cotidiana de nuestro país, sin embargo, esto debe hacerse con todos los indicadores adecuados sobre la mesa, escuchando a los actores sociales y con libertad de apremios y presiones.

Pedimos también, a la sociedad en general, que comprenda que no es necesario sufrir la muerte de un ser querido para entender que esta enfermedad, nueva, agresiva, y que afecta a jóvenes, adultos y mayores, requiere de cada uno de nosotros compromiso y deber de mantener un distanciamiento social suficiente, porque la clave estará en que el aumento paulatino y responsable de las libertades no impida el acceso de todos a una atención oportuna, segura y de calidad.