Washington y Moscú: mortalmente Parecidos



Hace un par de días el Presidente de los Estados Unidos de América, fiel a su estilo de gobierno vía tuitazo, comunicó por dicha red social su decisión ejecutiva de reemplazar a su Secretario de Estado, Rex Tillerson, por el hasta entonces jefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Mike Pompeo. A cargo de la archiconocida oficina con sede en Langley, Virginia, designó a quien se desempeñaba como número dos: Gina Haspel.

Una primera reflexión por supuesto es la interrogante que se abre acerca de la capacidad de gobernabilidad de un gabinete en permanente "construcción". La lista de despidos o dimisiones es tan extensa (alcanza una veintena) y diversa -desde el mes primero de la administración Trump- que es difícil consignarla fielmente. Se inicia con la Secretaria de Justicia, Sally Yates, sigue con el Asesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, incluye al Director del Buró Federal de Investigaciones (FBI), James Comey, al Secretario de Prensa, Sean Spicer, al Jefe de Gabinete, Reince Priebus, al Director de Comunicaciones de la Casa Blanca, Anthony Scaramucci, al Asesor Propagandístico, Steve Bannon, a la nueva Directora de Comunicaciones, Hope Hicks, y al Director del Consejo Economico Nacional, Gary Cohn, por citar solo algunos. Pero al Presidente de Estados Unidos de América poco parece importarle, por lo que es poco probable que la salida de Tillerson sea la última remodelación de su círculo de poder. A ratos parece que somos espectadores de un "global reality show", tipo el "El aprendiz", en el que el anfitrión puede "amenazar por convivencia" en cualquier momento a sus colaboradores y destituirlos sin notificación personal alguna, como lo hizo con su Secretario de Estado, quizás desde su celular. El propio Tillerson declaró haber sido sorprendido por su remoción, sin conocer las razones específicas, y precisamente poco después que la Casa Blanca anunciara la histórica cumbre que reuniría al Presidente norteamericano con el líder norcoreano, Kim Jong Un. Después de todo, durante la verborreica crisis entre la superpotencia global y el estado asiático uno de los personeros norteamericanos que tendió más puentes y descolló por un lenguaje diplomático cauto y conciliador fue el ex alto ejecutivo de la Exxon Mobil.

La designación de Pompeo sorprendió a todos, incluidos el partido republicano, que observa como su congresista que representa a Kansas desde 2001 pasó a la primera fila de la diplomacia norteamericana. Sin embargo, estas no son las únicas credenciales del futuro secretario de Estado: se trata de uno de los fundadores del "Tea Party", aquella alá del republicanismo que durante la "era Obama" abogó por un conservantismo radical. Mucho antes, Pompeo se unió a las filas de la controvertida Asociación Nacional de Rifle, agrupación que desde 1871 exige la estricta observación de la segunda enmienda constitucional que defiende el derecho ciudadano a poseer y portar armas. Como congresista integró los Comités de Energía y Comercio, y el de Inteligencia, aunque es particularmente recordada su membresía de la comisión especial del Capitolio que indagó los atentados de Bengasi de 2012, criticando abiertamente la actuación de la ex Secretaria de Estado, Hillary Clinton.

Durante su carrera política el congresista Pompeo no ha trepidado en apuntar a Rusia como "La verdadera amenaza" o de calificar permanentemente a Irán como "Estado Terrorista". En otras palabras, se trata de un antiguo "Halcón", quizás desde su egreso con honores de la Academia Militar de West Point, o por lo menos en aquellos años que Pompeo sirvió a su país como joven vigilante uniformado del Muro de Berlín, en plena Guerra Fría.

Desde el otro lado de la cortina de Hierro, con certeza desde Dresde, operaba el actual nuevo "Zar" Ruso, Wladimir Putin, asignado por la KGB a la extinta República Democrática Alemana. Paradójicamente, operaciones típicas de la confrontación bipolar sacuden hoy al gobierno que encabeza el Presidente de la Federación Rusa, acusado por Londres de haber intentado asesinar al ex espía ruso Sergei Skripal, de 66 años, y su hija Yulia, de 33, ambos avecindados en Gran Bretaña y aún con compromiso vital. En un evento digno de las siniestras maquinaciones renacentistas de los Borgia, las víctimas habrían sido intoxicadas mientras visitaban un centro comercial en Salisbury, por la sustancia nerviosa "novichok" de supuesta fabricación rusa. El ataque selectivo rememoró el episodio del envenenamiento con polonio radiactivo en una taza de té de otro espía ruso en suelo británico, Alexander Litvinenko, quien falleció en Londres el 23 de noviembre de 2006, después de 22 días de agonía. El móvil del actual atentado sería la colaboración del ex coronel del ejército ruso Skripal con el servicio secreto británico, MI6, en la develación de la identidad de los agentes encubiertos rusos en Europa. Dicha cooperación de Skripal con la inteligencia británica fue juzgada por un alto tribunal moscovita que lo declaró culpable de alta traición hace 10 años atrás, por lo que Londres no tardó en responsabilizar a las autoridades de Moscú. La Primera Ministra británica Theresa May respondió sindicando al gobierno moscovita como responsable de la utilización de un arma química del tipo militar contra actuales no combatientes y de paso contaminar a una veintena de sus ciudadanos. Ante el desmentido de Moscú de implicación en el caso, el gobierno de Londres anunció como represalia la expulsión de 23 diplomáticos rusos a los que considera "agentes de inteligencia no declarados".

Los parecidos con la Guerra Fría no se detienen con la fractura de las relaciones entre el Kremlin y Londres, sino que continúan con la antes referida designación de Gina Haspel como nueva directora de la CIA. El nombramiento de la primera mujer a cargo de la CIA ha causado revuelo, no por la relevancia estratégica de una función imprescindible para los Estados –la inteligencia, comprendida como información evaluada, practicada al menos desde los tiempos del Imperio Romano- sino por la carrera de una funcionaria que eventualmente habría supervisado prácticas de tortura contra militantes de Al Qaeda tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, en un recinto de detención furtivo ubicado en Tailandia. Aunque Haspel ha descartado cualquier participación directa en las eufemísticamente llamadas técnicas reforzadas para extraer información, la ratificación de su nuevo puesto ante el Senado norteamericano la obligará a comparecer ante el Comité de Inteligencia de dicho cuerpo legislativo, que sin duda hará preguntas sobre su papel en la guerra sucia contra el terrorismo yihadista. Sin embargo, la mayoría republicana en la Cámara Alta garantizaría que la nominación de Haspel no corra riesgos, sin olvidar que durante la campaña presidencial norteamericana de 2016, el actual mandatario se jactó de aprobar los abusos cometidos durante interrogatorios extrajudiciales en el caso de militantes del Estado Islámico.

Dicho panorama me hace preguntarme si acaso no estaré viendo otra de esas películas clásicas de la Guerra Fría: Un mundo de Halcones y Espías por doquier.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.