Pablo Larraín y el club de los curas perdidos

El director de No habla de su última película, El club, que en febrero formará parte de la competencia oficial en la Berlinale.




Hace dos años, Pablo Larraín decía en una entrevista que es malo para las entrevistas. Razones hay varias. Allí donde el periodismo tiende a clasificar y etiquetar, al director de Tony Manero se le da mejor la duda. Frente a la necesidad de respuestas, es más proclive a formular él mismo las preguntas o a sumirse en algún misterio. Y si va a decir cosas sobre su último trabajo, preferiría responder preguntas después de que la película haya llegado al público. No es éste el caso.

Esta vez, Larraín (38) habla de un filme que muy pocos conocen, entre ellos los responsables del Festival de Cine de Berlín, que acaban de incluirlo en la competencia oficial del certamen, próximo a inaugurar su 65ª versión. Al contrario de lo que pasaba en los 90, cuando la prensa solía divulgar películas que sólo eran proyectos en busca de respaldos, la existencia misma de El club se hizo pública sólo esta semana. Cinco meses antes, con total sigilo, el cineasta llegó al pueblo de La Boca, en la desembocadura del río Rapel (comuna de Navidad, VI región). Allí había una casa y en ella metió un ramillete de intérpretes, entre ellos Jaime Vadell, Alejandro Sieveking, Alfredo Castro, José Soza y Antonia Zegers, quienes participan de una historia coescrita por Larraín, el dramaturgo Guillermo Calderón y Daniel Villalobos, escritor y crítico de cine en La Tercera.

A la espera de retomar sus otros proyectos -un largometraje sobre Neruda y una reinterpretación de Caracortada-, hizo "una película que podía hacer y que me pareció fascinante hacer de esa manera: organizarla en poco tiempo, pensarla y conseguir recursos", dice. Y detalla: "Yo tenía un guión pensado y semiescrito que no usamos. Luego, hubo otras cosas que fueron pasando recientemente. Lo metí todo a la juguera y se dio un ejercicio muy interesante, porque pudimos entre los tres [guionistas] organizar un poco el alma de la película".

En la señalada casa vive un grupo de sacerdotes que llegó hasta allá por "razones múltiples y sumamente complejas". Los hay que cometieron abusos y fueron relegados por las autoridades eclesiásticas. Los hay enfermos, que tienen padecimientos mentales, problemas existenciales o sólo están viejos o cansados. Cualquiera sea la causa del arribo, eso sí, se trata de gente aislada de la sociedad. El título del filme, confirma su realizador, bien pudo ser "El club de los curas perdidos". "Encontré interesante armar un grupo de curas que no sabes si son peligrosos o no. Tampoco sabes muy bien qué es lo que quieren".

¿Al final, de qué trata la cinta? "Tiene que ver con la idea de que la Iglesia difícilmente cree que sus miembros van a encontrar la justicia en un tribunal civil. Es una película sobre la redención, sobre la purga y sobre las víctimas".

Los personajes, agrega Larraín, viven en un espacio silencioso y laberíntico. Una casa cuya locación es desconocida, cuestión acorde con "una especie de secretismo que es una realidad de la Iglesia en el mundo. Hice una investigación en torno al tema y ha habido en la historia reciente, en los últimos 60 años, distintas pugnas en cuanto al uso y manejo de este tipo de casas. Cómo se administran y qué sentido tienen. Se han cerrado muchas casas y abierto otras".

¿Qué cree que pudo llevar a la Berlinale a seleccionar esta película?

Ignoro qué le habrán visto los programadores, pero si tuviera que aventurarme, creo que puede haber pasado por el tratamiento de materiales narrativos y dramáticos que están hoy en boga: hay mucha gente haciendo cine, series y literatura en torno al tema. Y en Chile, puntualmente, nos afecta más todavía porque es algo que ha explotado recientemente en muchos casos de sacerdotes involucrados en casos judiciales.

¿Usted es o fue católico?

Estudié un colegio católico y, cuando me hice adulto, me desvinculé completamente. Hoy no me considero católico. Me considero entre agnóstico y ateo.

SIN DENUNCIA

Cuenta Larraín que nunca había usado tanta música en una película. También, que nunca había hecho una película coral, que en este caso anda detrás de siete personajes en vez de uno solo. Y también que, si bien hubo investigación y hallazgo de datos duros, "el resultado no necesariamente tiene que ver con algo tan contingente. Acá no hay denuncia, no hay periodismo. Hay cosas que pasan ahora, cosas que pasaron hace mucho tiempo, cosas que nunca van a pasar".

Los personajes que más le gustan, dice, son aquellos que más le cuesta entender. Y añade: "Siempre hay un espacio misterioso que es imposible conocer del todo y es bonito que así sea. Uno quiere controlar lo que hace, pero no tanto, tampoco. Hay una elasticidad necesaria para generar un trabajo con el que te sientas cómodo y que no esté conectado a una idea de 'obra' ni a una especie de gran parsimonia. Esencialmente, se trata de ir y filmar"

Aparte de que se presentó la ocasión, ¿qué le hizo empujar el proyecto?

Me parece que hay preguntas que tienen que ver con la esencia de lo que me llama la atención de la religión, que en alguna forma es la necesidad de redención y cómo esa redención es, en el fondo, una resistencia a la cotidianidad. Eso produce una fricción muy interesante, sobre todo si se trata de personas que están aisladas. Es un poco lo que pasa con cualquier grupo que se ve forzado a vivir en comunidad, sean presos o mineros bajo tierra. Cualquier grupo humano obligado a vivir en comunidad, se organiza y empieza a entender el mundo de una manera determinada, y ese lugar permite que se pongan en dudas muchas cosas. (…) Y la pregunta que me hago es si este club se refiere estrictamente a la casa, o si es la Iglesia. Si se refiere a toda la iglesia como un gran club. Eso es lo que la película plantea, pero que cada quien saque sus conclusiones.

¿Cómo opera aquí la relación con la historia, tan presente en Tony Manero, Post mortem y No?  

Me produce una fascinación, más que la historia en sí, la historia incompleta. La idea de aproximarse a hechos que, por muy investigados que estén, al final van a ser siempre espacios desconocidos. Por ahí uno puede meterse. Puede tomar cosas de la realidad, transformarlas y hacerlas propias. Hay cosas que han pasado que me sorprenden, que me han fascinado siempre y en esta película hay cosas que han pasado en los últimos 50 años, pero están metidas en un relato contemporáneo.

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