Columna de Héctor Soto: Rayones en la pintura

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La gran incógnita es si están las condiciones para que la oposición repita, con el éxito que tuvo el 2011, una estrategia política como la que terminó arrinconando a Piñera por entonces en tasas de rechazo a su gestión del orden del 70%. Es verdad que las condiciones han cambiado y que la actual oposición no tiene un liderazgo potente como el que ejercía bajo cuerda desde Nueva York Michelle Bachelet.



Las próximas semanas dirán si la compulsión por el resguardo a las reformas de Bachelet es una vitamina lo bastante efectiva para sacar a la oposición de la sala de cuidados intermedios, que es donde quedó después de la derrota de diciembre último. La izquierda, o las izquierdas, para decirlo con mayor precisión, creen que sí lo es y atribuyen a eso que los ánimos en el sector se estén recuperando. De alguna manera, la oposición volvió a la cancha en dos frentes. Primero, a raíz de su rechazo a la modificación del reglamento que iba a regular la aplicación de la ley de aborto por tres causales, pues sintió que el cambio echaba por tierra el castigo que la anterior ministra de Salud había previsto para las clínicas y hospitales privados que hicieran uso de la objeción de conciencia y que fue uno de los tantos amarres que creyó haber dejado Bachelet. El otro tema que la reanimó fue decisión del Tribunal Constitucional, por razones que aún no conocemos, porque el fallo se emitirá recién alrededor del 26 de abril, de rechazar el Ar-tículo 63 de la Ley de Educación Superior, que prohibía el lucro en las sociedades controladoras de universidades. Si bien las universidades no pueden tener fines de lucro, esta circunstancia no obstaría, según el tribunal, a que entre sus dueños existan sociedades que sí lo puedan tener. Se trata a primera vista de una asimetría o incongruencia que si bien no mueve ni una coma de la norma que dispone que las universidades han de ser entidades sin fines de lucro, tendría alcances gravísimos en el sistema y distorsionaría, según expresó en Twitter la exmandataria, la decisión democrática de eliminar el lucro en la educación superior. Aunque sea más circunstancial que profunda, los alardes de la indignación opositora por este episodio son el insumo perfecto para sacar al sector del inmovilismo, y de hecho ya el Frente Amplio está coordinándose con distintos gremios y movimientos sociales para una jornada de protesta el próximo 19 de abril.

La decisión del Tribunal Constitucional ha tenido, además, otro efecto: el de alinear a la oposición en torno a la idea de condicionar cualquier acuerdo con el gobierno al compromiso de reformar tanto las atribuciones como la composición de ese órgano superior del Estado. Este alcance, por supuesto, es un imprevisto que no figuraba en el libreto del gobierno y ciertamente lo complicará. Aunque el programa de Sebastián Piñera contempla una modernización del Tribunal Constitucional, la iniciativa hasta aquí no figuraba entre sus prioridades legislativas.

En términos de posiciones de poder, no hay duda de que el juego en adelante será recio. En principio, están dadas las condiciones para trabar un conflicto institucional de proporciones. La oposición, por muy inorgánica que parezca, tiene mayoría en ambas cámaras legislativas, y ve con alarma una arremetida frontal contra el legado. Interpreta el cambio del protocolo de objeción y la sentencia del Tribunal Constitucional como dos rayones feos en la pintura. A su vez, el gobierno se siente mandatado por una robusta confianza ciudadana que rechazó la continuidad tanto de las reformas como del proyecto político de Bachelet. La colisión entonces sería inevitable. Sin embargo, en el desarrollo de estas pugnas las condiciones objetivas de orden institucional son solo un factor de la ecuación. Lo que en realidad inclinará la balanza hacia uno u otro lado será el sentir de la ciudadanía y, en este ámbito, de momento al menos, el horizonte está muy abierto. Tanto, que cualquier apuesta es válida, desde las más inmovilistas hasta las más radicales y rupturistas.

La gran incógnita es si están las condiciones para que la oposición repita, con el éxito que tuvo el 2011, una estrategia política como la que terminó arrinconando a Piñera por entonces en tasas de rechazo a su gestión del orden del 70%. Es verdad que las condiciones han cambiado y que la actual oposición no tiene un liderazgo potente como el que ejercía bajo cuerda desde Nueva York Michelle Bachelet. También es cierto que el sueño del Chile igualitario está un tanto abollado después de la malograda experiencia del gobierno anterior. Todas estas circunstancias, y algunas otras, sugieren que es difícil que el fenómeno pueda repetirse -sea como tragedia, sea como farsa- así como así, de manera lineal y automática. Pero desde luego no es imposible.

Como en el desarrollo de toda pugna política, el factor emocional será decisivo. A diferencia del 2011, cuando los caminos se dividieron a partir de dilemas muy rotundos (gratuidad vs. lucro, derechos sociales vs. exclusión, igualdad vs. privilegios), lo que ahora está en juego en realidad son las cuartas o quintas derivadas. No es verdad que el nuevo protocolo para la objeción de conciencia limite el derecho de las mujeres a interrumpir su embarazo en las condiciones previstas por la ley, puesto que lo único que hizo fue eliminar el garrote que se dejaba caer sobre los establecimiento que apelaran a esa objeción. Tampoco es cierto que la discusión sobre el lucro en las universidades haya vuelto a fojas cero. La prohibición sigue intacta, aunque es evidente que la superintendencia del área tendrá ahora que poner especial atención sobre los planteles cuyos controladores sean empresas comerciales para que efectivamente la ley se cumpla. Sin embargo -y acaso esta sea la variable definitiva-, llega un momento en que con argumentos apenas se convence. La pregunta de rigor es si estamos en ésas. Si existe hoy día una masa crítica suficiente para poner al gobierno en aprietos y dar viabilidad a un proyecto político opositor que de momento no se vislumbra.

Desde luego, la confianza de las dirigencias opositoras es que sí la hay. Es un sentimiento fácil de entender, porque, claro, la izquierda necesita rearticularse. La duda, sin embargo, es si bastan los desaires al legado de Bachelet -porque los hechos invocados hasta aquí no son más que eso, desaires- para movilizar al país y volver a copar las calles. Después de todo, las batallas en política no se ganan a punta de defender posiciones. Se ganan yendo hacia adelante y esa perspectiva -la de proyecto, la de futuro, la de promesa- es la que la actual oposición aún no tiene.

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