Tomás González: “Estaba tan concentrado en llegar a los JJ.OO. que acepté tratos abusivos de mi entrenador”

Tomás González en su academia de gimnasia, en la Ciudad Deportiva Universidad de San Sebastián. FOTO: LUIS SEVILLA FAJARDO

Tres veces finalista olímpico, medallista de oro en los Panamericanos de 2019, el mejor gimnasta de la historia local relata su trayectoria en Campeón, un libro autobiográfico donde aborda los triunfos, caídas y lecciones de su vida deportiva. Por primera vez abre el espacio de su intimidad y habla de su identidad sexual: "Asumir mi identidad no fue fácil, uno crece en una sociedad heteronormal que igual te condiciona”.


El North Greenwich Arena de Londres está repleto y en silencio. El rostro de Tomás González luce serio, tenso y concentrado. Es la final de salto de la gimnasia masculina, y entre las graderías se distinguen, aquí y allá, algunas banderas chilenas. Con atuendo en tonos celestes, el bigote finamente recortado, González abre los abrazos, inspira y corre. Atraviesa los 25 metros de la pista, salta sobre el trampolín y se eleva sobre el potro. El gimnasta formado en la escuela rusa ejecuta un salto enérgico y estilizado que describe tres giros perfectos en el aire. Su aterrizaje es limpio y preciso.

-¡Beautiful! -se escucha en la transmisión oficial de los Juegos Olímpicos.

Victorioso, levanta los brazos y sonríe; su entrenador, Yoel Gutiérrez, celebra y desde las graderías baja una ovación.

Con 26 años, Tomás González está en la élite mundial de la gimnasia. Cinco años antes entrenaba en un viejo gimnasio del centro de Santiago, solo y deprimido, perseguido por las lesiones y a veces sin ganas incluso de levantarse. Ahora, solo 24 horas después de quedar cuarto en la competencia de suelo, enfrenta su segunda final olímpica.

Es el lunes 6 de agosto de 2012. En las graderías se encuentra su familia; también atletas de la delegación chilena, y otra figura de la historia olímpica local: Fernando González, doble medallista en Atenas 2004.

-Fue un gran apoyo ver a Fernando y a todos los chilenos allí -recuerda.

Aunque no podía verlos, otros miles o acaso millones contenían el aliento y celebraban sus destrezas, en escuelas y oficinas, a través de la televisión. Por primera vez en su historia deportiva, el país tenía a un gimnasta entre los mejores del mundo.

El primer salto logra una calificación sobresaliente: 16.400. Un leve gesto de preocupación se adivina en el rostro de sus rivales de Rusia y Ucrania, los favoritos. Tomás González toma posición para el segundo salto. Cierra los ojos un segundo y repite para sí mismo: tú puedes, tú puedes.

La televisión muestra su carrera explosiva y un ejercicio de alta complejidad que culmina con un ligero rebote en el aterrizaje. González sonríe y se abraza con su entrenador. Será el último abrazo entre ambos.

Finalmente, Tomás González volvió de Londres con dos cuartos lugares, en suelo y salto, muy cerca de la medalla de bronce. También con una convicción: quería separarse de su técnico.

-El camino para llegar a Londres fue un proceso de mucho estrés y angustia -dice.

El gimnasta estaba exhausto. No solo por la rutina de la alta competencia, las 30 horas semanales de entrenamiento, el desgaste y los impactos en la musculatura y las articulaciones. Lo más amargo fue la relación con su coach, conocido por su carácter explosivo.

-Yo estaba tan concentrado en llegar a los Juegos Olímpicos que acepté tratos abusivos de mi entrenador. Pero me pasaron la cuenta, me afectaban sicológicamente y después de Londres dije no puedo más, me está haciendo mal, hasta aquí llego con él, no estoy disfrutando la gimnasia y tampoco mis logros.

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Tomás González en la final de salto, Londres 2012.

Finalista también en los JJ.OO. de Río 2016 y campeón panamericano en Lima 2019, el gimnasta revisa su historia deportiva, las lecciones, triunfos y caídas de su trayectoria en Campeón, un libro autobiográfico publicado por Ediciones Urano.

Elaborado a partir de conversaciones, en él abre las puertas de su intimidad, y así como revisa sus logros, también se asoma a los conflictos y tensiones de su vida.

-Fue algo súper terapéutico para mí, repasar muchos recuerdos, tanto buenos como malos. El cerebro es astuto y bloquea las cosas más traumáticas, entonces es bueno hacer memoria. Revivo momentos súper duros y abro un poco mi vida privada, que es lo que no hice en su minuto.

