El armero del Winnipeg

Hace 75 años, el 3 de septiembre de 1939, casi 2.500 españoles que huían de Franco llegaron a Chile a bordo del vapor francés Winnipeg. Marcelino Cabañas, entonces un veinteañero, era uno de ellos. Había perdido a una hermana, sobrevivido una bomba alemana y resistido un campo de concentración en Francia. Hoy, con 95 años, es uno de los últimos soldados republicanos de la Guerra Civil Española que quedan en el país. Sus recuerdos están prácticamente intactos.




El café humeaba sobre la mesa y los huevos chisporroteaban en la sartén. Marcelino Cabañas, de 17 años, y su hermana mayor, Rafaela, estaban por tomar desayuno cuando escucharon la noticia en la radio: el anticipado alzamiento militar había comenzado durante la madrugada del 18 de julio de 1936, en la colonia española de Marruecos, y se había extendido por regimientos de toda la península durante el día. Como era militante de la Juventud Socialista Unificada, la respuesta de Cabañas fue refleja. Se despidió de Rafaela y corrió a la calle. Ni siquiera esperó a hablar con sus padres ni con sus otros siete hermanos. "Era mi deber como estudiante. Había que salvar España", recuerda. No volvería a esa casa de Cuatro Caminos por 40 años.

El gobierno republicano encabezado por Santiago Casares Quiroga autorizó la entrega de armas al pueblo, por medio de partidos y sindicatos, para combatir a los militares. Cabañas llegó hasta el colegio de los Salesianos, que había sido tomado para transformarlo en centro operativo de las milicias populares y de su batallón estrella: el Quinto Regimiento. La victoria en el Cuartel de la Montaña de Madrid les permitió a los civiles organizados acceder a 65 mil fusiles. Cabañas recibió el suyo y marchó con el Quinto Regimiento hacia la sierra para sofocar el levantamiento de la guardia civil. El 20 de julio entró en combate por primera vez en Las Navas del Marqués, donde lograron repeler a los rebeldes. En sus memorias, Cabañas describe lo que ocurrió tras la batalla:

El 1 de octubre bajamos a Madrid. Nos examinaron para ver cómo estábamos de salud, pues necesitaban estudiantes para hacer el curso de piloto y tanquistas. Me mandaron a la maestranza en Alcalá de Henares para hacer el curso de armero de tanques (...) Luchamos 33 meses contra las fuerzas de Franco y compañía.

Cabañas se integró al Primer Batallón de la Primera Compañía de Tanques, que fue destinado a Aragón en los tanques T-26 donados por la Unión Soviética. Como armero, su labor era mantener los vehículos en óptimas condiciones para luchar. En el bando enemigo ya contaban con el apoyo de Alemania e Italia. "Los alemanes eran salvajes, no tenían ningún miramiento. Mientras no vieran todo destruido, no paraban. No importaba que fuera una iglesia histórica, porque sabían que ahí nos podíamos refugiar", explica. A esas alturas, Cabañas se había enterado por correspondencia de que su hermana menor, Virgilia, había muerto por una de esas bombas.

En territorio aragonés participó de la histórica pero breve toma de la ciudad de Teruel, el 17 de diciembre de 1937, que luego sería reconquistada en febrero de 1938. La lucha fue intensa y el frío, extremo; se registraron hasta -18°. Los tanques tuvieron dificultades para retroceder en la nieve hacia el nuevo frente, en Cataluña. Se detuvieron en Lérida, donde el ejército republicano sufriría una nueva derrota. Cabañas no duraría mucho allí. Mientras inspeccionaba un tanque oculto entre los árboles, comenzó un ataque aéreo. Una bomba estalló a su lado, destruyendo la torreta del T-26. Cabañas salvó la vida gracias a la "chichonera", un casco forrado por dentro con cuero y lana cuya función era amortiguar los cabezazos dentro del tanque.

Aunque sufrió heridas en la cara, perdió la audición del oído derecho y pasó por dos hospitales, volvió al campo de batalla en 12 días. En ese momento, la guerra estaba decidida a favor del franquismo, pero la resistencia aún tenía batallas que librar.

