Un chileno tras la huella de su origen inca

El abuelo boliviano del artista chileno Felipe Cusicanqui decía ser descendiente del soberano inca Túpac Yupanqui. Tras su muerte, el nieto viajó hasta allí para comprobarlo. Su travesía fue registrada en El príncipe inca, que se estrena este jueves en salas.




La idea de un príncipe inca de cabellos rubios, tez blanca y ojos celestes, resultaría tan absurda como la imagen que se ha popularizado de Jesucristo en el mundo occidental, a sabiendas de su origen árabe. Sin embargo, para el caucásico niño Felipe Cusicanqui (1977), la historia que le contaba su abuelo boliviano sobre su linaje inca a partir de que descendían directamente del soberano Túpac Yupanqui, no tenía derecho a discusión. “Nunca dudé de lo que me contaba mi abuelo, que además era apoyado por mi papá, o sea los dos patriarcas de la familia afirmaban que éramos príncipes incas y yo les creía absolutamente, eso me marcó mucho desde siempre”, dice Cusicanqui. Claro que sus compañeros de colegio eran más incrédulos al respecto. “Yo asociaba ese origen con mi cercanía con la tierra, hablaba con los animales y las plantas, los otros niños no me creían por supuesto y me hacían bullying”.

En 2011, convertido ya en un destacado artista en la escena local, Cusicanqui decidió emprender una travesía para descubrir qué había de cierto en las leyendas de su abuelo. Lo hizo alentado por la periodista Ana María Hurtado, quien ya conocía su historia y le hizo una propuesta que el pintor no pudo rechazar. “El tenía una historia pendiente, la que a mí me parecía demasiado interesante de conocer. Le ofrecí entonces financiarle un viaje a Bolivia  con la condición de poder grabar todo el proceso. De inmediato me dijo que sí”, recuerda Hurtado, quien se convirtiría cuatro años más tarde en la realizadora de El príncipe inca, documental que se estrena este jueves en 22 salas de la red Miradoc, que van de Arica a Coyhaique, y en seis salas multicines en Santiago y Viña del Mar. Además, el filme es uno de los preseleccionados para postular por Chile a los Premios Goya de 2017.

Una de las primeras incógnitas en despejar fue la veracidad de unos antiguos documentos del abuelo en los que se hablaba del linaje del apellido Cusicanqui. Una paleógrafa tradujo los textos fechados en 1545 y firmados por el propio rey Carlos V que demuestran que los antepasados del artista eran descendientes de Yupanqui, y dueños de tierras en Calacoto, Bolivia.

Una fiesta larga

El viaje, realizado en 2014 y planeado por Hurtado y su equipo, consistió en una travesía de 26 días por el altiplano boliviano, partiendo desde San Pedro de Atacama, pasando por Calacoto y finalizando en La Paz, donde el abuelo de Cusicanqui residió cuando era un treintañero recién casado. El artista fue a ciegas. “Me sometí a un viaje planificado, pero también tenía el poder de decidir en qué lugares del recorrido detenerme y explorar. Iba muy enfocado en olvidarme de las cámaras y de que el viaje fuese mío. Ya me había acostumbrado a ellas, porque hubo muchas grabaciones previas a mi trabajo en el taller. Fue muy enriquecedor esa doble mirada, el poder conocerme un poco más como artista antes y durante el viaje, al rastrear mi identidad. Al final el tema se tornó en algo cada vez más universal, la genealogía o la sucesión de títulos cobró menos importancia”, confiesa Cusicanqui.

En la primera parte del documental, se ve cómo el artista se infiltra en el paisaje, camina por el desierto, descubre ruinas incas en territorio boliviano, recoge algunos desechos -materiales que luego usará para hacer sus obras de arte- y se maravilla con la fauna autóctona del lugar. En un momento, incluso, el pintor ayuda a un pastor con una llama que tiene problemas para dar a luz. Entonces, pareciera que el objetivo de la travesía se ha perdido de vista. Sin embargo, la directora explica que todo era parte del plan. “Este tipo de situaciones son las más cómodas para Felipe y yo quería que él anduviera por estos paisajes asombrosos acordándose de su abuelo, fue un peregrinaje para él, pero también para todo el equipo”, dice Hurtado, quien ya había tratado los temas del pasado, la memoria, y la identidad en su primer documental, Palestina al Sur, ganador del  Premio a Mejor Película en el Festival de Documentales Al Jazeera, 2012.

Luego de 20 días recorriendo el desierto, el gran hito del viaje sería la llegada del artista a Calacoto, el pueblo originario de sus antepasados. Allí encontró una sorpresa: primos y tíos de apellido Cusicanqui lo esperaban para celebrar una gran fiesta familiar que duraría tres días. Hubo encuentros, pero también decepción. “Yo no me esperaba nada, menos que esta familia no sería la mía, ellos eran Cusicanqui, pero de una rama lejana a la de mi abuelo. Nunca lo conocieron ni tampoco a mi bisabuelo”, cuenta el pintor. “Lo bonito es que en el camino me fui conectando con cosas mucho más especiales, con la tierra misma, que va más allá de esa fantasía de ser y sentirse de la nobleza. Al final todo eso está borrado, sólo queda la leyenda”, agrega.

Para la directora, comprobar el origen del príncipe inca también pasó a segundo plano. “Tenía una importancia más que nada arquetípica en el guión. Muchos vivimos con esta clase de historia, a muchos nos han criado bajo una religión donde si eres hijo de Dios tienes un Reino asegurado, esa tierra prometida tiene un paralelo con la historia particular de Felipe y su abuelo, y ayuda a entender cómo el sentirse heredero de algo más grande nos marca como personas. Yo sabía que no íbamos a conseguir  un certificado inca, pero después de un tiempo eso francamente dejó de importar”, dice Hurtado.

Tras la larga fiesta en Calacoto, a Cusicanqui aún le faltaba un deseo por cumplir y ese era encontrar la casa donde vivió su abuelo en La Paz, la que resguardaba una pasada tragedia familiar que lo habría hecho regresar a Chile y nunca más volver a su país de origen.

“Este viaje fue una experiencia epifánica, pero no está todo resuelto. Me encantaría que mis hijos pudieran seguir explorando esta historia y por eso a ellos también se las transmito tal como mi abuelo y mi papá lo hicieron conmigo. Gracias a esa oralidad, la historia de mi familia sigue viva. Hay algo de romanticismo en eso, pero también de mucho orgullo de tener ese origen indígena”, dice Cusicanqui, quien tiene tres hijos, Silvestre (8), Manuela (6) y Aníbal (2).

Desde hace dos años, el artista vive con ellos y su esposa en Berlín, Alemania, donde por estos días prepara una exposición que exhibirá en Chile en noviembre, en la galería Patricia Ready, y luego en abril en la Galerie Born de Berlín. “Son obras realizadas en estos últimos tres años y por supuesto hay muchas que están inspiradas en el viaje que hice conociendo la historia de mi abuelo. Hay escenas de niños y de paisajes de Bolivia, pero también de Berlín, se trata de mostrar todo lo que uno puede ser al mismo tiempo, aquí y en otro lugar, antes y ahora”, resume.

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