Los rockstars de la biotecnología sintética

Francia Navarrete y Leonardo Álvarez, fundadores de Protera, startup que nació en 2011, en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Andrés Bello.

Inteligencia artificial, algoritmos, proteínas y financiamientos millonarios. La startup Protera, iniciativa de dos exestudiantes de la Universidad Andrés Bello, levanta desde Chile una revolución en el futuro alimenticio con alcances planetarios.



La escena combina ensueño y pesadilla en un período de intenso aprendizaje en San Francisco durante 2016. Un director de la aceleradora tecnológica californiana IndioBio toca el hombro de Leonardo Álvarez (29), le presenta a un chairman de Nestlé, y le pide que explique en tres minutos en qué consiste el trabajo de su startup Protera, como si se tratara de un concurso donde no se puede repetir ni equivocarse. “Brutal”, evoca el empresario y biotecnólogo de la Universidad Andrés Bello. “Ahí, a la fuerza, aprender a explicar el valor de la tecnología que desarrollamos. Fue difícil, pero con el tiempo lo hemos pulido”, asegura.

Vaya que lo hicieron. A fines de julio su empresa de biotecnología sintética dirigida a la industria alimentaria, donde es socio de su excompañera de carrera en UNAB, Francia Navarrete (27), saltó a los titulares económicos por conseguir US$10 millones en una ronda de financiamiento Serie A. Entre los inversores, nada menos que Bimbo Group, un gigante histórico en productos horneados, interesados en Protera que, entre otros logros, consiguió que un producto de alto consumo como el pan de molde, habitualmente incomible después de una semana, se conserve por un mes.

“Lo que hacemos es desarrollar y producir proteínas funcionales”, explica Leonardo, proceso que se logra a través de un algoritmo de inteligencia artificial con un par de ventajas extraordinarias: “Mucho más rápido y menos costoso”, subraya el biotecnólogo. Esas proteínas tienen un enorme potencial en la industria de los alimentos, por una serie de propiedades -”emulsificantes, espumantes, antioxidantes, antimicrobianas”, enumera Álvarez-, que permiten reemplazar aditivos químicos. “Todos los emulsificantes que hay ahora tienen ese origen”, explica el científico, “implicando un impacto negativo en el ambiente por cómo se producen y, además, un impacto negativo en la salud. Ahí es donde introducimos estas proteínas en distintas aplicaciones”.

En el proyecto de Protera, los desafíos alimentarios del futuro implican productos de mayor calidad gracias a “un universo de proteínas hasta ahora inexplorado”, como proclama su sitio web, sin sobrecargar al planeta. Siguiendo la línea que también está marcando NotCo en la industria alimenticia, con sus productos en base a plantas, aunque en el caso de Protera sus clientes no son el consumidor final.

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En el proyecto de Protera, los desafíos alimentarios del futuro implican productos de mayor calidad gracias a “un universo de proteínas hasta ahora inexplorado”, como proclama su sitio web, sin sobrecargar al planeta.

Déjame entrar

La condición de los profesores de la Facultad de Ciencias Biológicas de la UNAB a las insistencias de Leonardo por ingresar a los laboratorios, era que pasara el ramo de bioquímica primero. Corre 2011 y el futuro CEO de Protera funda una startup con el germen del emprendimiento actual. “No funcionó, porque la perspectiva era demasiado académica. Nos costó salir del laboratorio y encontrar el producto, cómo una tecnología así iba a satisfacer una necesidad del mercado”, recuerda.

Aquí entra en escena el científico Daniel Almonacid, que venía de un posdoctorado en la Universidad de California en San Francisco, entusiasta de los algoritmos en la biología. Según Leonardo Álvarez, Almonacid creía en sacar la ciencia del reducto exclusivo del laboratorio y apostar por capital humano chileno, ideas que calaron en el entonces estudiante. “Él también me empujó harto a volver a intentarlo y mejorar los procesos que se utilizan para hacer diseño de proteínas, y cómo se podía aplicar a la industria”.

Si el rol del doctor Almonacid fue relevante en la trama de la futura startup, el ingreso de Francia Navarrete en 2014 es un punto de inflexión. Tras la primera iniciativa, Álvarez analizó dónde había fallado, concluyendo que necesitaba conformar un equipo, más allá del consejo de los profesores de la UNAB. “Ahí es donde entra Francia”, evoca Leonardo, sobre el arranque definitivo de Protera. “Empezamos a levantar los Corfo, las líneas más pequeñas”, recuerda la biotecnóloga. “Fue difícil en un principio. Costaba acceder a los financiamientos y no teníamos los respaldos de amigos ni familia. Pero gracias a los fondos empezamos a avanzar”, cuenta.

