Columna de René Jofré y Andrés Santander: A contracorriente

09 de diciembre 2022/ SANTIAGO Los partidos políticos con representación parlamentaria continúan el diálogo en el marco del proceso constituyente para avanzar en un acuerdo que permita redactar una nueva Constitución. FOTO: CAROLINA REYES MONTERO/ AGENCIAUNO

No es necesario diluirse para forjar una identidad diversa pero común. Una mera alianza electoral no lograría eso. Una coalición sería mejor, pero todavía no llegaría a formar objetivos políticos comunes con grados importantes de vinculación. Por ello, la propuesta más razonable de analizar sería la formación de un nuevo espacio político: una federación.


*René Jofré es exsecretario general del Partido por la Democracia; Andrés Santander tuvo el mismo cargo en el Partido Socialista de Chile.

Dispersión y fragmentación son dos factores que han caracterizado los últimos años de la política chilena. Escisiones, quiebres, renuncias, formación de nuevos grupos, partidos pequeños y caudillismos, han llevado a la política a ser un archipiélago de islas desconectadas y no un continente diverso pero cohesionado en torno a ideas y visiones de país.

A izquierda y derecha del espectro político, también en el centro, no se observan esfuerzos significativos por bajar barreras y encontrar objetivos comunes. Al revés, cada desacuerdo es llevado al extremo de abandonar las filas propias y formar tienda aparte. Es cierto que el régimen político y, sobre todo, el sistema electoral ha sido un fuerte incentivo para ello. Y, luego de décadas de tener a la política con una camisa de fuerza, como fue el binominal, lo diverso pasó a ser no solo un emblema, sino una necesidad. Sin embargo, el lado B de una política anclada en la diversidad, en lo identitario, explica la excesiva dispersión del sistema político actual.

Esta realidad no augura nada bueno. La política, como se ha señalado, se asienta en una concepción del poder que exige a los hombres y mujeres que la forman a “actuar en concierto” tras grandes objetivos o proyectos comunes que convoquen a mayorías, mucho más que a formar pequeñas islas que solo sirven a quienes las promueven.

En la naturaleza son los salmones quienes nadan contra la corriente para volver a su lugar de origen y preservar la especie. Esa acción les permite que nuevas vidas lleguen al océano para nuevos comienzos. Los actores políticos, en cambio, en los últimos tiempos, flotan más que empujan. Se dejan llevar más que abren camino, es lo cómodo. Nadar contracorriente, en cambio, implica romper la inercia, salir de la comodidad.

Ir a contracorriente no es popular. Sale más fácil seguir en la corriente, mantenerse en el rebaño, quedarse en la zona de confort. Sin embargo, en las condiciones actuales de un Chile que debe enfrentar un nuevo ciclo, es más necesario que nunca.

Este es un debate que, sotto voce, las fuerzas que integran el llamado Socialismo Democrático y otras, con las cuales existe un pasado común, han ido sosteniendo en el tiempo. Pero hay un punto de tope: son varios partidos con tradiciones largas en la política chilena, por tanto, poco dispuestos a perder sus rasgos identitarios.

La pregunta entonces es, ¿cómo juntarse con otros sin perder identidad?

Primero, reuniendo condiciones favorables. El Socialismo Democrático está formado por partidos que tienen una larga historia común, forjada en tiempos duros y mantenida en sucesivos gobiernos, vapuleada por desaciertos y errores pero luego reivindicada, en sus logros y trayectoria. Partidos que han ido aprendiendo de sus yerros y, por tanto, pueden estar más conscientes que antes de que el poder tiene límites que no se pueden sobrepasar, frente a una ciudadanía más consciente, más vigilante y menos dispuesta a dejar pasar arbitrariedades y abusos.

No es necesario diluirse para forjar una identidad diversa pero común. Una mera alianza electoral no lograría eso. Una coalición sería mejor, pero todavía no llegaría a formar objetivos políticos comunes con grados importantes de vinculación. Por ello, la propuesta más razonable de analizar sería la formación de un nuevo espacio político: una federación, con valores compartidos, entre fuerzas que compartan una mirada país, que acoja tanto a militantes como a independientes, a organizaciones sociales como a intelectuales, a hombres y mujeres de esta tierra que sientan que la igualdad y la libertad no son incompatibles, sino luchas centenarias por hacer valer la dignidad humana.

La palabra federación tiene dos raíces importantes: la idea de unión y la idea de pacto: unirse en torno a un pacto es su etimología más propia. Eso es federarse. Segundo, porque nadie pierde identidad. Y tercero, porque fuerzas diversas se unen tras una voluntad común.

Y, lo más importante, esto es una necesidad de la política chilena: el que algunas fuerzas estén dispuestas a unirse en vez de fragmentarse, a acordar objetivos comunes en vez de escindirse, a sumar más que a dividir. Esa es una tarea para la que el Socialismo Democrático está en condiciones, como ningún otro, de acometer. Por ese Chile que soñamos, para todas y todos. La invitación, entonces, es a ir a contracorriente.

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