Barrista por 90 minutos

La Tercera se puso en los zapatos de un hincha, en la galería sur del Nacional, donde se ubica la parcialidad de la U. Vivió en primera persona lo que sufre y disfruta un fanático.




Es la primera vez en la barra de la U. Mi primera vez en la galería sur. El tiempo no acompaña. La lluvia amenaza con pequeñas gotas, anticipo del temporal que por momentos se desataría en Santiago, durante el partido entre los azules y Huachipato.

No soy hincha de los laicos, pero eso no impide ver y vivir lo que ellos experimentan cada fin de semana. Lo bueno y lo malo. Desde lo que fanáticos que alientan con alegría a sus dirigidos hasta los que están más preocupados de ingresar drogas al recinto. Padres, madres, hijos, jóvenes y hasta lactantes. Coches que sirven de pupitre para los bebés, pero que también son el escondite ideal de cigarrillos de marihuana.

Compré mi entrada de galería sur por internet el miércoles y el jueves la fui a retirar al velódromo del Estadio Nacional. Me preguntaron cuánto me demoré en canjear la entrada. "Menos de un minuto", les expliqué, y me dijeron que había tenido suerte, ya que ellos habían esperado casi una hora para poder tener el boleto.

El día del partido me levanté temprano y me vestí con los colores adecuados. Mi cortavientos, negro, fue un gran aliado, aunque terminó sucumbiendo ante la lluvia. A las 11.50 llegué al Nacional. Quedaban 40 minutos para el inicio del juego y mi gran duda es si alcanzaría a entrar al estadio antes del pitazo inicial. En los partidos anteriores, los accesos colapsaron y muchos hinchas ingresaron con el partido iniciado.

Sonreí cuando vi que los accesos a la galería estaban expeditos. Antes, en la caminata desde Guillermo Mann hasta la fila de ingreso, la tarea de muchos era cubrir cualquier rastro de droga. Ocultarla en los calcetines, la entrepierna o los sostenes, en el caso de las mujeres.

Cuando entregué mi carné y mi entrada, el lector de código de barras no lo reconoció. "Le sale la luz roja y eso indica que no puede entrar", me advirtieron. Pedí explicaciones y me derivaron donde un supervisor que no me dio ninguna solución. "Espere por allá", me solicitaron. No me quedó otra que aceptar.

Ahí las caras no eran de las mejores. Todos los "cachos" debían ser solucionados en el lugar al que me enviaron. Si yo estaba molesto, la imagen de una joven a mi costado, al borde del llanto, me contuvo. Ella sufrió el mismo problema que yo.

De pronto, una funcionaria se acerca con un menor de edad. "Jefe, este niño me dice que lo deje pasar y que me quede callada. Y me amenaza", lo acusa ante su superior. El funcionario mandó su desalojo inmediato, aunque después el muchacho seguía merodeando, a la espera de un descuido.

Por fin pude entrar al estadio. Me mezclé con un grupo que hace llamar la "Banda del Guille". Vi el partido con ellos. No grité ni festejé los goles, aunque a ratos tarareaba las canciones de la barra, pegajosas. Tampoco festejé el descuento de Huachipato. Más me llamó la atención una mujer embarazada de abdomen prominente. Siete a ocho meses, seguro.

Vaya sorpresa durante el segundo tiempo. El adolescente que amenazó a una portera también entró. No sé cómo lo hizo. El olor a marihuana distrae, el 2-1 se firmó en la cancha. Sólo quedó esperar la orden para abandonar el recinto, al lado de hinchas que ayer completaron su rutina en la galería.

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