La lluvia golpea la carpa donde funciona la escuela de gimnasia de Tomás González, mientras un grupo de niñas se ejercita en las barras asimétricas. El director las observa de lejos y dice que en su trayectoria siempre trató de destacar por los aspectos deportivos. Pero a veces se sintió invadido por el interés en su esfera privada.

Hoy, a los 36 años, se permite hablar públicamente de su intimidad: “Supongo que ya no es tema, pero sí, soy gay. Y si se trata de hacerlo público, prefiero hacerlo en este libro”.

Desde luego, ese es solo uno de los aspectos que aborda en estas páginas, donde recorre desde los inicios cuando ensayaba volteretas en la playa de Las Cruces con su hermana Marcela, hasta sus últimos juegos, en Tokio 2021. También, la relación con su familia, las precariedades, las controversias con la antigua Federación de Gimnasia, el apoyo que recibió de Leonardo Farkas y su faceta de emprendedor.

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Excepcional mezcla de atletismo y arte, la escuela soviética de gimnasia hizo su última demostración olímpica en Barcelona 92. El Equipo Unificado se despidió con sendas medallas de oro en hombres y mujeres. A los seis años, Tomás González se deslumbró con ellos, especialmente con la elegancia de Gregory Misutin.

-Quiero llegar a los Juegos Olímpicos. Quiero ser uno de ellos -pensó mirando la TV.

Dos años después, el tercer hijo de Marcela Sepúlveda y Enrique González, exgimnastas, entrenaba bajo la guía del ruso Evgeny Belov, quien llegó a Chile para trabajar en la UC. Paciente y riguroso, con un sistema de entrenamiento amigable con el desarrollo del niño, el técnico dejó huella en su pupilo.

-Era un hombre sabio. El principio del 90% de las cosas que hice después lo aprendí con mi entrenador ruso -dice.

La base que recibió con Belov sería fundamental para el desarrollo de un ejercicio que lleva su nombre: el salto mortal con tres giros y medio, bautizado por la Federación Internacional como “el González”.

Pero en 2002 Belov volvió a Rusia. Y a los 16 años, González quedó sin entrenador. Hoy recuerda el momento de la partida de su técnico como “uno de los más tristes de mi vida”.

-Fue justo en una etapa trascendental en el desarrollo de un deportista, pasar de juvenil a adulto. Es el momento en que uno gana masa muscular y cuando empieza a aumentar la carga y las horas de entrenamiento. Entonces fue súper difícil.

Durante cinco años, Tomás González entrenó solo, sin la mirada especialista que lo corrigiera, dosificara las cargas y elaborara un plan de desarrollo profesional. De este modo, se expuso a lesiones y a menudo se sentía estancado. Además, solía tropezar con problemas constantes: falta de apoyo y recursos, serias deficiencias en la gestión de la Federación de Gimnasia, incluso al inscribirlo en las competencias.

Aun así, se las arregló para destacar: en 2004 logró medalla de bronce en la World Cup La Serena, plata y bronce en la World Cup de Glasgow. Al año siguiente viajó a Sao Paulo, pero allá se enteró de que la Federación Internacional había sancionado a la Nacional, de modo que no pudo competir.

-No tenía dinero suficiente, estaba solo, no tenía apoyo, no podía competir. Fue una etapa súper nebulosa en mi carrera deportiva. La idea del retiro estaba siempre presente -dice hoy.

Pero persistió y en 2006 logró bronce en Moscú y el segundo lugar en el Sudamericano de Buenos Aires.

Un año después, con el apoyo del Comité Olímpico Chileno, comenzó a trabajar con el cubano Yoel Gutiérrez. Con él lograría su mayor desarrollo atlético y paralelamente, “un enorme desgaste psicológico”.

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-¡Qué mierda te pasó!

Tomás González ganó dos medallas de plata en los Panamericanos de Río y oro en la World Cup de Glasgow 2007, cuando su entrenador decidió subir la vara. Probaron un salto nuevo, de alta complejidad, en una competencia, y el gimnasta falló: cayó al suelo.

El técnico se indignó y lo cubrió de insultos, cuenta.

-¿Por qué fallaste? Maricón -le gritó.

“Me sentí pésimo. Mal, mal, mal…”, recuerda. De regreso en Chile comenzó a sentir intensos dolores en la espalda. Aun molesto, el coach le ordenó no pisar el gimnasio hasta resolver sus dolores. González fue a terapia, hizo reposo y volvió una semana más tarde.

-¿Cómo te atreves a desaparecerte? -le dijo el coach al verlo. Por cierto, no aceptó explicaciones.

-Eres un mediocre -le dijo.