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El Primer Batallón de la Primera Compañía de Fuerzas Blindadas está paralizado delante de un T-26. Hay más rostros alegres que serios. La foto está en manos de Marcelino Cabañas, de 95 años, quien sólo reconoce a Pedro Moreno, el único de los retratados que lo acompañó en su exilio chileno. Cabañas lo recuerda por la reparadora de radiadores que puso en Santiago. "Aquí estamos todos mis compañeros de tanque. Yo era el más joven de la unidad. Recuerdo que me cantaron para mi 20º cumpleaños", dice el armero mientras mira la foto.

Han pasado 75 años desde el final de la Guerra Civil Española y desde que Cabañas se subió al Winnipeg, un barco carguero francés cuya misión sería rescatar republicanos luego del triunfo del general Francisco Franco. Cabañas camina con dificultad por la casa, pero no necesita de bastón. Los años se le notan más por su sordera y las dificultades que tiene para hablar después de un cáncer a la laringe.

Varios de los recuerdos de la travesía marítima de agosto de 1939 y de su vida anterior han ido nublándose, pero lo esencial está ahí. Cuando aparece alguna grieta en su memoria, ya sea en lugares, fechas o personas, su hija Pilar lo detiene y corrige. Ella conoce la historia casi tan bien como él, pues se crió escuchándola. "Pero en Madrid él todavía se ubica mejor que yo", aclara su hija menor, de 64 años. Ambos viajaron juntos el año pasado, durante cinco meses, a varios de los lugares donde Cabañas peleó hasta llegar al puerto de Trompeloup, cerca de Burdeos, desde donde partió el viaje del Winnipeg. Cabañas tiene la intención de volver el próximo año.

-Hay que ver cómo andamos de plata para el pasaje -dice Cabañas.

-Hay que ver cómo andamos de salud, papá -responde Pilar.

Hace un par de semanas, y pese a que ya casi no sale de noche, Cabañas asistió a la Casa de la Ciudadanía Montecarmelo de Providencia para un ciclo de actividades conmemorativas de los 75 años del Winnipeg. Allí pudo encontrarse con muchos de los sobrevivientes, que en su mayoría eran niños al subirse al barco. Pocos tienen recuerdos anteriores a eso. Según la familia de Cabañas, junto a Pascual García son los últimos combatientes vivos en Chile.

-He revivido todo durante estos días. Tengo las imágenes nítidas -asegura Cabañas.

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El avance franquista fue arrinconando a las fuerzas republicanas hacia la frontera con Francia. Tras la caída de Barcelona, en febrero de 1939, miles de soldados cruzaron los Pirineos para refugiarse, pero el gobierno francés los confinó en campos de concentración temporales situados en la costa. Los guardias eran senegaleses. Si bien no los trataban con violencia, simplemente ignoraban sus peticiones. Allí terminó Cabañas, enterrando su cuerpo bajo la arena para capear el frío, pues recién algunos meses después recibieron madera para construir barracas. Víctor Pey, quien participó de la Guerra Civil haciendo armas en una metalúrgica de Barcelona, recuerda esos días: "No había comida ni trabajo, ni nada. Hacíamos filas interminables para beber agua, era una situación muy penosa. Los guardias no nos contestaban".

Las gestiones de Pablo Neruda y Pedro Aguirre Cerda con el gobierno francés permitieron la liberación de más de mil españoles de los campos. Cabañas se enteró por otros prisioneros de que en Burdeos se estaba acondicionando un barco carguero para viajar a Chile y escapar de una inminente nueva gran guerra. Al escuchar de Chile, recordó cuando vivía en el campo de su padre en Recas y usaban salitre -o "nitrato de Chile", como lo recuerda él- para abonar la tierra. Postuló al beneficio y fue seleccionado. Muchos de los que no tuvieron esa suerte terminaron peleando por Francia en la Segunda Guerra Mundial.

