Presentadora de noticias afgana: “No me dejaré intimidar”

Combatientes talibanes izan su bandera en la casa del gobernador provincial de Ghazni, en el sureste de Afganistán. Foto: AP

“Si debo morir lo haré haciendo mi trabajo, por lo que más lucho, por llegar a ser una reportera de terreno”, comenta Khadina Amain ante la amenaza que significa el avance de los talibanes.


Fue el matrimonio más triste, el más desolador de todos. Cuando se pensaba que la alegría de los bailes y las músicas orientales, de las melodías tradicionales de la cítara y el harmonium afgano harían olvidar las imágenes del dolor y la miseria de los cientos de miles de desplazados que llenan las mezquitas de Kabul, todo cambió.

La aterradoras noticias que llegaban por las radios y transmisores de seguridad de las fuerzas especiales causaron el pavor y la desolación entre las decenas de invitados. Primero, había caído Herat, la tercera ciudad mas grande de Afganistán con 600 mil habitantes.

En el matrimonio, como es habitual, había dos espacios separados por cortinas totales, una donde bailan los hombres solos y el otro donde celebran las mujeres a quienes está prohibido acercarse ni tomarles fotografías.

Una profesora con burka de la provincia de Takhar, desplazada por el conflicto entre los talibanes y el Ejército, da una entrevista dentro de su tienda en un parque público en Kabul. Foto: AP

Decenas de familiares llamaban histéricos en medio de las celebraciones, ya que las milicias talibanes habían liberado a más de 1.000 prisioneros que salían fervorosos de la cárcel de Herat en busca de venganza. En medio de ese caos, vino el segundo golpe, aún mas intenso que el primero.

Kandahar, la segunda ciudad de Afganistán y símbolo de los talibanes que la habían declarado su capital durante el largo reinado de la milicia (1996-2001) que muchos afganos recuerdan como el período más oscuro de la historia de este país, sucumbió también frente al intenso y sostenido ataque de los insurgentes, que se han apoderado de varias capitales provinciales haciendo más dramática la agonía de cientos de miles de niños, mujeres y ancianos.

El temor de las mujeres

En medio de la noche y con los cortes permanentes de electricidad, la embajada de Estados Unidos en Kabul advirtió a todos los ciudadanos que debían abandonar Afganistán. De hecho, los funcionarios de la embajada dejaron ayer el país.

Un helicóptero de transporte militar CH-46 Sea Knight sobrevuela Kabul. Foto: Reuters

La presentadora de noticias de la televisión nacional afgana, Khadina Amain, entrevistada para una nueva temporada de la serie documental “Buscando a Dios” de Canal 13, cuenta que su familia no la apoya en su trabajo, solo su madre. Pero señala que “no se va a dejar intimidar”. “Si debo morir lo haré haciendo mi trabajo, por lo que más lucho, por llegar a ser una reportera de terreno”, indica. Este relato se une al de otra decenas de artistas, cantantes, deportistas de elite.

Las amenazas son diarias, a cada instante, por redes sociales, por mensajes a los teléfonos, mediante llamadas anónimas, mediante cartas dejadas en sus autos, en la puerta de sus casas, que les advierten: “Sabemos dónde estás, pronto iremos por ti y por tu familia”.

Pasajeros caminan hacia la terminal de salidas del Aeropuerto Internacional Hamid Karzai en Kabul, el sábado. Foto: AP

Estas mujeres son las más perseguidas porque trabajan y son conocidas, son activistas en redes sociales que vivieron 20 años con la presencia de Estados Unidos y sus valores en medio de una sociedad ultratradicional.

Como ellas mismas lo remarcan, esta sociedad no es la misma que en 1996 cuando los talibanes prohibieron la música, la televisión, el cine, la radio, las noticias. Cuando sólo se podía escuchar música tradicional, cuando las mujeres debían vestirse con el burka más tradicional que las cubre de pies a cabeza, incluidos sus ojos y que generalmente es azul, a diferencia de los países árabes donde es negro. Estas mujeres vivieron su adolescencia en medio de una sociedad extremadamente conservadora, pero que les permitía trabajar, ir a la escuela, a la universidad y participar en cursos mixtos con hombres.

Fahima, una bailarina de danzas derviches sofistas que trabaja en una escuela privada, asegura que no se dejará intimidar, y que prefiere “morir con los brazos en alto” a dejar de bailar que es la pasión de toda su vida.

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