Los malos tratos se hicieron frecuentes, según cuenta. “Llegué a llorar de pura rabia, porque era súper ingrato”. Pero lo toleró. Y la situación no hacía sino empeorar: “Mientras íbamos aumentando y mejorando en rendimiento, más se acentuaban sus problemas de ira, lo violento que se iba poniendo”.

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Nuevos triunfos en Medellín, Guadalajara, Stuttgart, París. Y nuevas fricciones. Incluso, durante las competencias, el coach no le permitía hablar con nadie, lo mantenía aislado. “Estaba dispuesto a sacrificar mi salud mental con tal de poder llegar a unos Juegos Olímpicos”, afirma el gimnasta.

De ese modo clasificó para Londres 2012. Pero ya la tensión era insoportable.

-Por un lado fue un periodo de crecimiento para ambos, para mí como deportista y para él como entrenador, pero su trato abusivo me pasó la cuenta. Entonces dije no puedo más. Hoy el tema de los tratos abusivos se habla, hay protocolos, pero en ese minuto no se hablaba y yo lo escondía.

Por entonces, Tomás González había comenzado otro proceso, más íntimo, que comprometía su propia identidad.

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Estaba en una concentración en Madrid, en 2010, cuando sintió que tenía que asumir lo que le pasaba. Nacido en una familia tradicional, Tomás González pololeaba desde los 18 años y tenía el proyecto de casarse y tener hijos. Pero a los 24 decidió sincerar lo que sentía hacía tiempo: le atraían las personas de su mismo sexo.

“Lloré muchísimo esos días”, cuenta. “Yo estaba en mi proceso de asumirme como homosexual y sentía que moría una parte de mí también”. De algún modo, su proyecto de vida original se derrumbaba.

-Asumirme no fue un proceso fácil. Al final uno crece en una sociedad heteronormal que igual te condiciona. Hoy me alegra que las cosas se estén normalizando. En ese sentido, uno igual ve a las nuevas generaciones mucho más resueltas, no tienen esta carga quizás de las religiones que han influido mucho en la sociedad.

En su familia, su mamá fue la primera a quien le contó y ella le ayudó a hablar con su padre y sus hermanos. Todos lo apoyaron, si bien a su padre le costó y durante algunos meses se mantuvo distante. Pero para final de año celebraron juntos su cumpleaños con su primer pololo.

Tomás González en su escuela de gimnasia. FOTO: LUIS SEVILLA FAJARDO

-Mi círculo no cambió, pero uno siempre tiene que estar consciente de que hay gente con trancas. Y ahí uno se pregunta ¿por qué? El machismo y la homofobia son problemas que están en la sociedad y en la gimnasia también.

Un amigo por entonces le preguntó por qué no se asumía públicamente, que eso ayudaría mucho al movimiento. Pero Tomás González no se sentía a gusto.

-Yo trato de aportar a la sociedad desde el deporte, nunca ha sido mi objetivo tomar otras banderas. Participar activamente en política no me interesa. Obviamente, siempre voy a estar apoyando a las personas. Mientras haya derechos iguales para todos, lo voy a apoyar. Pero salir a la luz pública con esa meta nunca fue mi objetivo.

Hoy recuerda con humor el chiste del expresidente Sebastián Piñera durante una recepción en La Moneda en 2018, cuando le preguntó ante las cámaras de TV:

-Tomás, ¿qué es lo que más tiene? ¿Medallas o pololas?

Actualmente está en una relación de pareja hace seis años. Quiere casarse y formar familia; eventualmente, tener la opción de adoptar.

-Todos trabajamos, pagamos impuestos, tenemos un rol en la sociedad. Entonces, quiero tener los mismos derechos de cualquier ciudadano. Más allá de cualquier orientación sexual, todos tenemos que tener los mismos derechos.

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La lluvia vuelve a golpear la carpa que cubre los aparatos de su escuela. Los primeros de ellos fueron los que recibió como donación de Leonardo Farkas en 2009. Hoy su academia cuenta con más de 500 alumnos y una sede en el Club Gimnástico Alemán de Llanquihue. Además, participa de una startup de comida sana y va a estrenarse como comentarista en las competencias de gimnasia de los próximos juegos panamericanos. La hora de su retiro se acerca.

-El retiro del deporte de alta competencia para mí es como un luto, porque dejaría atrás toda mi vida. Es un proceso interno que requiere tiempo; de aquí a fin de año lo definiré… Yo amo la gimnasia, me encantaría competir de nuevo, pero me siento tan satisfecho con lo que hice, que creo que si me quedo con Tokio 2021 como la última competencia, creo que está perfecto.

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