Para Francia la propuesta de Protera llegó en un momento en que se sentía frustrada, ante las expectativas laborales de la biotecnología, “porque es difícil encontrar trabajo en la ciencia”, lamenta. La decisión de unirse a la startup que hoy conquista el interés de financistas internacionales le permitió “enfocar tu día y esfuerzo en hacer algo que amas, y eso es para mí la empresa”.

La metamorfosis de científicos acostumbrados a los laboratorios, obligados a desarrollar herramientas comerciales, fue una posta asumida primordialmente por Francia. Mientras Leonardo seguía concentrado en el desarrollo tecnológico y no les convencía la idea de sumar a un ingeniero comercial, Francia tomó esas riendas. “Pasó de no tener nada de experiencia”, observa con orgullo Leonardo, “a dirigir una compañía que tiene operaciones en Estados Unidos, Francia y Chile, y que debe manejar las auditorías globales como una startup multinacional”.

Álvarez también tuvo que redireccionar su carácter profesional después de los primeros tres años de Protera. “Mi perfil cambió, enfocado a la parte desarrollo de negocio, interactuar con compañías, interactuar externo, levantar capital y hablar con inversionistas”, detalla. “Y eso significó aprender a aterrizar una idea que es sumamente compleja y abstracta como es el diseño de proteínas con un algoritmo de inteligencia artificial, para luego explicar el impacto y el retorno de los inversionistas”.

“Lo que hacemos es desarrollar y producir proteínas funcionales”, explica Leonardo Álvarez, proceso que se logra a través de un algoritmo de inteligencia artificial con un par de ventajas extraordinarias: “Mucho más rápido y menos costoso”, subraya el biotecnólogo.

Por qué no se van

A los fondos Corfo se sumaron inversionistas ángeles chilenos con aportes de US$80 mil y una oportunidad de viajar a Silicon Valley en 2016 a un pitch competition de Microsoft, certámenes donde se premia a empresas innovadoras con alto componente tecnológico y potencialidad. Viajaron con un par de pasajes pagados por la UNAB, llegaron a la final y… no ganaron.

Como en las películas, cuando estaban por desmontar el stand, se les acercó el director de IndieBio que era parte del jurado, dijo que le había gustado la idea de Protera y los invitó a las oficinas de la empresa en San Francisco para el día siguiente. En la cita, la oferta de inversión para Leonardo y Francia, quienes aún eran estudiantes, fue de US$250 mil más una estadía de varios meses en las oficinas de IndieBio. “Regresamos a Chile”, relata Leonardo, “nos juntamos con nuestros inversionistas ángeles y la respuesta fue ‘no lo duden, vayan’. En un par de meses estábamos en San Francisco”.

Para Francia, la experiencia resultó parecida a un reseteo: “Nos sumergimos en un mundo totalmente industrial donde la gente va a hacer redes de contacto con otras empresas”. Con esa perspectiva, comenzaron a comprender mejor la industria y los valores de mercado. “Fue súper gratificante validar nuestro trabajo científico y ver que tenía cabida en el mundo más aplicado”, reflexiona.

Otro de los aspectos que resaltó en ambos fue la importancia comunicacional para profesionales como ellos, acostumbrados a un background científico plagado de tecnicismos. El programa de IndieBio incluía exposiciones para atraer inversión, donde la conclusión de los socios fue la necesidad de depurar el mensaje. En los recuerdos de Francia, fue un desafío de alta complejidad. “Todos los meses se hacía el speech training, que eran todas las startup con sus argumentos. Llegaban los inversores invitados para que, básicamente, te descuartizaran”, aseguran.

A falta de clientes en Chile, donde la industria alimenticia prefiere mantener sus fórmulas, según la experiencia de Protera, cuentan con personal en Francia, operaciones en Estados Unidos, clientes en México e Israel, y una base local con personal altamente calificado, lo cual genera una paradoja. “Nuestra producción, la manufactura, está en Europa, y toda la propiedad intelectual se genera en Chile. Acá están las mentes brillantes, nuestros doctores de biología computacional”, sintetiza Leonardo.

Con la inyección de 10 millones de dólares de hace un par de semanas, la idea es “dar el siguiente paso de industrialización de productos, la producción, y seguir avanzando en inteligencia artificial”, explica Francia Navarrete.

Aunque ya están fuera de la UNAB y completamente abocados a la expansión de Protera, esperan entablar contactos académicos con su excasa de estudios. “Queremos retomar las colaboraciones en ese ámbito”, comenta Leonardo, “porque mucho de nuestro presupuesto está en investigación y desarrollo, así que ahora estamos poniendo más foco en eso, y expandir lo que podemos hacer en laboratorios con universidades”.

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