Latinoamérica en TV




SI PENSAMOS que en América Latina mueren asesinadas 144 mil personas al año, a un promedio de cuatro cada 15 minutos, era cosa de tiempo que Netflix pusiera el ojo en este territorio desgarrado por el narcotráfico, la corrupción política y las luchas territoriales entre pandillas. Desde Narcos, la estupenda serie sobre Pablo Escobar, el canal ha fortalecido su apuesta latinoamericana y hoy podemos ver series de gran factura, donde la acción y el suspenso se cruzan con el drama social.

La semana pasada se estrenó El Chapo, inspirada en el líder del cartel de Sinaloa. La serie arranca cuando Joaquín Guzmán Loera forma parte de la segunda división de un cartel y anhela convertirse en "patrón". Pero sus jefes no lo ascienden, a pesar de que logra que la organización gane mucho dinero a través de un trato con Pablo Escobar. La acumulación de pequeñas humillaciones lo llevarían a forjarse un camino propio, saltándose ciertos protocolos que lo enemistaron de entrada con otros carteles.

El aspecto más sobresaliente de la serie es el vínculo entre narcotráfico y política. Es cierto que está en segundo plano, tras las persecuciones y matanzas, pero es lo suficientemente explícito como para hacerse una idea de la degradación que el tráfico de drogas provoca en las instituciones. Cuando asume Salinas de Gortari (no sale su nombre, pero la caracterización es idéntica) se hace evidente el carácter negociador del gobierno, que no quiere "desmadres", y para eso mete en la cárcel al capo de capos. La idea es que éste, gracias a su influencia, mantenga calmadas las aguas. Así todos ganan. Y es ahí donde el Chapo, a esas alturas con bastante más poder, entra en guerra con otros grupos por hacerse de un mayor control de la cocaína.

Si en El Chapo se aprecia cómo un conflicto social sube hasta las más altas esferas, El marginal muestra la corrupción de la justicia en un nivel más pequeño, a ras de suelo, en la Argentina actual. El protagonista es un expolicía que está preso en la Patagonia y acepta infiltrarse en un penal de Buenos Aires, para averiguar quién secuestró a la hija de un juez corrupto. A cambio, recibirá su libertad.

El alcaide es un personaje soberbio, divertido, al que no le preocupa en lo más mínimo la reinserción social, los derechos humanos y "todas esas pavadas de ahora", y solo aspira a que el recinto se mantenga sin muertos. Entonces aparece el otro gran tema de la serie: la lucha entre dos pandillas, los Borges y la Sub 21, por el control del penal.

La serie en el fondo reproduce la realidad de la "villa", la tierra del más fuerte y del más vivo. El hacinamiento es ley y la violencia, un mecanismo de subsistencia. Igual que en las poblaciones o las favelas. De hecho, según una estadística del Banco Interamericano del Desarrollo, el 50% de los homicidios en Latinoamérica se producen en el 1,6% de sus calles. Una muestra elocuente de los efectos de la segregación urbana y de que la delincuencia no es únicamente un problema de seguridad. En último término, es la lucha contra la pobreza y la desigualdad.

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