Mutis por el foro

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El mutis por el foro es el movimiento teatral en que un actor abandona discretamente, en silencio, el escenario. Y la imagen más significativa de esta semana fue un mutis por el foro, una acción sutil en un lugar poco dado a lo discreto: el set de televisión de un matinal. Esos programas eclécticos que en un minuto pueden ser una yincana de gente madura jugando a ser adolescentes; al momento siguiente un valioso foro público de discusión sobre contingencia; y de pronto un museo del horror en que se aplaude la tortura, se alienta el consumo de cloro y se describe la intimidad sexual de una mujer a la que le arrancaron los ojos.

Allí, el actor Alejandro Goic salió del estudio ante el ingreso a él de la animadora Patricia Maldonado. "No me da el alma, no me da el corazón", musitó Goic, abriendo con su ausencia, con su renuncia, con su silencio, un debate de hondo calado.

Aclaremos primero, para los barrabravas de siempre, que esto no es un conflicto entre izquierda y derecha. Es sobre un consenso mínimo de la civilización: el rechazo a los crímenes contra la Humanidad, sean cometidos por los comunistas en Rusia, por los nazis en Alemania o por la dictadura en Chile.

Hace solo tres meses, Maldonado felicitó al diputado Ignacio Urrutia cuando este motejó a las víctimas de violaciones a los derechos humanos como terroristas con aguinaldo".

"Vamos, diputado Urrutia, siga dando la pelea. Nunca olvide que los valientes mueren de pie y los cobardes mueren de rodillas y llorando", escribió Maldonado, una burla adicional para las familias de chilenos que fueron fusilados en esos años de plomo.

"Mi problema no es lo que piense Patricia Maldonado, pero yo tengo el derecho a no estar con alguien que defiende a aquellos que asesinaron e hicieron desaparecer a mis amigos personales", explicó Goic en CNN Chile.

Él tenía 16 años para el Golpe. Siendo apenas un adolescente, vio cómo varios de sus amigos, entre ellos Carlos Lorca, desaparecían para siempre en los calabozos de la Dina. Goic sobrevivió, tras ser detenido, torturado y exiliado.

Y ahí se abre la reflexión, que antes que política es humana. ¿Qué harías tú si te ves forzado a compartir un espacio supuestamente festivo con quien insultó a tus amigos asesinados? ¿Te irías en silencio? ¿Encararías para provocar un debate? ¿Te quedarías, mordiéndote la lengua?

No hay respuestas correctas a esa pregunta. Es más; es obsceno que exijamos respuestas correctas a las víctimas. Por décadas han debido soportar, primero, la persecución, luego la impunidad y el secreto sobre la suerte de sus seres queridos, y al fin conformarse con una justicia en la medida de lo posible. Y encima de todo eso, la exigencia de cierto tipo de comportamiento: ¡Reconcíliate!, ¡perdona!, ¡mira al futuro!

En países como Alemania o Francia, la negación de los crímenes contra la Humanidad está penada legalmente. En Chile, hay proyectos de ese tenor en el Congreso que personalmente no comparto. En mi opinión, usar el aparato del Estado para limitar la libertad de expresión, incluso para discursos extremos, es un riesgo aún mayor que el negacionismo.

Pero una cosa es la prohibición legal, y otra, los marcos de convivencia que definimos día a día, en nuestras relaciones personales, lugares de trabajo y medios de comunicación.

Hannah Arendt acuñó el término "la banalidad del mal" para explicar cómo la simple rutina burocrática puede ponerse al servicio de las peores barbaries. En el Chile de hoy, la banalidad de un programa de TV puede hacer algo similar: normalizar el espanto. Y es justo en ese contexto trivial, del baile y la risa de un matinal de televisión, que emerge la respuesta.

En medio de la estridencia, el mutis por el foro. Ese abandono discreto del alma que no da, esa ausencia del corazón que se encoge, ese silencio pacífico que es más elocuente que cualquier proclama.

Es la humanidad como antídoto a la banalidad.

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