Crítica de cine: Isla 10




Muy joven, apenas pasados los 20, Miguel Littin asesoró a Salvador Allende en  la campaña presidencial de 1964. Tuvo una relación de cercanía con el mandatario y la primera película que dirigió tras hacerse cargo de Chile Films -la primera también tras el masivo impacto de El Chacal de Nahueltoro- fue Compañero presidente (1971), que registra las conversaciones de Allende con Régis Debray. Tuvieron que pasar 38 años para que rescatara al Allende trágico.

Dawson, Isla 10 adapta el libro en el que Sergio Bitar -actual ministro de OOPP y titular de Minería en 1973- recupera sus memorias del periodo de reclusión que él y otras destacadas figuras de la Unidad Popular (entre ellos Orlando Letelier, Clodomiro Almeyda y Luis Corvalán) vivieron en una isla del extremo austral. El personaje de Bitar es interpretado por Benjamín Vicuña y el del más fiero celador del grupo está a cargo de Cristián de la Fuente, lo que en el reparto asoma tan convocante como en el relato las premisas humanistas arraigadas en un paisaje capturado notablemente por Miguel Ioan Littin.    

La historia se va tejiendo a partir de la incertidumbre de los prisioneros, de alusiones más bien acotadas y laterales a los errores y divisiones internas de la UP ( "en qué nos equivocamos", pregunta en off casi retóricamente Bitar/Vicuña), del destino que les va deparando el oficial responsable de la isla (Sergio Hernández), de las minucias cotidianas, cómicas unas y otras muy serias. Y se diría que progresa a punta de oficio y sin grandes sobresaltos, pero sin una tensión que, por sí misma, haga de este relato de trazos universales uno que llegue en alto al final. De hecho, lo que más le permite tensar la cuerda dramática es un Allende de rasgos cincelados para la ocasión.

Ignora este redactor si Miguel Littin, al armar dentro de la película un cuasi-documental sobre el 11 en La Moneda, se hizo eco del informe pericial del tanatólogo Luis Ravanal, que en 2008 cuestionó el procedimiento y las conclusiones de la autopsia que dictaminó el suicidio de Allende. O si le pareció más pertinente pintar en blanco y negro a un presidente de casco y fusil, disparando en Palacio y cayendo por las balas militares, como el de Helvio Soto en Llueve sobre Santiago (1976). El caso es que, con sus rasgos conciliadores y negadores, con sus afirmaciones   identitarias y sus remansos humanitaristas, Dawson, Isla 10 asoma ante todo como un jalón nada menor en la bullada, trabajosa y conflictiva batalla de la memoria.

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