Reforma curricular: dudas persistentes

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Foto: Sebastián Brogca


*Esta columna fue escrita junto a Cristián Cox, académico UDP. 

Antes de extinguirse el debate sobre la reforma curricular del 3° y 4° año de la educación media (EM) conviene poner en perspectiva el cambio buscado. De inmediato surge un contraste: este currículum fue modificado en tres oportunidades —en 1998, 2009 y en 2013, bajo distintos gobiernos—sin generar los cuestionamientos y dudas del diseño actual.

Ante esto, las autoridades reivindican la libertad de elegir de los estudiantes y la necesidad de equilibrios pragmáticos entre las disciplinas y entre las modalidades científico humanista y técnico profesional de la EM. Sin embargo, no han explicado el principio formativo que postulan para la culminación de la experiencia escolar.

En el origen de la decisión que dejó fuera del núcleo curricular algunas de las disciplinas consideradas fundamentales estuvo un doble criterio aplicado por el Ministerio de Educación del gobierno de la Nueva Mayoría: que tal núcleo debía ser común para ambas modalidades de EM, y que no se debía tocar el plan diferenciado técnico-profesional. Se configuró así una situación paradojal: un núcleo común tan restringido que obliga a postergar disciplinas clave y a agrupar otras (como ciencias) con efectos inciertos.

Este verdadero zapato chino se origina, por tanto, en una restricción artificial y anacrónica que perfectamente pudo evitarse. Porque si hay algo del todo evidente es precisamente la necesidad de revisar las especialidades técnico-profesionales, en circunstancias que una mayoría de egresados de esta modalidad continúa sus estudios en la educación superior.

En consecuencia, resulta clara la orientación que conviene impulsar: las especialidades técnico profesionales corresponden al nivel post-secundario, mientras en la etapa final de la EM debe reforzarse al máximo el núcleo común para todos y cursos optativos que realistamente puedan implementarse.

Entonces, ¿cómo justificar una reforma que hace justo lo contrario? ¿Que cuida los tiempos dedicados a las especialidades técnicas que, de hecho, ya migró al nivel terciario? ¿Y reduce el tronco formativo común justo cuando la sociedad se fragmenta cada vez más? ¿Y crea opciones sin mayor fundamento y con carencia de docentes?

En suma, la reforma debe responder a cuestiones de fondo: ¿Qué y cuánto enseñar y aprender en común por las y los estudiantes de 3º y 4º medio? ¿Y cuánto tiempo dedicar a la diferenciación en razón de intereses y motivaciones personales? ¿Cuál es la combinación ideal entre una base cognitiva y cultural compartida y los espacios de individuación de las motivaciones y preferencias vocacionales?

El currículum debería plasmar un acuerdo en torno a estas cuestiones que, por ahora, no tenemos. Por eso es imperioso continuar la deliberación pública y no clausurar prematuramente el debate.

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