El viaje del Winnipeg, una nave cuya propiedad era del PC francés, comenzó el 4 de agosto de 1939. Había alrededor de 2.500 personas, entre las cuales se contaba una tripulación de 150 personas y 14 o 15 polizontes anarquistas. Tal como todos los hombres acomodados en la bodega de tres niveles, Cabañas dormía en el suelo, con un par de mantas y un bolso con ropa. Las mujeres y niños dormían en la cubierta, donde sí había camarotes, o en niveles superiores de la bodega. La alimentación era muy frugal, pero no pasó un día sin que todos comieran. "Para la gente acomodada era pésimo y para los más humildes era excelente", comenta el historiador Julio Gálvez Barraza, autor del libro Winnipeg, testimonios de un exilio.

El ambiente era alegre, más allá de la derrota y el exilio. "Habíamos salvado el pellejo", apunta Cabañas. Se organizaron charlas de diversos temas y se formaron dos coros: uno vasco y otro catalán. Las canciones, algunas tradicionales, otras políticas, brotaban espontáneamente desde todos los rincones del buque. Las discusiones políticas entre socialistas y anarquistas por la responsabilidad de la derrota eran tensas, pero no alcanzaban a ser violentas. El pacto de no agresión entre nazis y soviéticos había sido firmado poco antes y generaba más desconcierto. "El sentimiento nostálgico por España era mitigado por la inminencia de la Segunda Guerra Mundial y la avalancha que traería", recuerda Pey.

El conflicto estalló el 1 de septiembre, cuando el Winnipeg ya bordeaba la costa chilena. Dentro del barco había otros problemas. El capitán Gabriel Pupin, de quien se decía era anticomunista, quería regresar a Francia por el estado de guerra. De acuerdo a las investigaciones de Gálvez Barraza, los representantes de los distintos comités políticos de pasajeros le dejaron muy claro que él "se podría caer al mar y nosotros llevar el barco a Valparaíso".

Finalmente, tras detenciones en las islas Azores, el Canal de Panamá y Arica, el Winnipeg llegó a Valparaíso el 3 de septiembre de 1939. A bordo había muerto un bebé que fue arrojado al mar, pero habían nacido dos: Andrés Castell y Agnes América Winnipeg Alonso. El barco fue recibido con cantos y banderas. El diario La Hora del día siguiente menciona que el artista José Balmes, entonces de 12 años, "se extrañó de que los chilenos no vistieran de blanco, como lo hacían los únicos chilenos que conocía, Pablo Neruda y su esposa".

Cabañas bajó a tierra firme e hizo el resto de su vida en Chile. En 75 años trabajó en un par de panaderías, una ferretería y una zapatería. También repartió cerveza en una camioneta, pero fue el rubro de las cecinas al que dedicó casi toda su carrera. Fue enviado al sur, a Río Negro, durante el gobierno de Gabriel González Videla a causa de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, la misma que le costó el exilio a Neruda. Se casó dos veces, con Sara Sánchez y Leontina Lizana, enviudando en ambas ocasiones. Tuvo cinco hijos, Juan Antonio, Rubén Isidro, Marcelino, Angélica y Pilar, todos con su primera esposa. A sus 95 años se siente más chileno que español. Las últimas líneas de sus breves memorias dicen:

Esta es mi vida, de un lado para otro. Hasta que Dios quiera seguiremos viviendo. Así lo paso muy bien. Gracias a mis hijos y a Dios.

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Cabañas recién volvió a Madrid cuando murió el general Francisco Franco, en 1975. Junto a un grupo de republicanos del Winnipeg visitaron el Valle de los Caídos, el lugar de la tumba de Franco. Al pararse frente a ella no pudieron ignorar la emoción. Tres cuartos de siglo después, ellos estaban arriba y él abajo. Se pararon sobre la lápida de mármol y comenzaron a zapatear y gritar insultos. "¡Aquí estamos de nuevo!", exclamaron.

En ese mismo viaje, Cabañas volvió a la casa de su familia en Cuatro Caminos para visitar a su hermana, Rafaela, a quien no veía desde que comenzó la Guerra Civil. Al entrar, se encontró con un café humeante y una paila de huevos.

-Te estaba esperando para desayunar -dijo ella.

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