Novela y narcisismo

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Cuesta entender la moda de la autoficción. Es cierto que ha existido siempre. Proust llegó a la cima y a Colette le faltó apenas un peldaño. Uno corrió las fronteras de la forma, al plasmar el tiempo como nunca nadie lo había hecho, mientras que ella movió las fronteras de la moral gracias a su libertad e intensidad emocional. En Chile también tuvimos novelas autobiográficas sobresalientes, como El río o Hijo de ladrón. Ahora último, sin embargo, asistimos a la exhibición de vidas anodinas y estereotipadas. Los recuerdos de infancia llevan la delantera, aunque nadie parece dispuesto a "matar al padre". También está el sexo y el alcohol, uno que otro vínculo con la política (lo cool siempre es ser un actor secundario), la vida en y después del campus. Es decir, la chatura de la vida burguesa.

No hay tema malo, dirán algunos, pero eso no quita que uno se pregunte: ¿y a mí qué me importa si se acuesta con fulanito o fulanita? ¿Si escribió el artículo para el diario con 10 tragos en el cuerpo?

De pronto, en una época de incertezas y de vínculos sociales en extremo líquidos, como diría Bauman, los autores jóvenes sienten que de lo único que pueden hablar con propiedad es de su vida. El corolario de este proceso es que la literatura se parece cada vez más a Facebook o Instagram, y se distancia de lo que en otros momentos fue: la entrada a otro mundo, diferente al del lector, lleno de aventuras y auténticas tragedias (aunque éstas fueran de carácter íntimo).

En su formidable ensayo "Evasión", César Aira afirma que la droga de los escritores de hoy es la proxidina: contar la vida tal cual es, en tiempo lineal y sin los "resortes, poleas, luces y telones que se deslizan", o sea, sin la arquitectura que daba cuerpo a las novelas de antaño. De manera casi automática el lector puede identificarse con el narrador, y esa parecería ser la única gracia de los textos: hablar de experiencias cercanas y reconocibles.

En esto incide la falta de densidad y el uso de un lenguaje a ras de suelo. Pero Aira repara en algo más de fondo: la "privatización del conflicto social" derivó en que todo se convirtiera en interno, en sicología, en biografía. Y bueno… de ahí a la autocomplacencia hay un paso. En sus palabras: "Subsidiados, psicoanalizados, viajados y digitalizados, los novelistas viven vidas de cuentos de hadas, y aun así escriben novelas (y no cuentos de hadas, lo que sería más honesto). La Historia les jugó una mala pasada al despojarlos de conflictos. Ni siquiera el problema sexual les dejó".

La apuesta por la invención de Aira no invalida que haya grandes escritores del yo. El punto es que muy pocos tienen un mundo propio original, a la manera de Felisberto Hernández o Roberto Merino. ¿Qué hacer entonces? Investigar la vida de otros (a lo Carrère) o de episodios distantes en el tiempo podría ser un camino, y quizá sirva reforzar esa alternativa para atenuar, al menos en parte, el narcisismo rampante.

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