¿Y después de la emergencia?



Por Miguel Ángel Fernández, director ejecutivo de la Fundación Aire Nuevo

A favor o en contra del pueblo. A favor o en contra de los ricos. A favor o en contra de lo responsable. Cualquiera de estas dicotomías puede ejemplificar el estado actual de la discusión pública, en momentos donde el tercer retiro, el retiro solidario o los bonos del Ejecutivo son parte central de la agenda política semanal.

La discusión de fondo se pierde producto de la superficialidad del debate y lo artificial de cualquiera de las divisiones antes mencionadas. Ambos factores arrastran una confusión frente a lo que vivimos los chilenos. Hoy enfrentamos un shock exógeno –en forma de virus– que detona una crisis en donde se nos imposibilita trabajar y emprender libremente, y en donde el diseño de políticas focalizadas muestra sus grietas.

Es en este momento extraordinario donde se deben dar soluciones fuera de lo común. Políticas de apoyo con demasiadas condiciones dificultan al gobierno de cumplir con su deber de apoyar a las personas en momentos complejos, lo cual sumado al quiebre de la primera responsabilidad del Estado –entregar seguridad para vivir tranquilos– termina por generar un rechazo automático de cualquier propuesta que traiga más condicionantes de las que se pueden explicar en una frase.

La tentación, entonces, es una respuesta casi natural al incumplimiento de ambos compromisos: universalizar todo. Esto es visto con buenos ojos por algunos que desempolvan de los manuales del siglo pasado la utopía de políticas universales, que aun cuando son parejas, generan profundas injusticias. Este momento extraordinario es una oportunidad de instalarlas como algo lógico, para así solidificarlas en tiempos de normalidad.

Uno esperaría flexibilidad de quienes no están de acuerdo con lo anterior. Entender que hoy, en situación de emergencia, debemos simplificar y ampliar la oferta de apoyo gubernamental, para luego repensar el diseño de los instrumentos, pero pareciese que ocurre algo en una dirección distinta. Así, responden asumiendo normalidad, donde la respuesta del bando contrario frente al movimiento del péndulo ideológico de la universalización es salir a defender, con uñas y dientes, la focalización.

¿Qué pasará entonces después de la emergencia? Bueno, las opciones se pueden inferir del momento actual. Unos buscarán instalar definitivamente la universalidad, otros apelarán a eficiencia para pensar en focalización. Nadie se preguntará, de manera objetiva, pragmática y fuera del candor electoral, qué necesita el Chile del presente.

Obviamente una política de focalización diseñada para un Chile con 40% de pobreza y cuya perfección es igualmente utópica –pues requiere de información perfecta para funcionar como se diseña en el papel– no debería ser una opción. Pero tampoco políticas de universalidad que, en vista de las posibilidades del país y su injusta implementación, no serán implementadas y se transformarán en un mensaje que causará deuda intergeneracional y/o una nueva decepción nacional.

Por eso se requiere prudencia. Ni universalidad pura ni focalización perfecta, sino que una política integradora para los tiempos actuales. Una política social que entienda que por recibir un sueldo no significa que no necesite apoyo en momentos complejos, que amplíe gradualmente su cobertura y esté disponible para todos cuando la enfermedad, el desempleo, o una tragedia azote nuestras vidas. Es decir, una política basada en la visión de la integración social.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.