Trump, Xi, Piñera y los otros

Chile no fue invitado a Osaka por simpático, sino pensando en el Apec de noviembre. La esperanza es que Trump y Xi mejoren un poco el clima del mundo, o cuando menos le den un nuevo respiro. La diplomacia chilena ha hecho, como es usual, su trabajo silencioso: en mayo pasado, la reunión de ministros de comercio del Apec en Viña ya obtuvo una declaración positiva, papelito que el Presidente pudo lucir en Osaka.



Diplomacia pretenciosa: así tendría que llamarse la de un paisito que se atreve a organizar dos encuentros mundiales en menos de dos meses. Pero veamos: la COP25 (Conferencia de las Partes, órgano ejecutivo del acuerdo sobre cambio climático, 197 países firmantes, 2 al 13 de diciembre) se quedó sin sede después de que Brasil renunciara a su turno y, según versiones seguras, el Presidente Piñera negoció toda clase de rebajas en el gasto anfitrión después de que la ONU le pidió hacerla en Chile. Lo que no le aceptaron fue moverla para enero de 2020. Para decirlo todo, tampoco se resistió demasiado.

De modo que Santiago albergará una conferencia que está en un momento crítico: un anfitrión que renunció con abierto desdén, varios países vacilando en mantener su firma, el presidente de la principal potencia poniendo en duda el propio cambio climático, en fin: un pésimo ambiente para conseguir avances sustantivos.

En cambio, la 31ª Cumbre del Apec (21 países, 50% de la economía mundial, 16 y 17 de noviembre) le correspondía a Chile por rotación de sedes.

Honor también tembloroso, porque la anterior, en Papúa Nueva Guinea, fue un fracaso resonante: por primera vez en 30 años los líderes no lograron sacar ni siquiera una de esas acuáticas declaraciones de consenso con que suelen cerrarlas. La diplomacia papú esperó más allá de lo prudente y finalmente no fue capaz de doblegar la tozudez china, que frente a las amenazas estadounidenses decidió retractarse de acuerdos que antes había aceptado suscribir. El bochorno de Port Moresby alarmó al G20, donde esta vez el porfiado fue Estados Unidos. Pero la diplomacia japonesa sí consiguió sacar en Osaka una declaración de apoyo al libre comercio internacional y al trabajo global de la OMC.

Además, Trump acordó con Xi una tregua en su guerra bilateral de prohibiciones y aranceles. Pero esto lo negocian aparte, sin presencia de los demás países. Desde que asumió, Trump ha dicho que con Xi se entiende de maravillas, que es una simpatía y que solo lo tienen que dejar en sus manos. El mundo es de los dos. O casi.

Chile no fue invitado a Osaka por simpático, sino pensando en el Apec de noviembre. La esperanza es que Trump y Xi mejoren un poco el clima del mundo, o cuando menos le den un nuevo respiro. La diplomacia chilena ha hecho, como es usual, su trabajo silencioso: en mayo pasado, la reunión de ministros de comercio del Apec en Viña ya obtuvo una declaración positiva, papelito que el Presidente pudo lucir en Osaka. Eso, en cuanto se refiere al apoyo al libre comercio.

Persiste un problema: el componente medioambiental, que justamente tiene que ver con la COP de diciembre, dos semanas después. Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París, firmado en la COP21 del 2015, dejando cojas las metas globales de reducción de emisiones para después de 2020. Ya que es casi imposible que logre renovar su apoyo al Acuerdo de París, el Apec podría promover nuevas metas y dejar un camino sembrado para que la COP25 sea exitosa. Si esto llegase a ocurrir, la diplomacia chilena habrá conseguido el mayor éxito de su historia.

Francia, Noruega, China y, sobre todo, Alemania han estado apoyando con fuerza al gobierno chileno. Pero La Moneda necesita neutralizar a Brasil, que boicoteó la COP24 de Katowice en dos de sus documentos importantes: metas ambiciosas y medidas económicas. La COP salió de Polonia con las alas rotas. El otro asistente problemático es India, que, como lo hizo China en el pasado, parece tentado a poner sus propios objetivos de desarrollo por delante de los del clima. Brasil e India tienen hoy gobiernos con sesgos nacionalistas a los que, como a Trump, les desagrada el multilateralismo cuando se mete en sus economías.

El gobierno chileno tiene sus bazas propias: protección de los océanos, Antártica, electromovilidad (que sí tuvo un impulso en Katowice), incremento de la forestación (un alfilerazo para Brasil y Bolivia) y carbono-neutralidad para la quinta década, es decir, entre los años 2040 y 2050, lo que anticipa unos años las metas para la mitad del siglo.

Y todos los grandes en el Santiago de Piñera. ¿Qué tal?

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