Columna de Alberto Sato: Negocios



La manifestación más visible del negocio ambulante informal es la toma del espacio público, algo que elimina lo que, por derecho, es de uso público, porque la civitas —como la unidad donde se reúne la ciudadanía y dispone de lugares de uso libre y compartido — pierde su sentido. Tanto es así que en la sociedad moderna la libertad de circulación está prescrita constitucionalmente y es uno de los derechos fundamentales. Así, cuando las aceras, calles, plazas y bulevares son apropiados por el negocio ambulante informal, estamos frente a un grave problema de restricción de libertad y apropiación indebida del espacio.

Sin embargo, la acción simplificadora de eliminar esta anomalía no es sencilla, porque con aplicar leyes y reglamentos no se resuelven las causas que la originan. El caso es que, en ocasiones y en virtud de su visibilidad y presencia física, se suele acudir a urbanistas y arquitectos para ver caminos de solución, o al menos solicitar opiniones expertas, que podrían recomendar el despeje del espacio público con traslados y vigilancia. Pero, como se habrá observado, en poco tiempo los comerciantes informales regresan una y otra vez, y es como la tarea de Sísifo, debido a que las causas son más profundas y estructurales.

En efecto, el negocio informal fragiliza a todo el sistema previsional porque resta contribuyentes; el negocio informal permite la reducción de buena parte de los objetos robados y por este motivo estimula el robo; el negocio informal, cuando es mercadería seca, está respaldado y abastecido por empresas fantasmas y, cuando se trata de alimentos y bebidas son, en general, emprendimientos de dudoso origen, producción y salubridad; el negocio informal es el punto de venta del contrabando y la falsificación; el negocio informal oculta la escasez de oferta laboral formal; el negocio informal se libera del maltrato laboral; el negocio informal no paga impuestos, no cumple con normas de higiene, no dispone de baños, y tampoco respeta los derechos de la niñez; finalmente, el negocio informal tiene demasiados cómplices, que son miles de ciudadanos que inocente y convenientemente compran.

En este listado, que seguramente omite muchas otras consecuencias y causas, se quiere expresar que es un tema que supera a los urbanistas y arquitectos, porque, por lo visto, el comercio informal que se observa en las calles es solo la manifestación física y visible de una anomalía del sistema económico y social mucho más compleja, que no se resuelve barriendo la suciedad debajo de la alfombra o, como suele decirse, corriendo la verruga.

Sin embargo, no siempre las opiniones conducen a resolver un problema, porque también este propósito funcionalista es simplificador. En efecto, en ocasiones las opiniones sirven para cuestionar nuestra propia condición ciudadana, así como también reflexionar acerca de la convivencia, que es un problema de todos. Pensemos también, entonces, en las consecuencias que trae una inocente compra callejera: es como el efecto del aletear de una mariposa en la Teoría del Caos.

Por Alberto Sato, académico de la Escuela de Arquitectura UDP

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